PRÓLOGO

431 82 50
                                    

Hace un par de semanas, antes de que llegaseis, me despertó una fuerte tormenta durante la noche. El viento agitaba los árboles y el sonido de los truenos era ensordecedor. Fuera, la lluvia caía con fuerza y los relámpagos iluminaban el interior de la casa. Oí un ruido en el piso de abajo, alguien había abierto la puerta y entrado. Aquí seguimos dejando las puertas abiertas, ya sabes que en el pueblo nos fiamos todos de todos y todavía conservamos esa costumbre de no cerrar ni siquiera por las noches. Pensé que habría sido algún vecino que necesitaba algo, porque, ¿quién en medio de aquella tormenta iba a aventurarse a salir de casa si no era por algo urgente? La luz no funcionaba, como suele pasar aquí cada vez el tiempo empeora, así que encendí una vela de las que guardo siempre en mi mesilla de noche, la encendí y me encaminé por el pasillo hacia las escaleras.

Pregunté si había alguien abajo, pero nadie respondió. Conforme iba bajando las escaleras solo podía escuchar el crepitar de los rescoldos que todavía quedaban encendidos en el fuego y el sonido de los truenos que, por suerte, cada vez se escuchaban más en la distancia.

Al descender a la planta inferior pude ver la silueta de alguien sentado junto al fuego. No podía discernir en la oscuridad quién era, por lo que me fui acercando lentamente mientras preguntaba quién estaba allí. Nadie respondía. Por fin estuve lo suficientemente cerca para poder ver con claridad de quién se trataba.

¡Dios mío! - exclamé del asombro. Mi corazón se me salía del pecho latiendo a un ritmo tan acelerado que pensaba que me iba a desmayar. Allí, sentada junto al fuego, en la mecedora en la que solía hacerlo, estaba mi madre, muerta hacía más de diez años.

LOS APARECIDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora