Cap. 1 - La Creación

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En el reino de la luz eterna, donde el cielo se desplegaba como un lienzo infinito de azul divino, se gestaba un momento único en la creación celestial. Los serafines danzaban entre las nubes, mientras que las serafines tocaban liras y arpas entrelazándose con las armonías de los coros que hacían los querubines sobre sus pequeños palcos de mullido algodón dorado. Un silencio expectante descendió cuando Dios, el arquitecto del universo, pronunció la palabra que resonaría a través de las eras: "Damien". Mientras lo hacía, miró con ternura a sus súbditos y alzó ambas manos hasta la altura del pecho mientras surgía de ellas un haz de luz blanca.

De pronto, una esfera brillante iluminó el centro de la sala donde el Creador se encontraba sentado en su trono. Un trono de mármol dorado con un respaldo meticulosamente esculpido con motivos celestiales, el cual se erigía como un símbolo de la autoridad divina. La suavidad de aquella piedra contrastaba con la firmeza de la estructura, creando una armonía entre la majestuosidad regia y la delicadeza celestial. De la esencia misma de la luz emergió Damien, una bebé serafín con alas que destellaban con una pureza inimaginable. Sus ojos, estrellas nacientes, se abrieron al mundo celestial, y un suspiro de asombro se extendió entre los ángeles que la contemplaban. Su presencia irradiaba una luz única, una chispa especial que había sido profetizada como la creación más esperada.

Ante la majestuosidad del Altísimo, Damien fue presentada envuelta entre sábanas de seda perlada, que al tacto con la piel de la pequeña, parecían desvanecerse. La delicadeza y fragilidad de aquel nuevo ser parecía irreal hasta para los habitantes del mismísimo cielo. Los serafines más cercanos entonaron himnos de bienvenida mientras los coros celestiales resplandecían en una sinfonía que celebraba la llegada de esta criatura excepcional.

Sin embargo Dios con un gesto suave, ordenó silencio a los presentes de aquel acontecimiento, y al momento la sala se inundó en un silencio casi palpable y repentino que incitó a los súbditos a mirar directamente a la deidad todopoderosa y al preciado ser que sostenía entre sus brazos. Entonces, resonó un torrente de voz desde el pecho de aquella entidad divina haciéndose eco entre los presentes: "Eres mi creación más preciada". "Tu destino es único, y tu trayectoria trascenderá los límites del cielo".

Acto seguido, entonó una orden al aire como acto de cuidado hacia la recién llegada: "Ángeles de mi corte celestial, escuchad mi llamado", resonó su voz, reverberando como trueno suave por los confines del cielo. "Os encomiendo una tarea de gran importancia, una responsabilidad que solo seres de vuestra pureza y devoción pueden llevar a cabo." Instantes después, tres serviciales querubines descendieron de sus palcos y fueron designados como los guardianes y supervisores de la educación de Damien. Zephyron, el querubín de la compasión; Celestio, el de la curación; y Seraphina, representante máxima de la sabiduría, recibieron la tarea sagrada de guiar a la nueva creación a través de las maravillas del cielo.

Los tres querubines, arrodillados ante la presencia divina, elevaron sus miradas hacia el trono resplandeciente. Dios, con ojos que reflejan la sabiduría infinita, continúa: "He engendrado a una criatura especial, Damién. Esta criatura, de indescifrable naturaleza, está destinada a desempeñar un papel crucial en la eternidad que se despliega ante nosotros. No es ni un ángel, ni un serafín, ni un querubín; es una nueva esperanza que ha sido diseñada con un potencial inimaginable que reforzará indudablemente las defensas de nuestro reino ante las posibles amenazas que nos deparan en el futuro incierto. Por ello, os ordeno máxima cautela y una educación ejemplar por vuestra parte como mis fieles súbditos. "

Con un gesto majestuoso, Dios señaló hacia el resplandor donde yacía la bebé envuelta en la luz que irradiaban los hilos de seda. "Os encomiendo la sagrada tarea de cuidar, guiar y enseñar a Damién en las artes y destrezas celestiales. Que su corazón albergue la llama de la justicia, y que sus alas desplieguen la luz en los campos de batalla contra los infieles y los que aún osan traicionarme."

Zephyron, Celestio y Seraphina inclinaron sus cabezas en señal de aceptación y compromiso. Dios prosiguió: "Os advierto, sus raíces también se hunden en las sombras del pasado. Al igual que otros antes que ella. Protegedla de las tentaciones que acechan, asegurad que jamás abandone los perímetros del cielo hasta el día que tenga que cumplir con su propósito. Que Damién sea un faro en la oscuridad, un ser destinado a la guerra divina."

Con una bendición que resuena como música divina, los querubines se ven envueltos en una luz resplandeciente y dotados de pines distintivos que los diferenciaban del resto por el grado de compromiso que habían adquirido por ese nuevo proyecto. Así, con las alas desplegadas y sus corazones llenos de propósito, los tres partieron junto con la pequeña hacia la cuna celestial donde Damién crecería segura de todo peligro en una de las habitaciones del palacio, listos para moldear el destino de esta criatura en el crisol de la eternidad.


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