Capítulo 10

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El rey estaba dando su conversación matutina con el Gran Duque mientras Alexei intervenía dando su opinión sobre decisiones que debían tomarse en el reino, aunque, algunas de sus intervenciones eran en vano, pues su padre tomaba sus propias decisiones, estaba algo harto de que nunca lo tomara en serio. La señora Nicols entró en la sala para dejar el té y acto seguido se acercó al príncipe, a quien le susurró que una chica lo esperaba en su despacho.

Este se disculpó con su padre por instante y marchó hacia el lugar donde lo esperaba la visita. Cuando abrió la puerta se encontró con una chica vestida con un sencillo atuendo.  Tenía cabellos castaños oscuros recogidos en una cebolla bien apretada, una nariz celestina, labios finos y sus ojos, esos ojos color cafés que le parecían tan familiares al príncipe.

—Alteza —saludó la misma poniéndose en pie para hacer una reverencia.

Su voz fue el detonante para saber quién tenía frente a sí. Alexei siempre había escuchado que todo era mejor tarde que nunca, pero en aquella circunstancia habría sido mejor el nunca, que el tarde. El príncipe se sentía tan confundido, no sabía que pensar sobre la situación; el dolor que había comenzado a desaparecer de su pecho volvía a reaparecer, al igual que tantas preguntas que se había hecho en su momento.

—Usted, ¿qué hace aquí? —inquirió Alexei con todo el dolor que había guardado durante el tiempo que había estado esperando por aquella dama— ¿Cómo osa aparecer después de tanto tiempo?

La recién llegada se sintió golpeada de repente, había ido allí llena de ilusión, con felicidad de reunirse con su amado, pero ahora recibía dicho desaire con sus palabras de tono hiriente.

—Alteza, por favor, permítame explicar mis razones —pidió ella a modo de súplica.

El príncipe intentó serenarse un poco, de otro modo no sería capaz de escuchar sus palabras, y cuando lo logró a medias, decidió escuchar las excusas de aquella dama. Ambos tomaron asiento y luego de un corto silencio comenzó a relatar.

—Mi nombre es Rose, Rose Walker —se presentó la dama primeramente, puesto que nunca le había dicho su nombre—. No soy quién usted piensa, no soy una dama, o no del todo, sino que soy una sirvienta en casa de la Vizcondesa Viuda de Winston.

El relato de Rose fue asombroso para Alexei, quien nunca creyó que podría escuchar una historia así de la dama a quién tanto había esperado, y aunque en algunos momentos, le pareció subreal, decidió creer en ella. Resultaba que Rose era hija ilegítima del difunto Vizconde de Winston, quien la había dejado al cargo de su madrastra después de su muerte y esta había sido tratada como una sirvienta desde sus trece años. Aquella noche del baile había tomado un viejo vestido que había guardado para una ocasión especial y había asistido al baile a escondida de su madrastra. El príncipe Alexei comprendía con esa explicación, aquella frase que le había dicho la dama mientras danzaban juntos durante su cumpleaños: “Por favor, su Alteza, no me haga preguntas, solo déjeme disfrutar de esta noche en la que soy libre por primera vez”. Luego del baile, la Vizcondesa había descubierto todo y la señorita Walker había sido vendida como una propiedad a un mercader de Escocia del que había escapado hacía muy poco.

—Por favor, Alteza, no me devuelva con ese hombre —pidió Rose con suprema desesperación. No deseaba volver con aquel hombre rufián, que le había ofrecido matrimonio a pesar de la gran diferencia de edad entre ellos y de los continuos rechazos de ella.

—Esté tranquila, no soy un ser monstruoso, no he de ser yo quien la devuelva a aquel lugar —respondió Alexei apaciguando la agitación de la dama, más no la suya—. Usted está bajo mi protección a partir de ahora, mas, por el momento, solo podré ofrecerle un cuarto en el hala de los criados.

El escuchar esa última palabra hizo remover algo en el interior de Rose, quién, a pesar, de su esperanza, jamás podría olvidar quién era, y en ese instante lo veía confirmado en aquellas palabras, ese baile solo había sido parte de un hermoso sueño del que ya debía despertar.

—Espero que me excuse, pero no puedo ofrecerle nada mejor por el momento, debo hablar primero con mi prometida —añadió el príncipe y se preguntó por primera vez desde que había entrado en aquella habitación cómo se sentiría Emma con respecto a la situación.

—¿Prometida? —inquirió Rose con voz ahogada sintiendo que su corazón se rompía en astillas hasta quedar con el pecho vacío.

—Sí —susurró Alexei cerrando los ojos, pues le dolía ver el rostro agónico de aquella dama.

Este le explicó a la señorita Walker lo sucedido después del baile y cuanto él se había resistido a aquel matrimonio y la había buscado por todo Londres sin encontrar nada, ni un rastro de ella.

Rose comprendió todo aquello, sin embargo, eso no disminuyó su dolor y decepción. Desde el baile había soñado con aquel momento, el instante que se reencontrara con su amado, y ahora, todo lo que alguna vez imaginó, se había vuelto polvo. El príncipe llamó finalmente a la señora Nicols y le pidió que acogiera a Rose en una habitación para empleados, y se asegurara de darle lo que necesitare. El ama de llaves asintió con la cabeza, sin hacer ninguna pregunta, pero llena de curiosidad por saber quién era aquella chica.

—Su Alteza, también quería informarle  que su prometida, la señorita Kinstong, la espera en su salón personal —informó la señora Nicols.

Rose llevó su mirada al príncipe Alexei, al tiempo, que este también la observaba. La señorita Walker se preguntó si hubiera llegado antes, estaría en el lugar de aquella señorita.

—Está bien, señora Nicols, iré pronto —respondió el príncipe sin dejar de observar a la dama, en cambio, ella desvió la mirada, por el dolor de tener que escuchar aquellas palabras.

La señora Nicols y la señorita Walker se retiraron del despacho, dejando a Alexei solo, quien se quedó quieto en su silla, sin dar otra señal de vida que su constante y pausado parpadeo casi a son con su respiración. Su mente no paraba de decirse mensajes contrariados, de cuestionarse si aquella historia sería verídica, tampoco sabía qué hacer, ya no estaba seguro que sus sentimientos fueran tan puros como aquel día del baile, habían pasado demasiadas cosas para decir que seguía siendo el mismo desde su cumpleaños.
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—¡Giselle! —saludó Emma con efusividad a su hermana, no habían hablado desde el baile y la incertidumbre sobre el perdón de su hermana la tenía nerviosa. Verla allí junto al señor Collins, la hacía feliz, más de lo que podía demostrar.

Las damas tomaron asiento en uno de los múltiples sofás del salón mientras el caballero quedó en pie.

—Me alegro que hayas venido a verme, me he sentido mal desde el día que discutimos, pero no he podido salir de aquí —dijo Emma tomando con cariño las manos de su hermana mayor y sintiendo un gran alivio al ver que en los ojos de Giselle no había odio o enojo—. Lo siento, Giselle, por lo que dije, yo estuve muy mal, fui una tonta, dije cosas hirientes y lo lamento.

—Yo también estuve mal, Emma, lo lamento. Toqué un tema que te duele y cuando lo analicé ya era demasiado tarde —contestó Giselle acariciando el dorso de las manos de su hermana con ternura mientras sus ojos se llenaban de lágrimas por el arrepentimiento.

A continuación ambas hermanas se fundieron en un dulce abrazo mientras lágrimas silenciosas corrían por las mejillas de ambas, las cuales contenía todas sus disculpas y arrepentimiento. Ambas se sentía felices de contar con el amor de la otra.

—El señor Collins ha hecho una  generosa invitación para recorrer sus tierras y la ha extendido al príncipe y a ti, por ello estamos aquí —informó Giselle cuando se separaron y dirigió su mirada hacia el señor Collins desde su posición con una sonrisa boba.

Emma estaba emocionada por observar algo de progreso en la relación de aquel caballero con su hermana, señal de que le había hecho caso dejando a un lado las expectativas de los demás. Deseaba asistir a aquel paseo para analizar de cerca el comportamiento del caballero y asegurarse de que los sentimientos de aquel se asemejaran a los de su hermana, sin embargo, primero debía consultar con su prometido, así que pidió a la señora Nicols que le llamase.

Este tardó un poco llegar a la misma, y cuando entró en la sala, para Emma no pasó desapercibido sus ojos vacíos y llenos de confusión, no obstante, no era el lugar para preguntar que suceso le tenía de esa forma. Alexei saludó a todos intentando no demostrar el mar de emociones que fluía en su interior. Luego de los saludos, su prometida le informó sobre la invitación que muy generosamente había realizado el señor Collins, y el príncipe, para la satisfacción de Emma y su hermana, estuvo de acuerdo en ir, pues necesitaba salir de allí.

Esa misma tarde, después del almuerzo, partieron hacia su destino escoltados por algunos guardias por órdenes del rey. Las tierras que poseía el señor Collins no eran lejanas a Londres, así que llegaron después de unas cuatro horas de viaje. Durante el trayecto el príncipe Alexei no pronunció casi palabra alguna, solo de tanto en tanto, pues en su mente solo sabía practicar alguna forma de contarle la verdad a Emma y sus posibles reacciones, pero no encontraba una forma de decirlo, no había una manera correcta de decirle a su futura que la mujer a la que había buscado como un loco, con la que había soñado un futuro, había vuelto a aparecer. Además, en su mente se preguntaba qué haría ahora que aquella dama había reaparecido. ¿Podría romper su compromiso con Emma? ¿Quería hacerlo? Algo le decía que no, pensar en no ver más a su prometida removía algo muy dentro de él.

El señor Collins tenía una gran viña de  té, Emma nunca había visto una tan grande. Nada más llegar, el señor Collins les dio un corto paseo por sus cultivos mientras hablaba sobre los cuidados de los mismos, aunque su conversación era principalmente para Giselle, quien lo miraba fijamente,  atenta a sus palabras. A continuación, entraron el hogar del caballero, el cual era bastante grande, aunque la de Lord Kinstong, sin dudas, era aún más grande.

—Es una casa muy hermosa, señor Collins —Elogió la mayor de las Kinstong mirando la casa con paredes de tonos claros y suelos de mármol, era bastante bella.

—Es cierto, pero me parece que a mi casa le falta un toque femenino —respondió él dirigiendo esas palabras a su amada Giselle, quien no tardó en sonrojarse.

Emma, que los observaba desde su posición pudo ver cuanta estima se tenían el uno al otro. De repente entró corriendo una niña de unos diez años, esta era de cabellos y ojos castaños, y llevaba un hermoso vestido azul.

—¡Lucy! —exclamó el señor Collins agachándose para cargar a su hermanita, quien se colgó en su cuello con alegría.

Después de varias muestras de cariños, el señor Collins dejó a su hermana en el suelo para presentarla a los invitado.

—Lucy, permíteme presentarte a la señorita Giselle Kinstong —dijo el señor Collins y tanto la niña como Giselle hicieron una corta reverencia.

—Es un placer conocerle, mi hermano solo sabe hablar de usted —respondió la pequeña haciendo que los aludidos se miraran por un instante con las mejillas teñidas de rojo.

El señor Collins decidió seguir con las presentaciones para no alargar aquel penoso momento y la pequeña enloqueció al saber que entre ellos se encontraba un príncipe, por que comenzó a hacerle distintas preguntas, que Alexei contestó y aquello le ayudó a distraerse un poco de sus problemas. Cuando la niña hubo satisfecho algunas de sus curiosidades, le informó a su hermano que los trabajadores tenían  fiesta por el cumpleaños de uno de los niños y que él había sido invitado. El caballero, aunque con dudas de si aceptarían, quiso extender la invitación a los demás, quienes estuvieron de acuerdo en ir, Alexei fue único que no opinó, quien nunca antes había estado en una fiesta campesina.

Llegaron a un terreno donde había algunas casas sencillas, las cuales pertenecían a los trabajadores del señor Collins y frente a estas había una gran fiesta. Los mayores danzaban en un círculo al ritmo de las animadas canciones y los pequeños correteaban de un lado para otro con sus juegos. Ante la presencia de su señor, estos pararon la música y saludaron cordialmente a su jefe.

—Por favor, no se detengan —pidió el señor Collins sin querer interrumpir la fiesta.

La música comenzó a sonar nuevamente y todos volvieron a danzar entre saltos y vueltas. Lucy se fue junto con los niños y el señor Collins pidió bailar a Giselle, quién aceptó complacida dejando solos a la pareja real. Emma esperó que Alexei también se lo pidiera a ella, sin embargo, este no lo hizo, pues no sabía bailar aquellas danzas. Pasaron dos bailes antes de que la menor de las Kinstong se llenara del valor para pedirle a su prometido que bailaran juntos.

—No sé bailar esto, Emma —admitió el príncipe con algo de vergüenza.

—Yo tampoco, solo sigamos el ritmo  —respondió ella llevándolo hasta el círculo para comenzar a bailar con la nueva canción que comenzaba.

Sin poder resistirse, el príncipe fue guiado hasta el círculo y aunque al principio estuvo torpe, finalmente tomó el ritmo. Emma y Alexei danzaron juntos a la par de la movida música mientras saltaban juntos mirándose a los ojos y sonriendo por algún que otro paso torpe por parte de ambos. Emma se sentía feliz en los brazos de Alexei mientras bailaba sin preocuparse por lo que los demás dirían y él por primera vez, desde que había salido del palacio ese día, se sintió tranquilo y feliz, olvidó lo que le angustiaba mientras observaba los claros ojos de su prometida.

—Le he notado algo distante, ¿está bien? —inquirió Emma mientras bailaban una segunda canción.

—Por favor, no quiero hablar de ello ahora —No deseaba volver a sentirse atormentado, al menos no en ese momento, tendría toda la noche para pensar en ello.

—Está bien —Aceptó ella.

Emma tenía curiosidad por su semblante ensombrecido, pero, sabía que no conseguiría nada presionándolo.

Un rato después de abrir los regalos, Emma se acercó al niño que cumplía años para disculparse por no haberle llevado nada y prometerle que pronto le enviaría algún regalo.

—No se preocupe, yo lo entiendo, pero si puede darme alguno, me gustaría  podé í a la escuela, señorita. Siempre he querido í, pero mamá dice que no hay dinero pa eso —respondió aquel niño de apenas ocho años partiendo el corazón de Emma.

—¿Por qué cree que yo podría regalarle eso? —Inquirió Emma sin comprender por qué le hacía esa petición a ella.

—La señorita Lucy me dijo que usté es princesa y las princesas pueden hacé todo —contestó el niño mirando a Emma llena de ilusión.

—Haré lo que pueda, pequeño, lo prometo —respondió Emma comprendiendo que su rol como princesa iba más allá de estar en el palacio como un adorno o de hacer meriendas y bailes. Quería ayudar a que las diferencias sociales no impidieran que los niños, como aquel, tuvieran derecho a una educación y ascender de nivel, ese sería su nueva misión en la vida.

En la noche, volvieron a la casa del señor Collins, donde pasarían la noche y cuando las hermanas Kinstong estuvieron solas comenzaron a hablar acerca de su anfitrión y su comportamiento durante ese día.

—Es un caballero maravilloso, hermana. Me alegro muchísimo de haberte hecho caso y no pensar en la sociedad —dijo Giselle con tono de admiración como siempre que hablaba de su amado.

—Se nota que te quiere, hermana, es solo ver su mirada para darse cuenta —respondió Emma sacando sus conclusiones de lo que había visto durante el día haciendo que su hermana se sonrojara—. Además, tiene buenas tierras, con un negocio estable, una casa confortable y es un hombre muy generoso con sus trabajadores —añadió la menor de las Kinstong, sabiendo que su hermana estaba escogiendo bien entre sus pretendiente, independientemente de lo que creyera Lady Kinstong.

—Lo sé, Emma, es el mejor hombre que he conocido hasta hoy —replicó Giselle con una sonrisa—. Por cierto, en la mirada del príncipe también se nota que está enamorado de ti.

—No digas tonterías, hermana, él es mi amigo y mi prometido, pero no hay nada más allá de eso —contestó Emma intentando negar lo que su corazón le gritaba, intentando sofocar aquellos sentimientos que comenzaban a aflorar en su joven alma hacia su prometido, por miedo a salir lastimada si admitía la verdad.

—Los ojos no mienten hermana, y él  te observaba mientras bailaban como si estuviese hechizado, hermanita —contestó Giselle haciendo que el corazón de su hermana menor latiera como caballo desbocado.

Ese no es mi zapatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora