Capítulo único

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Si pudiera describir en una sola palabra el cómo se sentía estos últimos días... ni todo el diccionario sería suficiente después de su estadía en esa estresante pero extrañamente maravillosa isla. La isla Quesadilla, como la hacían llamar, un paraíso para muchos, incluso para los propios "fundadores", una pesadilla para otros.

Y este último era el caso de Spreen.

Aquel híbrido de oso, tras una ajetreada vida, había decidido que era suficiente y que se merecía unas buenas vacaciones, ahí se le presentó la oportunidad en el momento que, de manera particular, encontró una especie de ticket con su nombre y el destino de una isla paradisíaca. Muchos se asustarían por tanta "casualidad", pero Spreen ya estaba tan acostumbrado a que ese tipo de cosas le ocurrieran que... «¿Qué más da una aventura más?»

Fue así que no lo pensó mucho y, sin darse cuenta, ya estaba en la estación de tren esperando por el que lo llevaría a su destino.

Ahí se pudo dar cuenta de que no era el único, ni eran pocos, quienes se dirigían a esa isla paradisíaca, ¿acaso era una especie de club turístico? Daba igual, eso no era lo que más le llamaba la atención, sino un pequeñísimo detalle en especial.

Varias personas de ahí eran completamente desconocidos para él, pero había otras que no tanto. Sus voces eran tan familiares, sus nombres muy similares. No pudo reaccionar de otro modo más que inhalar aire y suspirar pensando «¿de nuevo?», mientras se presentaba ante aquellos que le querían hacer plática, teniendo que escuchar nombres que "no conocía" una vez más. Se preguntaba si en algún momento se acostumbraría a ese sentimiento.

Como era de esperarse, los primeros días en aquella isla eran bastante entretenidos para el híbrido, junto a sus nuevos amigos encontraban distintas formas de pasarla bien a su manera; haciendo bromas entre ellos, apuestas ilegales como forma de pasar el rato, molestar a los "altos mandos" de la isla y al resto de habitantes que, aunque no lo pareciera, en su mayoría le agradaban. Pero como se dijo, así eran los primeros días en la isla, luego de un tiempo todo comenzó a volverse un poco... repetitivo para su gusto. Todos parecían pasarla tan bien, entre ellos se volvían cada vez más unidos, les veía correr por la isla y jugar mientras él construía solo en sus autoproclamados territorios.

Realmente no era tan malo, quizá solo exageraba, tal vez era el estrés que le daban ciertas situaciones y sus amigos no ayudaban demasiado, de hecho, eran los principales causantes de sus migrañas, por las que en ocasiones el oso prefería simplemente alejarse e ir por el bosque a explorar o incluso pensar en las múltiples maneras de hacer un monopolio para adueñarse de todo lo que estuviera a su alcance. Sutil.

Pero no todos eran un caso perdido, como anteriormente se mencionó, había alguien, o mejor dicho algo en especial, con lo que Spreen se cruzó un día andando solitario por los bosques y que hasta el día de hoy lo seguía. ¿Lo raro? A él no le molestaba en lo absoluto.

Spreen estaba tan acostumbrado a que cosas raras le sucedieran casi a diario o que se encontrara con ellas como por arte de magia, después de todo, eso era lo que mantenía su vida entretenida.

Más el día en que aquella criatura apareció, levitando frente suya mientras construía uno de sus hogares. Llamó totalmente su atención pues, fuera de conocer al "anfitrión de la isla", este era el ser más interesante que había visto hasta hoy. Una especie de ¿demonio? con una túnica roja de detalles dorados en ella, creaban la ilusión de llamas ante su movimiento de levitación.

—Hola~ —Se escuchó una armoniosa voz.

—¿Eh? —Spreen decidió levantar su vista del cofre en que guardaba sus cosas para observar la entidad que revoloteaba alrededor suyo—. Oh... Sos... Un cornudo.

Otra vez [Rubius x Spreen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora