Prefacio.

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Adán Salazar Baltimore debe morir para que El Último Caballero ascienda

Jadeante e incesante, herido y desgastado. Corría con sus brazos agarrotados sujetando en ya inútiles músculos un niño a quien cubría con un manto de tonalidad Verónica y Gualda cuál Sol, adornadas con las manchas de suciedad y el característico Escarlata-Carmesí de la sangre que de su cuerpo y manos con callos se escapaba.

Constante, llevaba días sin alimento más que sus innegociables y desapacibles ganas de salvar al nene. Ni descanso, falto de energía y luchando por mantener el ritmo con perpetuas punzadas al pecho que le señalaban una alta posibilidad de un shock y paro cardíaco; a la vez que a sus espaldas un batallón de cazadores lo asediaban. Inclementes en una caza furtiva, entre disparos de armas que ahogaban el resto de sonidos, en un intento de coordinar un ataque preciso.

En su frente, de piel tan pálida como las propias nubes, se marcaban hematomas que se unían en contraste a la marca ennegrecida de un diamante arrancado. Todavía colgaban algunos hilos de carne ya necrótica, oscilando al compás del viento moribundo que los movía de un lado al otro, ya putrefactos.

El diamante arrancado marcó el fin de su servidumbre hacia los Santos. Una servidumbre de mas de cien años que se recompensaba con eso: Heridas, una gran desesperación, un miedo carcomiente y el golpe de las jabalinas y mazos templarios que solo habían dejado el sentir de gotas de sangre y pus derramándose por incontables heridas.

La suciedad nada disimulada de su ropa se contraponían con todo lo que una figura de un guerrero de los santos debía mostrar. En su pecho, reposando sobre sus hombros había correas que sujetaban los restos de una ya inexistente armadura dorada y negra, otorgada por el Padre, mismo que lo mandó a matar y traer de vuelta a la criatura humana en sus manos.

Perseguido por la Santa Orden del Imperio, en secreta alianza con la conquistadora Casa Khan, con miles de nombres. Traidor, Falso profeta y Mesías, Señor de los Idiotas, aquel que producirá la caída del cielo; se llama Sombra Nocturna y consigo el niño Adán.

Estaba exhausto, su cabeza dolía y su estómago se sentía un nudo, la máscara que cubría su cara para protegerlo se había vuelto un lugar claustrofóbico que le cortaba la respiración, con cada paso se le hacía mas difícil seguir, las armas le estorbaban. Siendo perseguido por saber, observado y anhelado de cerca por el portador de la oz que solo esperaba el momento indicado para poder llevarlo consigo.

Saltando de abedul en abedul y de piedra en piedra solo encontró una salida frente a sus ojos. Una caída de varios metros de profundidad. Al acercarse al borde sus botas hicieron caer de lo alto varias pequeñas ramas por la cascada. Dudaba en hacerlo o no por miedo a caer mal y con una alta posibilidad de recibir gran daño por las rocas grisáceas que sobresalían de la espuma generada por el agua.

Con pesadumbre y sin pensarlo más, protegiendo al niño, se tiró de varios metros de alto a un pequeño lago desembocando en un río abajo.

Salió del agua lo más rápido que pudo; apaciguando los gritos de horror de Adán, había sido algo arriesgado, pero que resultó en un poco de ventaja contra sus opositores. Los riesgos eran algo normales en su vida, era muy intrépido y en ocasiones algo impulsivo.

—No falta mucho —dijo al humano, aunque tratando de calmarse a sí mismo de manera indirecta.

«Solo un poco más»

Ambos sonrieron de alivio durante unos momentos hasta que lo que tanto se había alargado sucedió. Una flecha atravesó el tobillo del Kangi dejándolo sin estabilidad y antes de caer herido al suelo un segundo proyectil impactó en su hombro, uno más dañino, una bala de plata que a respuesta recibió un grito ahogado de dolor.

Adán intentó desesperadamente ayudar a su amigo, más no tenía otra opción que correr; y contra su voluntad, por orden de Sombra, corrió de ahí hacia río abajo donde esperaba encontrarse con un Distrito.

El Kangi se puso en pie a penas y con tanta determinación como dolor sujetó una espada viéndose en el reflejo de la misma. Se sorprendió un poco de su apariencia ya mortecina e hizo un gesto en son se decepción por si mismo al no poder garantizar del todo la supervivencia de Salazar. Colocó un par de manoplas en cada mano y se dispuso a ganar tiempo para su pequeño.

Finalmente los doce caballeros llegaron hasta él y lo toparon desafiante de frente. Confundidos dejaron paso al líder de ellos quien frunció el ceño un poco incrédulo.

—No tienes idea de lo que estás causando, ¿qué no? —habló acercándose de manera imponente a lo que el Kangi respondió:

—Libertad, un futuro justo.

«El poder de ese niño es destrucción potencial en manos equivocadas, ¡no puedes dejar que se lo lleven!». Pensó de modo que pudiera recordar la importancia de Adán.

—¡Un futuro en caos! —reclamó el líder atacando sin esperar más, uno de los doce se fue en busca del chico, a quién no tardó en encontrar.

Grandes cantidades de sangre brotaron de su boca y nariz, muchos de sus huesos simplemente cedieron ante cada puñetazo que dejaba su piel teñida de moretones y laceraciones. Se revolcó en aquel líquido carmesí buscando una manera de ponerse de pie pero sin ningún resultado. Sus ropajes se desgarraron y las correas de sus hombros cayeron, sus dientes estaban destrozados y su mandíbula a nada de romperse

—Mírame, rebajado a combatir y perseguir a un rebelde con complejo de Dios salvador —rio disfrazando su cólera y desdén. Un caballero a la altura de los Inquisidores Gakuryanos teniendo que declinarse a perseguir a una sombra. No era ni divertido cuanto menos.

El pequeño corría desesperado oyendo los gritos y golpes de su maestro, a quien deseaba ayudar sin temor a que le sucediera algo, pero a su vez queriendo cumplir su posible última voluntad que era encontrar a un tal Kashí y entregarle el pergamino que tenía en sus manos. Para su desgracia fue alcanzado por el caballero que se separó para atraparlo.

—Eres escurridizo, niño —dijo él, sujetando al humano del cuello contra un árbol y arrebatándole de las manos el pergamino—. Con permiso, esto no te servirá, no donde irás

—¡No! —gritó el menor intentando golpear a su captor, quien al ver lo molesto que era se decidió por noquearlo con un puñetazo.

No obstante, antes de tan solo posicionar bien su brazo, su cuello fue atravesado por una mano ante los atónitos y aterrados ojos del niño.

Los caballeros sujetaron los brazos de sombra y a él frente líder quien se encargaría de dar el golpe de gracia y en ese momento una figura cayó como una bomba detrás de ellos generando una onda expansiva que desestabilizó a los presentes y levantó un manto de polvo que no dejaba ver mas que su silueta. ¿Quién podría ser?

El lugar se silenció, los caballeros llevaron sus manos hacia sus armas instintivamente y, en un segundo, la figura se movió de su lugar tomando al mas cercano estampando brutalmente su cabeza contra una piedra, esparciendo sus viseras por el lugar a una velocidad que no dio tiempo de reaccionar a nadie.

El resto de los guerreros estaban en shock impidiendo su movilidad dejando riendas sueltas a aquel que se interponía. Quien sin esperar destrozó los cuerpos de dos sacros con solo sus manos, quienes no reaccionaron hasta que un cuarto cayó. Siendo guerreros excepcionales y de élite ninguno mantuvo un combate más extenso de dos segundos contra aquella figura de velocidad extraordinaria y fuerza inhumana que los humillaba sin cuartel.

Poco tiempo pasó hasta que el río de aguas un poco turbias fue manchado por un segundo de sangre que provenía de los cadáveres masacrados de once caballeros quedando solo el líder.  En un desesperado acto de temor atacó con bombas que cubrieron tras su explosión el lugar de humo. Un segundo después sintió dos dedos tocando su pecho, esto lo dejó paralizado y sin reaccionar hasta ser presa de la mirada fulminante de aquel enemigo quien sin esperar más y con un golpe directo a la cabeza asesinó al último caballero de aquel batallón.
Sombra cerró los ojos cayendo inconsciente siendo ayudado por el extraño a quien conocía bien y un tiempo indefinido transcurrió hasta que despertó en una cama siendo tratado en todas sus heridas. Quedó con severas contusiones cerebrales, huesos rotos, órganos perforados, posibles indicios asmáticos y una inevitable falla de todo su cuerpo que estaba tratando de ser retrasada hasta hacerla lejana. En el mejor de los casos diezmada aunque con una baja posibilidad de que esto sucediera.

Sintió dolor en toda su extensión sabiendo que era imposible que este desapareciera, cerró los ojos y trató de relajar sus músculos pero no fue posible del todo

Aquel veterano que se apiadó de ellos se hizo presente en la habitación. Sombra lo conocía bien pues eran grandes amigos y hace siglos algo más.

—Si viniste —mencionó, observando pesadamente a su aliado.

—No iba a esperar que sigan —Se sentó cerca de la cama dejando a un lado sus armas con un tono de preocupación—. Santos —gruñó Kashí. Odiaba a los santos—. ¿Qué te trae hasta aquí?

—Kashí, debes proteger al niño —musitó Sombra

—Sabes lo que sucedió la última vez —contestó tajante al prófugo, tratando de ocultar su pena. Quería mantenerse con un rostro inmutable.

—¡Maldita sea, Kashí, debes protegerlo! —respondió impotente ante una respuesta tan despreocupada y poco atenta—. ¡Ese humano que cuidaste desde pequeño es la clave de todo, por Dios y por la Virgen, Kashí por favor, debes protegerlo y evitar que caiga en manos de los Santos!

—Ya se han ido los sacros y si se acercan una vez más no dudaré en atacarlos. Pueden mandar tantos paladines como deseen o más inquisidores —prosiguió sentencioso y decidido.

—No, enviarán a alguien más, una amenaza, algo peor

—Salazar me dijo que uno de los caballeros destruyó un pergamino que le enviaste a entregarme, ¿qué era eso?

—Un mapa a un arma de destrucción que solo alguien como tú podría proteger. Debes ir allí y llevar a Adán contigo —Hizo énfasis en esto último y en el nombre "Adán", el cual él había otorgado al humano junto al Padre mientras que "Salazar" y "Baltimore" fueron nombres que Kashí le puso.

—Debe conocer su naturaleza, ¿verdad? —dijo con un suspiro y una voz que se apagaba ante la mirada del contrario.

—No lo sé, el tiempo se encargará de eso. Tú llévalo contigo y protégelo de todo lo que puedas. Enséñale a sobrevivir, lo que es el Sen, el equilibrio y solo ahí podrá descubrir por sí sólo su naturaleza —finalizó el Kangi entrecerrando los ojos.

—Hey, Hey, Hey, Querub, amigo — dijo Kashí, algo desesperado haciendo leves pero constantes toques con la palma de su mano para despertarlo.

«No puedo aguantar esto mucho más. Mi cuerpo entero grita, diciéndome que me acueste y duerma. Debo resistir. Sólo... Me acostaré un rato»

—Querub, por favor —pidió el Kangi apenado y sintiendo como es que la vida de su amigo se apagaba frente a sus ojos—. ¡Resiste por favor, amigo! —Kashí buscaba una manera de mantenerlo despierto pues sabía que ya no iba a volver.

El Kangi sujetó con fuerza la mano de Kashí y forzando unas últimas palabras dijo:

—Adiós, Kashí, hubiera deseado verte una vez más en otras condiciones...— Y su brazo se dejó caer reposando sobre las sábanas.

Un extraño sentir llegó a Salazar que estaba no muy lejos de ahí, en otra habitación. Un sentir que indicaba algo no muy bueno y un escalofrío recorrió su cuerpo al percibir como si el viento susurrara su nombre. En una dimensión totalmente diferente y extremadamente superior en jerarquía ese sentir llegó hasta el mismísimo Emperador. Este ser sintió a su vez aquel mismo susurro del viento que rezaba "Salazar" y que indicaba el fallecimiento de Sombra Nocturna.

Con un pensamiento llamó al Alto Comandante Militar del e hizo un gesto de aprobación sin decir ni una sola palabra. El comandante, de rodillas, asintió.

En la penumbra del recinto olvidado activó una palanca con severidad y decisión. Estruendosos choques de metal al suelo de piedra mientras el séptimo recinto se abría con lentitud, revelando tal vacío y oscuridad como la misma nada. 

El Kangi entró siendo engullido por la oscuridad. En el vacío escuchó rugidos y gruñidos de algo en el centro de la habitación. Una bestia encadenada que se sacudía rabiosa mientras el chirrido de las cadenas emulaban el lamento de mil almas condenadas a penitencia eterna.

El Alto Comandante se acercó cauteloso. Paseó sus dedos por el bozal que solo era una restricción más y el sitio entero rugió. Su cara se llenó de desdén al observar los sucios cabellos negros como hebras de ébano que caían por el rostro de la bestia. Y desafiante tiró de ellos para provocarlo.

El animal gruñó una vez más mientras expulsaba una pulsante energía de miedo sobre el Comandante, que dominó todo su ser con los adiestramientos que había recibido. Encendió la única luz de la habitación que iluminó a la bestia desde arriba.

Sus ojos ardieron y las venas marcadas en su frente solo le daban una apariencia muchísimo más aterradora. Se sacudió un poco hasta que escuchó unas palabras Y seguidamente lo hico con mas violencia, haciendo temblar el lugar.

—Ha caído... —confirmó tomando un poco de aire—. Tienes trabajo para hacer… monstruo.

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Sombra del Mesías: Acto 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora