29. MAX.

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Santa Biblia Reina Valera 1960 - Job 2
8 Y tomaba Job un tiesto para rascarse con él, y estaba sentado en medio de ceniza.


Narra Max:

Mi mirada está puesta en las escaleras que llevan hacia una puerta que es la que da a la salida de este horrible lugar en el que me encuentro.

Quisiera salir, pero es tarde para eso, me encuentro atado con grilletes en las manos y colgado de unas cadenase.

No puedo más, el dolor en mis brazos de estar colgado por tanto tiempo es horrible, además tampoco me han dado comida.

Lo único que me ofrecieron fue carne descompuesta del sujeto que antes tuvieron aquí torturando, obviamente me negué a comer eso, yo no soy caníbal.

Ha sido tanto el tiempo que me tienen aquí que hasta la cuenta la perdí, son tantas las torturas que me hacen que lo único que deseo es la muerte, ya no quiero más.

Había oído de que Mibsan tenía un cuarto de tortura, pero nunca me imaginé estar en el.

Además lo subestime, pensé que no sería tan horrible, que quizás me torturarían por un día y luego me matarían, nunca pensé que el desgraciado de Bestia fuera tan cruel.

Lo peor de todo es que cuando ya estoy a punto de desmayar, me hace inyectar medicamentos para que pueda seguir resistiendo las torturas, su gozo es verme sufrir.

A una hora específica le hace una videollamada a los hombres que me torturan y les dice como me torturen, mientras él solo se deleita viendo cómo gritó de dolor.

El día de ayer me torturaron con tenazas caliente, me quemaron el vientre y parte de mis extremidades, por alguna razón que desconozco, Mibsan no permitió que me quemaran la cara, pero eso no quiere decir que no la tenga molida a golpes.

De repente escucho la puerta abrirse, eso solo significa que mis torturadores han llegado.

«Debí de haber matado a Mibsan cuando tuve la posibilidad de hacerlo».

No quiero ni pensar que tortura será la de hoy, lo único que anhelo es que se les vaya la mano y me terminen matando, así me libro de tanto sufrimiento.

«No todo termina ahí».

Las palabras de mi bella Alice retumban en mi mente, siempre que entraba a verla en dónde la tenía encerrada solo para mí, lo único que hacía era hablar y hablar de Dios, me decía que si no me arrepentía de todos mis actos, me iba a ir al infierno cuando muriera.

Esa era una de las razones por las cuales casi no iba a verla, me contentaba con verla a través de las cámaras.

Todos estos años que la tuve conmigo en contra de su voluntad, luche para ganarme su corazón, pero nunca se dió por entendida, siempre me rechazó y yo no tuve el valor de hacerla mía por la fuerza, ya que quería que ella estuviera conmigo por voluntad propia, pero en su corazón siempre estuvo el desgraciado de Fares.

Cuántos veces intenté matarlo, pero siempre fracase, si lo hubiera logrado matar, quizás, solo quizás hubiera habido un espacio para mí en el corazón de Alice.

Los hombres de Mibsan bajan por las escaleras mientras charlan animadamente entre ellos, están tan tranquilos que cualquiera que los viera pensaría que van a hacer cualquier cosa, menos a torturar personas.

—tienes suerte —dice uno de ellos mientras me hecha agua helada en mis quemaduras.

Aprieto mis labios para no gritar del dolor ya que no consiento nada.

«Ojalá no pudiera sentir dolor».

Otro de ellos se acerca y comienza a quitarme los grilletes.

«¿Que estarán planeando?».

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