Paredes rotas

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Nunca pensé que estaría en la misma casa que un asesino en serie sin capacidad de raciocinio hasta que ocurrió exactamente eso.

Era una detective novata. Estaba con otros compañeros de trabajo. 4, para ser exactos. La mayor de ellas, Serra, una mujer adulta que ya llevaba muchos años en el oficio, era mi compañera de habitación.

Charles y Raven, que también llevaban mucho más tiempo que yo, compartían otra de las habitaciones, mientras que Francis, el más astuto de todos, tenía una cama en un gran despacho del que no salía.

El asesino más buscado había sido capturado en esa misma casa, vacía y vieja, y le habían encerrado en una habitación hasta que llegaran los refuerzos para llevarlo a prisión sin que se escapara.

Era demasiado ágil, tenían que tener precaución.

Nosotros teníamos que quedarnos ahí, investigar el caso más profundamente y a la vez vigilar para que no escapara.

Yo ya lo he dicho antes, no era más que una novata entonces. Serra me daba consejos para ser una gran detective.

Era algo así como mi maestra.

La primera vez que llegué a la casa, me quedé un rato viendo la puerta cerrada.

—No abras la puerta—me recordó Serra—, el asesino podría escapar.

—¿No es esta habitación demasiado poco segura?

—La puerta está muy bien cerrada, y es imposible que derribe la puerta.

Me tranquilizó un poco. Supe que el asesino no iba a salir de aquella habitación. No me habrían dejado ir a mí, una joven novata, si no fuera así.

Estuve unos días tranquila en la casa. Nada raro ocurrió. Seguíamos trabajando con normalidad.

No se escuchaba nada proveniente de la habitación, lo que me hizo pensar que el asesino también debía estar tranquilo.

Si estuviera tan loco como decían todos, entonces seguramente ahora estaría gritando en lamentos y golpeando la puerta con fuerza.

Al menos eso era lo que creía.

Una tarde escuché a Charles hablando desde su habitación. Hablaba por teléfono sobre un caso que había resuelto hace poco.

—El asesino estaba loco, en serio—le escuché decir—. Rasgó la pared con sus uñas y logró entrar al apartamento de la víctima. Ni siquiera sabía que algo así era posible.

Charles gritaba tanto que estaba segura de que todos en aquel apartamento le habían escuchado. Incluido el asesino.

Esa misma noche me desperté con el sonido de unas uñas que rasgaban una pared.

Pero lo aterrador de todo eso es que el ruido no provenía de la habitación en la que el asesino estaba encerrado, sino de la mía propia. Desde dentro.

Con demasiado terror, encendí una lucecilla que estaba al lado de mi cama, y vi a Serra rasgando la pared. A su lado, en el suelo, había trozos de la pared misma, y un pequeño agujero que no parecía llegar a nada, pero que crecía considerablemente cada vez que las uñas lo rozaban.

—¿Qué haces? —Le pregunté, aunque no obtuve respuesta. Ni siquiera pareció notar que estaba despierta.

La pared que rasgaba Serra coincidía con la cocina del apartamento. No tenía sentido lo que estaba ocurriendo. La puerta estaba abierta y podía ir allí cuando quisiera.

—¿Qué haces? —Pregunté de nuevo, sin esperanzas de obtener una respuesta.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Salí inmediatamente de la habitación. Serra no intentó pararme.

Pasé por la habitación en la que el asesino estaba encerrado. Ni siquiera sé por qué lo hice, pero abrí la puerta.

Esa maldita puerta.

Pude ver la habitación por primera vez. Era blanca, paredes y suelo, y no había muebles. Parecía que había entrado a un manicomio.

Pero lo más aterrador es que no había nadie dentro.

Miré de nuevo. Y luego otra vez, porque quería asegurarme de que había visto bien.

Pero no. No había nadie.

Tuve una extraña sensación, una hipótesis vino a la cabeza, como si Dios me estuviera hablando directamente a través de mi mente.

El asesino no ha escapado. Nunca ha estado allí.

Pero eso no era todo. ¿Si nunca había estado allí, entonces dónde estaba?

Y, sin quererlo, miré a la cocina, que estaba a un lado de la puerta.

El asesino no estaba dentro de la habitación, pero eso no significaba que el asesino no estuviera dentro de la casa.

—¿Qué haces? —Escuché una voz grave detrás de mí. Era Francis.

No respondí. No me vi con la capacidad de hablar en esos momentos. No cuando un asesino suelto podía oírnos.

Ella ya sabía que yo estaba allí, pero aún así no quería arriesgarme a que me notara de repente.

—Me voy de aquí.

Francis trató de evitar que me fuera, como si fuera el cómplice del asesino y quisiera matarme a mí también, pero corrí tan rápido como pude y no miré atrás en ningún momento.

Por supuesto, no volví a esa casa nunca, ni siquiera cuando me llegó la noticia de que Raven había sido encontrada muerta en la cocina de la casa.

La habitación vacíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora