2. Donde nace la leyenda...

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El pequeño rayo de sol que había logrado colarse por la ventana se deslizaba lentamente por el gran dormitorio, con la traviesa intención de despertar a la persona que, en esos momentos, permanecía acostada en la gigantesca cama que se encontraba en medio de la habitación, pero, lo que el rayo de sol no se esperaba, es que en el momento en que se posó encima de los parpados de la dormida, estos se abrieron automáticamente. La muchacha sonrió, lo había estado esperando. Ante la llegada de un nuevo día, se levantó rápidamente de la cama y, aún en camisón, se dirigió hacía la ventana para abrirla de par en par. Una suave brisa hondeó sus rizos indomables, creando así un remolino de fuego que bailaba al compás de esta. Cerró los ojos y respiró hondo. Mérida normalmente no era muy madrugadora, pero aquel era un día especial que solo podía disfrutar cada cierto tiempo. Imaginando todo lo que le depararía este nuevo día, abrió los ojos y contempló el precioso paisaje que tenía delante. Ante ella, el sol se escondía detrás del frondoso bosque, perezoso aún por salir, y el cielo ardía al igual que el mar. Se permitió quedarse contemplando el paisaje durante unos segundos mas, saboreando cada instante de aquel momento mágico. Volvió a sonreír.

-No hay tiempo que perder.

Y dicho esto, rompiendo el instante de paz en el que había estado, corrió a su armario y se quitó su camisón de lino para sustituirlo por su querido vestido color oliva de maga larga y unos botines, cogió el arco que su padre le había regalado de niña y su carcaj llena de flechas, y bajó rápidamente las escaleras hacia el establo. Estaba tan emocionada y llevaba tal velocidad, que no se dio cuenta cuando al dar la curva...

-¡Auch!- Mérida chocó contra algo y cayó al suelo estrepitosamente. Como acto reflejo se llevó la mano a la cabeza, se había dado un buen golpe al caer al suelo- ¿Pero que...?

Al fijarse bien, pudo ver a sus hermanos trillizos en el suelo con una bandeja en las manos que, segundos antes, contenía una montaña de pastelitos, los cuales ahora se encontraban desparramados por el suelo. Los trillizos la miraron con cara de sorpresa, los había pillado con las manos en la masa. Mérida se sentó con las piernas cruzadas y apoyó la mejilla sobre su puño cerrado mientras les miraba con una mirada divertida. Sus hermanitos, despiertos tan temprano, con una bandeja de pastelillos, solo podía significar una cosa...

-Maudie ha vuelto a preparar haggis ¿eh?

Los tres asintieron, su hermana les conocía muy bien.

-Tranquilos, a mi tampoco me gusta mucho, pero...- Mérida cogió su arco y empezó a inspeccionarlo- sería una pena que mamá se enterara de que robáis pasteles de la cocina... ¿no creéis?

Los trillizos se miraron entre ellos alarmados ¡Eso sería nefasto!

-Aunque, -la chica levantó su dedo índice. Los niños la miraron esperanzadores- como hoy me siento muy generosa os voy a dejar ir... por el módico precio de un pastel...- sus hermanos asintieron enérgicamente con la cabeza, sonrientes- ...por cabeza durante dos semanas.

Los tres frenaron bruscamente su cabeza y empezaron a hacer un rapidísimo gesto de negación ¡aquello era demasiado!

Mérida se levantó y empezó a irse.

- Pues nada, voy a tener que buscar a mama y... - no le dio tiempo a terminar, pues los trillizos le cerraron el paso, mientras hacían gestos para que ella frenase.

- ¿Entonces qué, hay trato?- Mérida se escupió en la mano y la extendió hacia sus hermanos.

Estos se miraron entre sí e hicieron el mismo gesto, para luego estrecharla con la de su hermana, tal y como lo habían hecho y lo hacían siempre que cerraban un trato. Para finalizar, cada hermano le dio, con bastante mala gana y cara de fastidio, un pastel a su hermana.

- Es un placer hacer negocios con vosotros chicos- dijo satisfecha, mientras guardaba los pasteles en una alforja- ahora venga, corred antes de que decida subir más el precio de mi silencio.

Los tres desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Mérida sonrió para sí misma, esos tres nunca cambiarían, y sinceramente, ella lo prefería así. Ya de una vez, tomando como ejemplo a sus hermanitos, desapareció rápidamente para dirigirse a la cocina del castillo, coger una manzanas para su caballo Angus y después bajar al establo donde este lo esperaba ansiosamente.

La princesa saltó sobre su querido caballo y empezó a cabalgar hacia el bosque, donde tiempo antes había colocado estratégicamente varias dianas para así poder practicar con su amado arco. Le encantaba aquella sensación: la brisa en su cara, la melena al viento, la adrenalina que sentía en su cuerpo al disparar cada flecha y la satisfacción de ver como acertaba en cada diana. Eso, sumado al olor a tierra y el juego de luz que creaban los rayos de sol al colarse entre las hojas de los árboles. Libertad.          

Después de haber estado varias horas lazando flechas y cabalgando, Mérida se dirigió hasta el otro extremo del bosque, donde había un gran prado que terminaba bruscamente en un altísimo barranco. La caída desde allí podría matar a cualquiera. Más allá, se encontraban las Cataratas de fuego y el Diente de la bruja, y después, nada; sólo las lejanas montañas que marcaban el fin de su reino y el comienzo de otro. Estas servían como murallas entre ambos reinos, manteniendo uno al margen del otro. Como estos, en aquel reino, como en otros muchos, existían, por así decirlo, "murallas" que separaban a los reinos componientes de aquel mundo, ya fueran montañas altísimas como en aquel caso, bosques demasiado peligrosos para cruzar, remolinos gigantes en el mar o tormentas catastróficas en el cielo. Todas estas fueron creadas por una magia poderosa con una sola misión: mantener a salvo todos los reinos. Cada habitante debía permanecer en su reino de origen y tenía prohibido abandonar este, daba igual ser rey, noble, campesino o mendigo, todos debían cumplirla, sin excepción. Como princesa, futura reina y habitante de Dumbroh, el reino de las leyendas,  Mérida sabía de ello y conocía aquella ley, pero, aún así, no podía evitar mirar hacia las lejanas montañas y preguntarse que habría tras ellas.

- ¿Crees que algún día podremos ir más allá de las montañas Angus?- dijo sin apartar la vista del orizonte.

El caballo dejo de revolcarse en la hierva y prestó atención a su dueña.

-¿Te lo imaginas? Un reino de las manzanas, donde todos los árboles fueran manzanos. ¿a qué te encantaría visitarlo?

Angus relinchó y sacudió la cabeza mientras su dueña se reía.

-Me lo imaginaba. Hablando del tema- Mérida empezó a buscar en su alforja y sacó una manzana- supongo que tendrás hambre.

Angus se llevó la manzana gustosamente a la boca.

- Y para mi... 

Mérida sacó uno de los pasteles que horas antes le habían dado sus hermanos y se lo llevo de igual manera al la boca. Dulce sabor a chantaje fraternal.

- No es que me queje de mi vida aquí, es más, he tenido mucha suerte, pero... Algunas veces pienso que no encajo en este lugar. No se cómo explicarlo... Yo...

Mérida dirigió una mirada decidida a Angus y luego a las montañas.

- Te prometo Angus que algún día saldré de aquí y veré mundo. Algún día...

Una risa de bebe la sacó de sus pensamientos. Mérida se giró. Ante ella se encontraba flotando una pequeña llamita azul; Un fuego fatuo.

- ¿Pero qué...?

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Hola a todooos ;-)

Es un fantasma, un espíritu...¡NO! Soy yo, DreamerFirefly, que aún sigo vivita y coleando. Siento mucho no haber podido actualizar hasta ahora, esque han ocurrido muchas cosas... Pero bueno, he vuelto y eso es lo importante :-)

¿Qué tal la historia hasta ahora? ¿Os ha gustado? ¿Algo para mejorar? Muchas gracias por leer, por vuestros comentarios y por vuestros favoritos, consejos etc.

Y bueeeeenoooo, nos vemos en otro capítulo, comentad abajo y dad vuestra opinión o preguntad si tenéis alguna duda.

¡Nos leemos luego!




La profecía de los cuatro grandesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora