1. La primera mirada

12 0 0
                                    

Mi despertador comenzó a sonar, me removí entre las sábanas dándole la espalda al despertador. La puerta de mi habitación se abrió de un portazo, la cara de enfado de mi hermano apareció delante de mi.
-Apaga esa mierda, estás loca poniendo una alarma un sábado a las nueve de la mañana.
Paso por mi lado y la apago.
- Cállate anda - le dije molesta mientras me sobaba los ojos cansada.
- Claro ahora que nos has despertado a todos, no? - mi hermano gemelo Leo se para frente a mis pies con la cara sonriente - te lo dejo pasar porque eres tú hermanita, sino te mataba aquí mismo.
Se acercó a mi y se tumbo a mi lado, giré la cabeza también sonriente para mirarlo.
- Ya se que me amas Leo - y me abrazo.

Comencé a removerme en las sábanas. Me desperté completamente desorientada, el sudor caía por mi frente. Mire la hora en el reloj de mi mesita; eran las cuatro de la mañana. Había vuelto a tener otra pesadilla, y otra vez salía el. Me senté mirando hacia la puerta cerrada de mi habitación. El no volvió a pisarla hacía ya un año. Echaba de menos todo de el, sus broncas, sus bromas, las tardes de charlas, cuando molestábamos a Jacob, nuestro hermano mayor... y ahora solo se escucha el silencio de una casa donde parecía que no vivía nadie. No le encuentro sentido a nada, desde su ausencia todo me parecía demasiado aburrido. Tina mi mejor amiga había hecho todo lo posible para que no fuera así, pero él era mi otra mitad, sin él me faltaba algo. Volví a acostarme buscando el sueño, pero solo aparecían recuerdos con el, y todo lo que pensaba vivir a su lado; las lágrimas comenzaron a salir una tras otra, y después de largos minutos conseguí dormir.

El despertador sonó; era sábado, hoy tenia partido de voleibol, para ser exacta era la semifinal de los nacionales, si hoy ganábamos, pasaríamos a la final que se disputaba en New York. Estaba emocionada, el voleibol era una de las únicas cosas que aún me motivaban, así que no lo echaba a perder. Me levante y estire, recogí alguna que otra prenda mal puesta y elegí mi ropa. Aún que fueran las diez de la mañana sabía que ellos no estarían, desayunaría sola y seguramente cenaría sola. Ya era costumbre para ellos hacer como los que ni se acordaban de mi. Me fui al baño a lavarme la cara, su puerta estaba entre abierta, no entendía porque estaba así, si nadie a salvo mi madre entraba allí. Yo no lo hacía, era débil, sabía que si entraba me desmoronaría allí mismo, en el cuarto de Leo. Sus trofeos de fútbol, su ropa, sus postes, ese altavoz con el que poníamos música los domingos cuando hacíamos barbacoas, sus zapatos, sus recuerdos... era todo. Me acerqué a cerrar la puerta, pero algo dentro de mi me incitó a entrar. Estaba oscuro, aun que una pequeña luz iluminaba lo poco que se podía ver de aquella habitación ya consumida por el polvo y la tristeza. Su cama estaba hecha, su ropa bien puesta y su escritorio lleno de apuntes y trabajos de la universidad. Su habitación estaba justo frente a la mia, alado de baño. Era azul marino, con decoraciones en blanco o negro, encima de su escritorio una estantería llena de trofeos y medallas, y su cama en el centro debajo de la ventana, amaba aquel cuarto, según él era su cueva, donde las mejores ideas se procesaban. Pasábamos muchas tardes los dos juntos en aquel lugar. Entonces lo sentí, sentí como todo se venía abajo, sus ojos celeste como los míos, y su pelo marrón oscuro; alto con pecas, era atlético y grandioso, un ejemplo a seguir, un líder, pero ya... no está. Las lagrimas salían sola, una tras otra, el pecho comenzó a subir y bajar con rapidez, no podía más, me ahogaba, y sobre todo me ahogaba la culpa.
Salí de allí cerrando la puerta tras de mi; no volvería a entrar, no ahora, no hasta que todo pasara, que dejara de dolerme. Entre al baño a terminar de prepararme.

Ya estaba abajo desayunando; mis padres no estaban, parecían que se los tragaba la tierra. Mi café con leche y mi tostada era lo que me acompañaba. Mi teléfono comenzó a sonar, era Tina, me llamaba seguramente para que la recogiese.

- Si? - escuche a Tina reír en el otro lado.

- Vale, ¿te acuerdas de la casa en venta frente a la mía? - pregunto tan rápido que apenas la entendí.

El poco tiempo que nos queda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora