DE LO SUCEDIDO EN LA GRAN CIUDAD III

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La muerte de mamá, por causas naturales, fue quizá más inesperada que la de Daniel.

Son tantas las cosas que dejan de decirse, y tantos sentimientos que dejan de expresarse por creer que esa persona jamás se irá, que nunca le pasará nada. El día menos pensado te das cuenta de que no volverás a ver a ese ser tan especial que ahora sólo vivirá en tu memoria... y que todo lo que tenías para decirle únicamente podrás expresárselo al viento.

— ¡Todo fue tan repentino! —afirmaba Carolina, mi hermana, en medio de mil gotas de llanto— Siento como si...

—No digas nada —le pedí—. A nadie le importa lo que estás sintiendo. Guarda silencio y no produzcas lástima.

Desde que la tierra cubrió el ataúd de mi madre en el cementerio, la oscuridad se apoderó de mi vida. Me sentí tan solo y desamparado, que un frío hiriente invadió todo mi cuerpo y no me dejó dormir durante varias noches. La soledad era mi única compañera; nadie venía a consolarme, a dejarme llorar en sus brazos, a sanar mi aflicción, a brindarme un pañuelo para secar mis lágrimas. Mi hermana y yo teníamos una relación distante y casi no hablamos durante el tiempo que velaron a mamá.

Eran tantas las cosas que necesitaba y que nadie me quiso dar, que mi refugio fue Valentina. La única que se quedó conmigo mientras mi mundo se venía abajo fue ella.

En medio del dolor por la muerte de un ser tan sublime y especial como mi madre, Valentina me acompañó noches enteras hasta la llegada del amanecer. Prácticamente pasábamos nuestros días juntos, ya fuera en su apartamento o en el mío.

Ninguno de los dos quiso regresar a la universidad.

—Entiendo por lo que estás pasando —me decía para tratar de consolarme en una de esas tantas noches—. Yo ni siquiera llegué a conocer a mi madre. Ella murió apenas nací; era una mujer muy débil y no resistió el parto.

— ¿Entonces quién cuidó de ti? —indagué.

—Papá, hasta que prefirió irse al poco tiempo con una mujerzuela y abandonarme a mi suerte. Fue entonces cuando mi abuela materna me recibió en su casa. A ella le debo todo lo que soy ahora. Ojalá se sienta orgullosa de mí, donde quiera que su alma esté.

Su abuela podía sentirse orgullosa. Ella hizo de Valentina una persona altiva, ambiciosa, de gustos particulares para comer y vestir, delicada como una fragante rosa, amante de los libros de Bukowski y obsesionada con mantener su cabello lacio y bien peinado. Ahora aquella hermosa joven de veintitrés años, estudiante de negocios internacionales, inteligente y decidida, había resuelto tenerme a su lado y yo no permitiría que eso cambiara. No después de tantos años sufriendo en silencio.

—Todo ha pasado tan rápido que... no sé, no comprendo qué voy a hacer con mi vida de ahora en adelante —le comenté con preocupación.

—Lo mejor que puedes hacer es amarme —me aseguró, acariciando mi cabello mientras yo apoyaba la cabeza en su vientre.

—Valentina, ¿por qué seguimos viéndonos a escondidas, como si estuviéramos cometiendo un pecado? ¿Te has dado cuenta que actuamos como una pareja de novios pero no hemos formalizado nuestra relación?

El rostro de la muchacha se tornó gris, melancólico, como si hubiera recordado algo que la acongojaba.

—Daniel se interpone —me aseguró en tono de resignación—. Lo sabes. Debemos seguir así.

—Pero él está muerto.

—Sus recuerdos siguen vivos. Me atormentan, me persiguen. Ha pasado muy poco tiempo desde su partida y...

—Y aún lo amas. Amas recordarlo.

— ¡No! Es solo que... adonde quiera que voy, adonde quiera que miro... está él, sonriéndome con recelo. Cada rincón de este apartamento y de esta ciudad me lo recuerdan a él. Lo siento, Nicolás.

LA MALDICIÓN DE SOFÍA: Cuando los amores del pasado te persiguenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora