LO SIENTO, MAESTRO
Itel caminaba de regreso a su casa en la colonia Doctores, una de las más inseguras de la Ciudad; sólo había salido a comprar pan. Recién había llegado a vivir a esa zona, cuyas calles le eran todavía desconocidas, y, por tanto, ignoraba los puntos críticos, o las estrategias delincuenciales de las bandas.
Un hombre se acercó con un caminar penoso; el cabello ligeramente largo, despeinado, cubierto en su mayoría de canas; llevaba un saco cobrizo, apenas más oscuro que el bronce de las calles teñidas por el atardecer; en su brazo izquierdo llevaba un portafolios de piel viejo, aferrado al puño de su mano como por costumbre, como algo que siempre está y debe estar ahí: el portafolios de maestro.
Se acercó a Itel con el rostro desencajado, las facciones descompuestas, en medio de una crisis. Con voz llorosa le dijo: "ayúdeme... por favor ayúdeme"... Itel detuvo el paso a unos metros de él, para impedir que se acercara, y percibió el miedo que emanaba del cuerpo entero del hombre; el olor a la adrenalina que emanaba de su sangre, (generada en el momento de mayor riesgo del asalto), y que ahora tenía un dejo amargo de dolor, de injusticia.
El maestro insistió: "ayúdeme por favor, no conozco aquí, me quitaron todo lo que traía.... mire..." y abrió el costado izquierdo del saco. Una rasgadura en la tela mostraba una mancha vertical de sangre, por un navajazo al parecer superficial. Sostuvo la mirada de Itel, pero ella ya no lo veía.
En el sueño, el cuerpo de Itel recibió una descarga de electricidad fría que penetró por la nuca, se expandió por todo el cuerpo, y se anidó en la boca del estómago. Ella sabía lo que eso significa: es miedo. Miedo a que fuera un teatro, un acto programado para asaltar; miedo a convertirse en víctima. "No... Lo siento... Aléjese". Dijo Itel.
El maestro bajó la cabeza, derrotado, y siguió su andar dolido. Itel permaneció inamovible, percibiendo en su mente la imagen del hombre que caminó hacia avenida Cuauhtémoc; lo imaginó suplicando ayuda a quien tuviera enfrente, con sus zapatos gastados, su mochila vieja, su necesidad de llegar a casa y lavar la herida.
El alma de Itel se dio cuenta de que el maestro decía la verdad; su corazón era noble, el de un profesor de educación secundaria, con años de convivir entre jóvenes. No era un truco, pero en su sueño, Itel rara vez llevaba monedas o billetes, y en esta ocasión, no tenía nada que dar al maestro, excepto una pieza de pan. Entonces volteó para llamarlo, pero el ya no estaba.
Itel siguió soñando y la escena del maestro se repitió una y otra vez, pero de diferente manera, porque los sueños sólo se viven una vez. La imagen del maestro con su desolación a cuestas llegó a ella muchas veces, la conmovía, y lloraba. Se preguntaba una y otra vez qué habrá pasado con él; esperaba que un alma caritativa hiciera lo que ella no pudo: ayudar, y se sentía culpable.
Itel despertó de ese sueño con lágrimas en los ojos y el corazón oprimido.
Reconoció que en su sueño, no pudo escuchar la voz de su alma, que le pidió confiar en la historia del hombre, ayudarlo, mostrar la generosidad que hay en ella. Pero no pudo. Los límites de su ser humano la hicieron paralizar por el miedo y dar una respuesta fría, inhumana, grosera: "Aléjese".
"Lo siento Maestro. Ofrezco repasar la lección y aprender a escuchar la voz de mi alma.
Perdón Maestro. Lamento no haber sido capaz de ayudarlo.
Gracias Maestro. Gracias por recordarme que hay todavía lecciones por aprender.
Te amo Maestro: Itel".
Dedico este relato a todos los Maestros de vida, dentro y fuera de la escuela.
Gracias. Gracias. Gracias
Martha Alicia Villela
Diciembre de 2023
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LO SIENTO, MAESTRO
Spiritual"Se acercó a Itel con el rostro desencajado, las facciones descompuestas, en medio de una crisis. Con voz llorosa le dijo: "ayúdeme... por favor ayúdeme"... Itel detuvo el paso a unos metros de él, para impedir que se acercara, y percibió el miedo q...