«Valkiria...el Ángel...Franco...El Último Caballero» , Resonaba entre los profundos pensamientos del niño Adán que dormía algo incómodo sobre una gran piedra.
Con los ojos entrecerrados pudo observar la figura de Kashí contrapuesta a la amarillenta luz del alba y fue cuando este se acercó a levantarlo para continuar con el viaje. Salazar se sentó al borde de la piedra y oyó el eco de la actividad de la naturaleza.
—Levántate, chico, hay que seguir —Kashí lo agitó por los hombros para levantarlo.
El niño sólo acomodó su cabello y frotó sus manos contra sus aún cansados ojos. Bostezó y tomó sus cosas. Silabeó las palabras que había escuchado en su sueño:
«Valkiria...¿Será una nueva sacerdotisa?», se preguntó.
Durante una parte de la mañana se dedicaron a bajar con cautela de las Cinco Muertes. Las crestas eran empinadas y resbaladizas. Kashí sujetaba por los brazos a Salazar con fuerza para evitar que cayese por la ladera de la montaña.
A unos ciento diecinueve metros escucharon los horrendos alaridos de enfermizas criaturas que sobrevolaban por las zonas. Demonios alados que rondaban los cielos, de envergadura de unos cuatro metros, y una longitud de tres metros. Sus musculosas alas de murciélago les daban una espeluznante silueta y el filo óseo de sus colas los volvían seres de temer. De exóticos colores y unos brillantes ojos esmeraldas que se hundía en un cráneo siniestramente triangular.
—Tivhoths— Bufó Kashí desdeñoso.
—¿Tivhoths?
—Puedes llamarlos Vigilantes. Vástagos de La Gran Durmiente, matriarca de su raza.
—Gran Durmiente...¿por qué se le llamó así? —añadió el niño.
—Se le nombró así por una antigua entidad cósmica, que se cuenta duerme encadenada en lo más profundo del vacío más recóndito para que no despierte —aclaró Kashí mientras seguía avanzando.
—¿Se cuenta? —preguntó nuevamente. Debía ser cuidadoso de no preguntar tanto y molestar a Kashí.
—Una vez conocí a alguien que lideró sus tropas. Una mujer que causó mucho daño y se arrepintió de haberlo hecho.
—¿La...mataste?
—No. Pese a todo lo que hizo, no merecía morir, merecía paz... —Kashí recordaba—, era una mujer rota y herida, usada para el mal.
—¿Cómo era ella? —Antes de Kashí poder responder, un vigilante se abatió cual Halcón sobre sus objetivos por haber estos invadido su territorio.
Extendió sus patas y las afiladas cuchillas que llevaba por garras se lucieron firmes. Kashí logró calcular el momento exacto en la trayectoria de su enemigo y usando solo una correa de su armadura pudo hacerla extenderse hasta el cuello del animal. Lo colocó contra el suelo ejerciendo sobre su pecho la presión de su pie. Usó solo una pequeña parte de su fuerza que separó la cabeza de la bestia del resto de su extensión.
Salazar observó con algo de asco la escena, le sorprendió la agilidad y velocidad con la que Kashí reaccionó, tanta como para no ser necesario advertirle a él que se hiciera para atrás. El resto de Tivhoths chillaron ante todo. El Kangi levantó la cabeza del animal y la arrojó hacia el resto con suficiente fuerza como para derribar a otro mas que cayó debatiéndose hacia el bosque mas abajo.
—¡Que baje otro! ¡Ya ven lo que les sucederá! —advirtió.
—Se ve que los odias mucho —denotó Salazar.
—Si, son aberraciones horribles —Sus palabras eran frías y no dejaban ver mucho odio, sino que hasta parecía contradictoriamente neutrales—. Siempre fueron una molestia para mi, son fáciles de someter y eso los vuelve simples peones fastidiosos.
El pequeño niño decidió seguir, esta vez con algo mas de entusiasmo pese a la aparente poca importancia que daba Kashí al viaje. Corrió varios metros más a través de la nieve, quedando separado del Kangi por varios metros.
—¿No deberíamos preocuparnos por ellos? La velocidad a la que nos atacó fue bastante y no sé que otras habilidades tengan—Se refirió a los vigilantes.
—Poseen variedad de habilidades. No les des importancia, hay cosas diferentes que realmente necesitan nuestra atención.
Antes de seguir adelante, Salazar volteó hacia el distrito. Contempló su progreso, pues en esas cuantas horas había experimentado y viajado más que en toda su vida. Estaba acostumbrado a vivir entre altos muros relucientes con decoraciones doradas y finas, tanto que su máximo acercamiento a la naturaleza era pasear por patios grandes en la Santa Sede (Cuyo único componente natural real era un árbol que apenas se diferenciaba de lo sintético del resto).
—¿Crees que haya gente que nos topemos? —preguntó para romper el silencio. Apenas abriendo su boca al caminar, Kashí dijo a secas:
—Si.
Salazar decidió presionar un poco más.
—¿Crees que sean malos? —Viviendo siempre aislado de todo y todos, amigos no tenía. Tan sólo hablaba con sus preceptores en un trato bastante formal y profesional. Ocasionalmente veía pasar a algún soberano que no le prestaba atención, excepto una: Andrea Senater.
Kashí nuevamente y casi sin expresiones respondió:
—Seguramente —Optando por un poco más de diálogo añadió: —. Debes estar preparado para todo lo que pueda pasar.
Siguieron avanzando y Salazar observó un aparente camino rápido y seguro, se apresuró apuró en correr hacia ahí, estaba entusiasmado por continuar con el viaje y bajar tan pronto como pudiera de la montaña.
—¡Niño, no! —advirtió Kashí demasiado tarde. Poca atención prestó Salazar, nublado por la emoción.
Para cuando quiso ser cauteloso ya era tarde. Sintió como sus pies se hundían varios centímetros conforme avanzaban los segundos y se estremeció al percibir un peligro. En un instante su pie se hundió y quedó al aire debajo de la nieve falsa que daba a una gigantesca grieta. Salazar gritó aterrado ante el temor de morir por una caída.
—¡Por favor, ayuda! —suplicó desesperado mientras trataba de sujetarse de algún lado
—¡Tranquilo, chico! —Respondió Kashí tan pronto se percató del riesgo. Tragó su ira ante la desobediencia del muchachito y se aproximó.
Con cada movimiento que hacía Adán, su descenso se aceleraba más y más. Intentaba balancearse a la derecha, luego a la izquierda, pero no lograba agarrarse de nada y sus manotazos solo echaban más nieve hacia abajo. Kashí actuó con precaución mientras se acercaba.
—¡Hey, Salazar! —vociferó Kashí— ¡Quieto, ya casi llego!
El Kangi se acercó con cautela y cuidado, extendió su brazo que temblaba al compás de la base a sus pies.
—¡Padre! —Gritó Salazar al momento en que el suelo se desplomó dejándolo caer a más de cincuenta metros de altura.
Kashí sin pensarlo mucho saltó hacia el humano desesperadamente. No pensó cómo aterrizar. No importó el daño que pudiera recibir él si podía salvar al pequeño. Su decisión se tomó en un instante.
Momento a momento, metro a metro, segundo a segundo. Kashí sujetó a Salazar y lo estrechó contra él. Había protegido al pequeño, pero esto le costó un fuerte golpe en su espalda, causando así que muchos ítems que llevaba consigo se clavaron en ella. Clamó de dolor mientras el pequeño humano se aferraba a él con gran temor.
—Tranquilo, ya pasó—Trató de apaciguarlo mientras se sentaba Lara ver si estaba herido—. ¿Estás bien?
—¡Yo..., si, yo..., caímos! —Estaba eufórico por la situación sin poder concentrarse bien
—¡Muchacho! —Alzó la voz para llamar su atención—. Respira y ve mas despacio, tu velocidad te pone en peligro. Y eso nos puede costar muy caro —Kashí advirtió con molestia en su voz—. No me desobedezcas y escucha mis órdenes.
—Lo lamento—Respondió apenado. Se levantó y notó que habían caído cerca de múltiples entradas a Cuevas profundas. El niño observó varios vigilantes inmóviles, casi petrificados.
Un chillido en el cielo alertó al dúo, quienes observaron a una buena cantidad de animales cayendo en picada hacia ellos.
—¡Espalda con espalda! —ordenó el veterano.—Yo te ayudaré, pero necesito que también luches, todo el que no sea mi objetivo debe ser el tuyo.
Salazar sacó rápidamente la resortera que tenía en su bolsillo y con sus municiones especiales se preparó. Los vigilantes se batieron a toda velocidad sobre sus presas. Kashí logró calcular su velocidad aproximada y el momento en que era más indicado atacar. Con un corte preciso en triángulo troceó al animal cuyas vísceras cayeron al suelo.
Kashí cubrió al pequeño niño cada que un Tivoth se aproximaba, no creía que pudiera sobrevivir si quiera a una embestida de estos seres y mucho menos a ser dañado por el ácido que las criaturas lanzaban de sus glándulas. Con el escudo se contrapuso las mortales garras de sus enemigos y con su espada rebanó sin mucho problema al segundo y seccionando el ala del tercero, que cayó directamente hacia una roca que terminó causándole, por el golpe en la cabeza, una muerte instantánea. La velocidad de los golpes en picada de los animales aumentaba su fuerza de choque al menos tres veces.
El resto de la bandada bajaba y subía de forma bastante errática, causando una dificultad mas al veterano. El pequeño niño estaba bastante agitado y con los nervios de la batalla no podía disparar bien, errando varios disparos debido a la prisa que tenía por poder acertar uno. Los vigilantes rugieron al unísono usando sus aullidos desorientadores mientras con sus alas generaban grandes ventiscas. Salazar gritó de dolor y cubrió sus oídos antes de caer al suelo y ser arrastrado por el viento.
La poca organización de los vigilantes causaron que hasta ellos mismos se entorpecieran a la hora de dar un golpe; por esto mismo, uno de ellos apenas pudo derribar de la mano Kangi la espada, y al querer huir acabó estrellándose con un compañero. Los alaridos y vientos se detuvieron momentáneamente. Esto le permitió a Kashí tomarlo por el cuello y estrangular a la aberrante criatura. Aplastó su laringe con bárbara fuerza y terminó arrancando su cabeza del cuerpo. Las tripas se repartieron por todo el lugar y la sangre le manchó la piel.
Pasaron unos cuántos minutos y no quedaban más de cuatro vigilantes bastante problemáticos.
Entonces Salazar se puso de pie rápidamente sintiendo un fuerte pitido en el oído, cargó una vez su arma. Kashí había levantado las suyas y uno de los enemigos se dejó caer en picada hacia ambos. Su imprudencia le costó la vida cuando Kashí perforó su abdomen y dividió su Columna en dos. Salazar, que había volteado a ver, fue salpicado de sangre en su cara, está incluso le entró en los ojos dejándolo vulnerable.
Salazar gritó irritado. Agitó las manos dejando caer sus armas buscando quitarse la sangre de la cara.
Kashí notó esto y trató de ayudarlo, pero un vigilante se le adelantó y clavó el filo de sus patas sobre los hombros de Kashí, luchando por levantarlo mientras clavaba su cola inyectando veneno en el cuerpo de Kashí. El veterano gruñó de dolor, las garras se habían clavado muy profundo en su piel y ya sentía la sangre caerle por las heridas. Se resistió a ser elevado por los Aires y en ese preciso momento otro Tivhoth más lo atacó, directamente hacia las piernas.
Salazar parpadeaba desesperado y frotaba su rostro contra su brazo para poder ver lo más rápido posible. Sólo escuchaba los quejidos de Kashí acompañados de los chillidos y alaridos de los vigilantes. Escuchó como uno de estos alaridos parece estar cada vez mas cerca. El vigilante restante se dejó caer directamente hacia el indefenso niño.
Kashí notó esto e intentó fervientemente quitarse a los animales de encima, pero se habían enganchado a su carne. Esto le complicó más las cosas, el sudor le caía por la frente y de a poco sentía como estaba por ser elevado por los cielos.
El vigilante finalmente se acercó tan peligrosamente a Salazar, que no había muchas posibilidades de que se salvara de una embestida, al menos no en una pieza.
Y Finalmente...
A sólo escasos centímetros, Kashí logró empujar a Salazar hacia un lado y tomar al enemigo que lo atacaba por el costado, cuando fue el momento preciso, lo impactó contra su compañero, reventando ambos cuerpos en el acto. El golpe fue tan violento que los huesos saltaron en todas direcciones, algunos incluso golpearon a Adán y Kashí. El Kangi tropezó con la sangre que había hecho derramar y cayó al suelo aún con un último vigilante en cima.
Este se había colocado sobre su pecho, el veterano tomó el filo de su cola e intentó apuñalarlo. Tuvo éxito en algunas ocasiones hasta que antes de dar el golpe de gracia, el animal rugió rabioso y un proyectil se introdujo en sus fauces, pegándolas con un viscoso liquido. Kashí aprovechó esto y clavó el filo óseo del animal en su caja torácica y con sus manos lo dividió en dos.
—¡Ja! —clamó Adán—¿Viste? Creo que mejoré mis disparos.
Kashí gruñó en murmullo desde el suelo por el asco. Se quedó unos segundos en el suelo antes de ponerse de cuclillas para limpiarse.
—Si... —suspiró Kashí—, pero debes recordar que primero va la precisión, sin que sea opacada por la velocidad. Bien hecho —Kashí respiró un poco en el suelo——. Esas municiones, resortera, todo eso, ¿de dónde lo sacaste?
—Sombra me los dio después de que huimos de los cazadores. Por lo que sé, son para algunos soldados de bajo rango.
—Son bastante eficientes, ¿qué más pueden hacer?
—Generan electricidad, luz intensa, y mezclas como la última, capaces de dejar quieto al enemigo —enumeró.
—Hmm, nos van ser muy útiles con tu puntería.
Por alguna razón, los cumplidos no parecían cumplidos si venían de Kashí. Salazar no sintió ese refuerzo que Sombra solía darle.
El Kangi se levantó cojeando levemente de su pierna izquierda y limpió la sangre de encima. Ambos, maestro y aprendiz, levantaron las pertenencias que se habían caído y el Kangi se agachó a revisar el cadáver del Tivoth que había quedado en menor mal estado. De un tirón le arrancó ambas alas, luego prosiguió arrancando los ojos. Kashí los elevó justo a la altura de los suyos para analizarlos y los guardó. Por último le arrancó los colmillos con su segregación natural de veneno y varios huesos ligeros con los cuales improvisó flechas para Salazar.
En ese momento ambos escucharon un ruido que provenía de las cavernas de su alrededor.
Salazar se puso detrás de Kashí, quien levantó su espada y escudo en Guardia, listo para descuartizar enemigos. Los aullidos venían de las cadenas de cuevas que los rodeaban. Cavernas que podían descender hasta los cinco mil metros bajo tierra. Ambos escuchaban varios sonidos que iban y venían, moviendo las piedras, surcando la oscuridad. Sombras.
Salazar observó detenidamente y notó dos ojos rojizos que los observaban desde el ennegrecido frente.
—Moradores de las tinieblas —Hizo notar el joven humano. Cargó una munición lumínica en su resortera y la disparó hacia ellos.
La luz rojiza illuminó un musculoso y Atlético cuerpo de reptil. Cuatro patas con poderosos osteodermos y cortantes garras curvadas sostuvieron a aquel ser aberrante. Tres metros y medio de altura, diez de longitud; Su piel negra obsidiana se camufló casi a la perfección con su entorno. La saliva cayo por sus fauces entreabiertas, de ellas emergieron múltiples dientes curvos y de forma irregular. Una fila de terminaciones óseas recorrió desde su frente hasta la punta de la cola para protegerlo y todo su lomo y parte de su cabeza recubierto por protoplumas que perciben el movimiento en la oscuridad a través de las fluctuaciones en el aire.
—Puedes bajar tus armas, no nos atacarán —aseguró el pequeño—. Mira, su piel no resiste la luz solar —hizo notar.
La criatura gruñó al sacar una pata desde las sombras y que está recibiera quemaduras en su piel. Maestro y aprendiz voltearon a ver al otro. Debían ser bastante cuidadosos, sobre todo en las noches, ya que a esas horas los moradores podrían salir a cazarlos.
Con unos movimientos de la espada de Kashí, los moradores retrocedieron. Se arrodilló y Salazar se subió a sus hombros, aferrándose para poder subir. El Kangi metió sus manos en una grieta y comenzó a subir eligiendo los agarres más adecuados.
—¿Para qué tomaste las alas del vigilante? —Salazar habló mientras estiraba sus piernas.
Kashí se colocó detrás del pequeño. Tomó algunas correas de su traje e improvisó con otras telas una prótesis de alas para Salazar. Redujo un poco su tamaño para que no fuera una molestia para el muchacho en combate.
—Sus alas, plumaje y forma les permiten volar rápidamente y de manera ligera. No tienen mucho peso pero si resistencia. Tú no podrás volar pero si planear durante algunos segundos si saltas desde algunos espacios para planear hasta otros un poco más lejos.
Salazar sonrió orgulloso de las alas que ahora portaba mientras avanzaban a un pequeño risco. Kashí de un salto llegó cuatro metros más abajo, se alejó de ahí unos diez metros mientras Salazar se paraba temeroso al borde.
—Sujétalas, extiéndelas a tus costados y salta impulsándote hacía adelante —Kashí ordenó haciendo indicaciones con sus manos.
Los pies de Salazar tiraron un poco de tierra y ramas. Dios varios pasos hacia atrás con un poco de miedo mientras sus manos temblaban. Dio el primer paso y luego el segundo, el tercero y cuarto. Cuando decidió lanzarse frenó en seco a último momento. Se arrodilló, apretó sus manos y decidió bajar con cuidado.
Un poco avergonzado se acercó a Kashí con la mirada baja, quien lo esperaba con una ceja levantada y una mirada juiciosa.
—Perdón, ¿si? Nunca antes he volado de ninguna manera en ningún sentido. ¿No crees que podrías darme más clases de vuelo?
Kashí se quedó unos segundos mirándolo fijo antes de echar un suspiro y seguir caminando, una y otra vez se obligaba a recordar que estaba tratando con un niño de solo nueve años. Obviamente Adán no había sido entrenado como él.
La mañana se fue llevándose consigo una parte de la travesía en donde Maestro y aprendiz lograron subir nuevamente y avanzaron por un par y medio de Milla más, a través de la extensión del frondoso y tupido bosque. Adán seguía curioso, pero con miedo de preguntar algunas cosas; tampoco le gustaba el sepulcral silencio que abundaba, únicamente interrumpido por los ruidos de la naturaleza. Salazar sabía que era posible que el Kangi se molestase por tantas preguntas.
Pese a todo, aun había una pregunta respecto a Kashí que se hacía y que con algo de valor se atrevió a hacer:
—¿Cómo te has hecho así de fuerte?
Kashí pensó la respuesta durante unos segundos
«¿Cómo?... Cómo...»
—El dolor, chico. El dolor es la clave de mucho —aseguró melancólico.
—Pero el dolor se supone que es malo, ¿o no? Trae sufrimiento y cosas malas —Salazar tenía una idea un poco clara del dolor.
—El dolor es, junto al fracaso, un gran maestro.
—¿Qué puedo aprender sufriendo? — Inquirió curioso
—El dolor te enseña por donde no ir, qué no hacer. El dolor te puede traer experiencia y aprendizaje; si has sufrido un hecho, el dolor te enseñará que hacer para no repetirlo. Cuando alguien como yo vive tantos años, se rodea de dolor con el cual convive diariamente, logra olvidarlo o usar ese mismo dolor en su beneficio. El dolor ayuda a ver las cosas como son, la verdad —Salazar escuchaba atento lo que su maestro pronunciaba y prestaba atención a cada palabra—. Pero debes ser cauteloso, el dolor nubla el juicio y una mente nublada no puede ver la verdad.
—¿Cómo has logrado aguantar todo ese dolor? —La inocencia de Adán traía en sus preguntas una carga emocional para Kashí.
—Me centro en lo que puedo controlar —Tomó un respiro para acomodar las palabras—. Por ejemplo, no puedo controlar las acciones del mundo y la vida. Pero puedo controlar cómo respondo a ellos y a su crueldad....El pasado no se puede cambiar. Esto significa que no puedo deshacer las cosas que he hecho y de las que me arrepiento. Pero puedo elegir cómo vivir con esta carga —Pese a estar dando una verdad, Kashí en su interior se sentía un hipócrita, pues incluso él aún no había aprendido a vivir con ciertas acciones de su pasado— ¿Dejo que la ira me consuma y me convierta en un monstruo? ¿O utilizo ese dolor y lo transformo en algo que merezca más la pena Es en tus momentos más oscuros cuando debes abrazar la luz...
El pasado.
—¿Cómo puedo aguantar todo como tú? —insistió el niño.
Optando por abrirse un poco más, Kashí dijo:
—No siempre he tenido la fortaleza mental que ves en mí. Mi vida se vio marcada por varios hechos...—Su voz dejó un tinte de tristeza en el aire y los recuerdos le desgarraban las entrañas—. Todos enfrentamos tiempos oscuros en nuestra vida. Pero es la forma en que reaccionamos a ellos lo que da forma a nuestro futuro. No dejes que los días difíciles te rompan, deja que los días difíciles te fortalezcan.
El día a día y la monotonía de los primeros meses punzaban la cabeza de Salazar cómo no lo esperaba. Tanto ansiaba algún día ver el mundo real y sin embargo lo único que veía era todos los días lo mismo: Plantas, rocas, lodo, árboles. Ocasionalmente algunos cadáveres. A su mente llegaban demasiadas dudas que necesitaba esclarecer acerca de Sombra. Muchas veces pensó que habría tiempo para sus preguntas. Jamás esperó que todo se diera vuelta tan rápido.
—¿Podemos descansar un poco? —preguntó Salazar tras la caminata con varias horas silenciosas. Quería tener un lugar donde descansar bien y algo rico para comer, aunque extrañamente no sentía que fuese una necesidad.
«Supongo que eso es un No. Ojalá fuera conmigo como lo fue Sombra», pensó mientras veía a Kashí avanzar delante suyo.
Con sombra no se sentía en soledad y como si no hubiera nadie con él. Sombra siempre tenía algo para hablar, una historia que contar o tal vez un chiste casual. Kashí parecía una gigantesca montaña que avanzaba sin decir nada.
—Descansaremos en un rato, debemos seguir —Una sonrisa disimulada se dibujó en los labios de Salazar.
La noche se aproximaba y aún quedaban dos horas de luz. Kashí siguió.
Salazar suspiró ante el cansancio.
—Déjalo, iremos a casa.
El niño se alarmó ante el comentario.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Meses y apenas recién está comenzando este viaje realmente, y te rindes cuando falta demasiado, volveremos.
—No, no, solo debo recuperarme —Salazar avanzó varios pasos delante del Kangi. Creyó que Kashí lo había notado débil.
Kashí supo que esas palabras le harían seguir, duras pero lo convencerían. Aplacó su preocupación por lo próximo que podría venir, sabía que era probable que debieran enfrentar muchas cosas.
—¿Qué sabes de un tipo invulnerable en la Sede Imperial? —Necesitaba tener información de qué era a lo que se había enfrentado, no era algo que realmente quisiera tocar, pero al paso de las semanas se vio en la necesidad de quitar esa duda.
—La verdad, no lo sé. Quienes nos siguieron eran cazadores Kovka o algo así. Aún me sorprende que no hayan enviado a un Gran Inquisidor de alguna facción. O un paladín.
—Gran Inquisidor —silabeó Kashí en voz baja mientras seguía avanzando, anclado todo en su mente. Nunca antes había enfrentado Inquisidores, aún cuando sí enfrentó cientos de ejércitos de las otras Casas e incluso negó el honor de ser un paladín imperial.
Llegaron a un lugar bastante extraño. Un modesto templo roto en la ladera de un acantilado sombreado marcó la entrada a aquel sitio. Más allá del templo roto yacía una sala estrecha y sucia, cubierta de excrementos de murciélago, raíces y charcos de agua.
—¿Siempre ha estado aquí? —indagó el humano, confundido. Giró un par de veces para poder observar detenidamente el sitio.
Kashí tomó un palo del suelo y con los elementos que poseía a mano logró improvisar una antorcha que le permitió ver las celdas de la prisión, desgastadas y desmoronadas por el propio tiempo.
Más adelante había tres caminos, decidieron tomar el de la izquierda. Su retorcido sendero los llevó a pasar por habitaciones derrumbadas y tesoros saqueados. Avanzaron por un angosto pasillo que estaba recubierto con jeroglíficos de naturaleza Kangi. Kashí se incomodó al sentir sus hombros tocar cada pared de aquella pasarela. Varias pilas de barriles de pólvora están apiladas contra una pared, más adelante. Un esqueleto que sostenía una antorcha yace ante ella. ¿Qué había pasado en ese lugar?
Siguieron avanzando, adentrándose en las sombras del lugar. Pasaron por unas cuantas salas y pasajes más, cada uno de los cuales parecía no tener fin, conduciendo a quién sabe qué. Finalmente llegaron a la que probablemente era la sala central. Una gran puerta de granito bloqueaba el paso. Había innumerables runas por toda ella, de alguna manera intactas por el tiempo y los elementos. Glifos que describen la leyenda de un alma vagando sin destino en la historia.
—Por suerte, sé que no eres tú —dijo en voz baja Kashí, recordando a alguien —Sakura.
—¿Está mal que sienta algo de pena por los vigilantes muertos? —Interrumpió Salazar los pensamientos de su maestro.
—Yo no lo diría exactamente así, pero piénsalo de otra manera. Ellos no sentirían pena de matarte, o algún otro enemigo que tenga ese fin. A mi no me daría pena sus muertes si ellos buscaban la mía en sus manos —El dolor lo había vuelto un guerrero crudo y despiadado, con un corazón frío como el hielo—. Para poder tener la eficacia que requieres en combate, un guerrero debe centrarse en él, en ganar y no dejarse llevar por la pena al enemigo. Todo esto no es un lugar para un niño, solo para un verdadero sobreviviente, para un luchador. Un guerrero.
—Lo entiendo, lo haré mejor, lo prometo —Salazar reforzaba sus palabras con los gestos de sus manos.
—¿Puedes ser un guerrero?
—Claro que puedo, ¿por qué dudas? —Se molestó un poco ante la pregunta.
—Sólo quiero saber si estas listo para lo próximo que podría pasar.
Kashí se tragó su preocupación. Adán era muy joven para todo eso, pero requería llevarlo. No sabía si podría garantizar su bienestar como se lo juró a Sombra. Él solo podría con todo lo que el Imperio quisiera mandarle, pero ¿podría también proteger a su hijo de los riesgos
El Kangi no hablaba por hablar. Sabía bien lo que decía; de donde venía era una cultura guerrera, siendo la fuerza en la base del pilar, el dolor en toda su expresión. Los bebés Kangis de su hogar eran inspeccionados desde sus nacimientos, los viejos y sabios decidía que niño vivía o moría. Si estos tan solo encontraban alguna pequeña debilidad, obligaban a los padres del pequeño a arrojarlo al Freu Rad'a, un pozo profundo donde sin dudas moriría de hambre. Como Kashí, quienes pasaba y superaban estas inspecciones no tenían sus vidas resueltas, al contrario.
Eran bautizados en una aguardentosa mezcla que involucraba vísceras y Sangre de Tigres Igin. Esto, según las leyendas, era capaz de fortalecer a los mas jóvenes a quienes ignoraban si lloraban. A los ocho años es cuando iniciaban su entrenamiento formal. Ya dependía de otras cosas otros entrenamientos, como la naturaleza del niño, pero la base siempre era la misma.
Este entrenamiento, conocido como Ajeagón, era severamente riguroso, requería gran disciplina y sometimiento a la autoridad, se los separaba de su familia y se los llevaba a campos donde iban a permanecer hasta sus dieciocho años. La vida era extremadamente áspera y dura.
Quedaban a la orden de un centinela que debería asegurarse que llegarán vivos al final del ciclo, aunque era costumbre que incitara, a quienes estaban bajo su tutela, que resolvieran sus problemas a punta de puñetazos.
La presión era a bestial. Física, mental y psicológica. Eran adiestrados en múltiples áreas para este aptos si necesitaban sobrevivir. Debían aprender a escribir, leer y expresarse de forma breve y concisa: y el no hacerlo significaba una falla crítica en su educación.
La comida era miserable, pero sé les incitaba a robar comida mejor si ellos querían, esto desarrollaba sigilo necesario para cualquier guerrero y soldado. Claro, pobre del recluso si era encontrado en el acto. Recibía una sesión de varias horas de puros latigazos sin parar en ningún momento.
―Abajo, muchacho ―alertó Kashí, haciendo presión en el hombro de Salazar.
El niño se sorprendió ante la repentina acción. Poco a poco sintió un hedor a muerte que a cada segundo se incrementaba más y más. Adán tragó las ganas de vomitar y se preguntó a qué se debía el mal olor.
―Quédate detrás de mí ―Kashí sujetó su espada.
Salazar asustado le preguntó:
―¿Qué sucede? ―Tomó su resortera torpemente mientras sus manos temblaban.
―Legionarios no muertos ―respondió el Kangi, haciendo un gesto con sus ojos en dirección a unos metros más adelante.
Cuerpos pútridos se balanceaba de un lado al otro más adelante. Unas máscaras de carne necrótica caían por sus cráneos. Algunos sin mandíbulas, otros sin alguna extremidad, todos armados. Su sangre parecía haber sido reemplazada por un fluido morado brillante que resaltaba entre la negrura de lo que restaba de piel.
―¿Y eso cómo se mata? ¿Cómo mato algo ya muerto? ―inquirió Salazar, temblando de los nervios.
―Primero respira y relájate, esta será mi pelea ―Ajustó su escudo―. Quizás puedes ayudarme, pero no te quiero cerca del campo, ¿entiendes?
―No, yo...,no, ¿qué? ―vaciló―. Están ya muertos, ¿cómo sé que no volverán?
―¡Respira, Salazar! Dijiste que podías ser el guerrero que el viaje necesita, ¡¿lo olvidaste?! ―Bajó la voz para no llamar la atención de los legionarios, pero sin dejar de sonar autoritario y firme con su hijo.
―Perdóname, lo lamento ―Salazar apretó sus puños y volvió a sí―, lo que pasa es qué...
―Son vulnerables a las fuentes de luz poderosas ―Le dio indicaciones para mantenerlo fuera de sus dudas y dentro de la situación―. Mira que viven en grupos, si puedes inmovilizar a todos, va a bastar un golpe.
Salazar asintió.
―No te cruces en el campo, no quiero que te suceda nada. Ataca a la distancia, tus proyectiles pueden ayudar bastante. Inmovilízalos y ciégalos si puedes―Para estar preocupado, a Salazar las palabras le sonaban igual de ásperas que siempre. Kashí se puso de pie y avanzó. Antes de ir al combate, se volvió a Salazar y le hizo un gesto para indicarle dónde posicionarse.
El Kangi avanzó hasta los legionarios, quienes reaccionaron perplejos a su presencia.
―Señores...―mencionó, de manera calmada el Kangi, llamando la atención de todos.
El primer legionario lo notó y se puso en posición defensiva, con la punta de su arma al suelo, una pose abierta que declaraba de pelea. Tras esto, el horrendo ser cuya piel que solo se veía en sus brazos estaba pútrida, su armadura desgastada, su hedor abundaba en el lugar, y sus rechinantes dientes chocaban al hablar causando un chillido insoportable, se preparó. Ambos se colocaron en pose de pelea.
Kashí, por su parte, tomó en sus manos su espada y su escudo. Era una pelea que Salazar no podía luchar por lo que funcionaría como un aliado desde las sombras, con disparos certeros.
El combate empezó y varios muertos vivientes se adelantaron a zancadas para flanquear al Kangi. Su espada seccionó a un enemigo por su amarillenta columna y el escudo destrozó la caja torácica de otro más. Con un barrido derribó al tercero, a quién acabó al aplastar su cráneo con el pie, marchándose de tripas putrefactas.
Salazar lanzó el primer ataque que generó una explosión que cegó y desorientó a los legionarios, antes de lanzar un ataque del mismo líquido que había usado para ahogar al vigilante aquel día, permitiendo a Kashí avanzar con mayor facilidad. Kashí se nutría con cada muerte y su ira se incrementaba al recordar como estos seres habían matado frente suyo a cientos de Kangis a quienes no pudo salvar, entre ellos Niños. ¡Niños! Como los que él mismo había...
Un gruñido y bramido de furia se hizo presente antes de que los siguientes dos enemigos más cayeran al ser estrellados entre sí por el veterano, quién los tomó por el esternón y aplastó contra el otro. Salazar se paralizó ante el miedo de la situación y su mano no respondía. No eran vigilantes, ni personas, eran monstruos.
Un legionario lo tomó por sorpresa cuando se acercó a él desde atrás. Entonces lo atacó lanzando múltiples golpes al cuerpo escuálido y pequeño, y para su sorpresa, siendo un niño de tan solo nueve años, con facilidad logró esquivar todos los ataques.
Salazar no podía creer que estaba siendo atacado, su cuerpo reaccionaba solo, pues ni siquiera estaba pensando. A pesar de apenas haber tenido entrenamiento básico no estaba seguro de qué le movía más que el miedo. Más eso no significó que podría luchar, no era capaz de vencer, por lo que se echó a correr. Al mismo tiempo que Kashí se vio rodeado por sus enemigos, pero mostrando su maestría con las armas, de un movimiento limpio barrió el suelo con todos ellos.
―¿Salazar? ―preguntó el Kangi, quedó esperando las municiones. Sin respuesta―. Oye, niño ―Nada aún.
Kashí respiró agitado mientras se volteaba en todas direcciones temiendo lo peor. Hace tiempo no sentía esas emociones. Por un minuto, tal vez menos, todo se calmó. Esa calma se vio interrumpida cuando escuchó que el humano gritaba por ayuda. Y la triste realidad lo golpeó de nuevo. Otra vez, se dio cuenta que nadie estaba allí para ayudarlo más que él. Su estómago se hizo un nudo y sintió que el miedo le devoraba las entrañas una vez más.
El legionario tomó a Salazar en sus manos, apretando con esqueléticos dedos los hombros del niño. Adán gritó horrorizado cuando sintió como era levantado del suelo y el monstruo abría su boca, dejando ver un trozo de carne muerta como lengua y soltando el horrible olor a descomposición de sus fauces.
Salazar forcejeó desesperado. Kashí por el ruido logró ubicar a su hijo, sujetó con tanta fuerza su espada que casi agrieta la empuñadura, corrió a toda velocidad listo para enfrentar a cualquiera.
Salazar logró soltarse, pero no huir. El no muerto lo levantó por la cintura mientras él con sus manos alejaba su cabeza y buscaba algo que le pudiera ayudar. El pánico lo devoró y sus piernas se agitaban desesperadas.
―¡Por favor, detente! ―Luchó, pateó y se agitó como nunca antes lo había hecho. Sentía dolor en el estómago y sus piernas ya no percibía―, ¡te juro que no volveré a molestar a tus amigos ni volveré a venir aquí!
El monstruo ni siquiera entendía lo que el pequeño decía, tampoco le interesaba.
En un instante, Kashí logró interceptarlos y al momento que su mano rebanó la cabeza del Legionario, su cuerpo ya se estaba desplomando. Lo único de lo que se pudo percatar en ese abrir y cerrar de ojos fue el cuerpo inmóvil de su hijo y sangre que se derramaba a borbotones.
―¡Salazar! ―gritó desesperado, temiendo lo peor. Kashí hizo a un lado el cadáver del no muerto y contuvo el aliento. Adán estaba inmóvil, duro y con la mirada perdida en la nada. Su cuerpo se manchó de la sangre de su enemigo y en su mano empuñaba un cuchillo― Niño, ¿estás bien? ―inquirió histérico, tomando al pequeño y revisando sus extremidades, en busca de alguna herida o algo. Al percatarse de que Salazar no reaccionaba, Kashí suavizó su voz, lo miró a los ojos y preguntó:―¿Estás bien?
El Kangi lo sujetó por los hombros con cuidado y delicadeza. El niño estaba en shock, no podía creer lo que había hecho. Kashí se arrodilló y ambos quedaron frente a frente. El pequeño bajó la cabeza mientras entre pucheros caían por sus mejillas grandes lágrimas de culpa; no podía ni siquiera levantar la cabeza para afrontar la vista de su padre, solo podía quedarse a lamentarse por lo que acababa de hacer. Salazar rompió en llanto.
Sus manos yacieron manchadas de sangre y con la vida de otro ser.
Kashí vio en aquel pequeño cuerpo lo que él había sido alguna vez, recordando la primera vez que asesinó a alguien, su reacción, la culpa que lo carcomía cada vez que veía a sus enemigos caer a causa de sus manos. El veterano subió las manos hasta el rostro del pequeño y limpió sus lágrimas.
― Escucha... ―inició, mirando con compasión al niño ―, debes cerrarte a su pena, a su dolor y su vida ―ordenó, teniendo clavada la llorosa y cristalizada vista del contrario―. Nos resta mucho camino aún, y ellos no van a sentir pena ni piedad por ti―Tomó un respiro―. Nosotros solo matamos por supervivencia. Lo que hiciste no estuvo mal, te defendiste para vivir un día más y ya...
Kashí claramente no esperó respuesta, sabía que el menor apenas y podía procesar lo que había hecho. Así que dándose la vuelta y tomando sus brazos, subió al niño a su espalda y prosiguió a continuar. El silencio era interrumpido por los sollozos del niño, junto con los pausados pasos del mayor, quién miraba a la luna, sabiendo que al menos por el momento la calma podía prevalecer.
El tiempo del Sol se acabó y la noche se cernió sobre ellos.
―Descansaremos ―Dejó a Salazar cerca de una fogata que preparó para calentarle.
Los recuerdos, después de tanto tiempo volvieron a su mente. Recuerdos que creyó haber sepultado en lo más profundo de su mente:
Se encontraba al lomo de un Oso Ingru, blandiendo una poderosa jabalina y un escudo muy diferente al que tenía. Exhortaba a sus legiones que atacasen de frente al ejército Gakuryanos
―¡Vengan junto a mi, nobles guerreros alenettienses! ―Alentaba sin detenerse―, ¡siendo sólo cien, vamos a luchar como cientos de miles!, ¡acábenlos, sin piedad, no quedarán rehenes ni prisioneros! ―Expiraba el ardiente fuego que marcaba su gran poder. Los sonidos de la carnicería lo deleitaban.
Sus órdenes, en ese entonces, eran muy simples:
—¡Mátenlos!
Los Alenettienses pugnaban por el honor de servir bajo el mando de la leyenda de Kashí. Siempre llevaba una Jabalina que, se dice, nunca fallaba y penetraba absolutamente todo. Él se encargaba de guiarlos como solo él mismo sabía hacerlo, siempre hacia la victoria. Sus tropas eran aterradoras y todo el imperio se estremeció ante el rugido de su voz y el retumbar causado por sus soldados. Soldados a quienes sólo les enseñó a matar y ganar.
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Sombra del Mesías: Acto 1
General FictionInicio de la saga "El Último Caballero" El Acto 1 Narra el inicio de la historia con Kashí, un Kangi que debe realizar un viaje junto a su hijo Salazar para cumplir la última voluntad del otro padre del muchacho y descubrirse ellos mismos, su ident...