único

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No era una novedad que la pequeña criatura roja, chinchuda y malhumorada, se haya mandado una macana. a simple vista, el pequeño ser con orejas punteagudas, dientes chiquitos y chuecos, mejillas pecosas y nariz punzante, no parecía peligroso.

Pero si, por supuesto que lo era. Valentin Barco, un infeliz descendiente del mismísimo Grinch, se caracterizaba por ser agrio, tan agrio como el limón. Cruel como ningún otro.

Algunos duendes de ciudad baja afirmaban con seguridad que incluso Valentín se atrevía a matar a las delicadas mariquitas de san antonio, insectos coleópteros bellísimos con coloraciones aposemáticas brillantes, mensajeras de buenas noticias, éxitos, positividad y romance.

Valentin odiaba las buenas noticias, porque nunca eran para él. Valentin no recibía buenas noticias, Valentin daba las malas. A Valentin nadie lo corría a abrazar, nadie anhelaba pasar tiempo con él, nadie miraba sus dientitos chuecos con admiración.

Para la mirada ajena, el pequeño rojizo era egoísta, insensible y su única preocupación era él mismo. Pero, ¿de quién más se iba a preocupar si nadie lo quería? justamente, nadie nunca quiso al Grinch.
Ni el Grinch Senior, su padre, quería a su primogénito y único hijo, Grinch Junior.

Valentín era misántropo, resentido y le gustaba aislarse. Era el villano perfecto para cualquier cuento de hadas y navidades felices. Nadie se molestaba realmente por saber, que aparte de ser obstinado y amargo, era inteligente y astuto, creativo y con un ingenio inmenso.

Valentín no quería a nadie porque nadie nunca lo quiso a él.

Hasta ese día.

Agustín, un joven travieso y con buenas intenciones, risueño y dulce como el más rico de los dulce de leche, se encontró con un Valentín de doce añitos que pisaba con furia el pasto del eterno bosque.

Entre tantos arbustos y margaritas, valen maldecía por lo bajo, gruñón como siempre, enojado con él Grinch por haberle prohibido asistir a la junta anual navideña que abre paso a la época aún más fria del año en el polo sur. Él solo quería ir a ver, no iba a hacer ninguna travesura, de verdad. No pensaba hacer llorar a ningún bebe, en serio.

- ¿Qué te pasa, chinchudo? - preguntó Agustín, regalandole la más amplia de sus sonrisas.

El colorado no se giró a verlo, supuso que era otro duendecito molesto que lo consideraba la peor persona del mundo por ser hijo de su padre.

- ¿Y a vos que te importa? - le respondió, dejando a un inocente Agustin aturdido - encima me decis chinchudo, vos sos un tonto. Ton- to.

Agustin llevó una de sus manitos hacia su propia boca, tapándose con sorpresa y mirando hacia todos lados.

- ¡¿Cómo vas a decir eso?¡ ¿estas loco? si nos escuchan nos van a retar"

Valentín soltó una risita, decidido a mirar al chico parado frente a él. Inmediatamente lo observó con confusión.

- No sos un duende.

Agustin negó con la cabeza, fascinado con la admiración que reflejaba el pelirrojo ante lo desconocido.

- Soy el hijo de Papá Noel.

- ¿Qué? ¿en serio? - los labios de Valentín se juntaron en forma de "o" y Agus no pudo evitar lanzar una carcajada, sin intención de ofenderlo.

- Si y vos sos el hijo del Grinch.

El pelirrojo abrió los ojos sorprendido y lo miró con desconfianza.

- ¿Eh, cómo sabes?

- Pareces enojado todo el tiempo y nunca te vi sonreír - explicó brevemente, ganándose una mirada comprensiva de Valentin - y tu camiseta dice "Valentin Grinch".

 nadie nunca quiso al grinch - gialenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora