"Se acercó a Itel con el rostro desencajado, las facciones descompuestas, en medio de una crisis. Con voz llorosa le dijo: "ayúdeme... por favor ayúdeme"... Itel detuvo el paso a unos metros de él, para impedir que se acercara, y percibió el miedo que emanaba del cuerpo entero del hombre; el olor a la adrenalina que emanaba de su sangre, (generada en el momento de mayor riesgo del asalto), y que ahora tenía un dejo amargo de dolor, de injusticia".