Luces de bengala

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Chispas de colores decoraban los cielos infinitos.

Todo brillaba tan festivamente que pocos imaginarían una madrugada mucho más linda que aquella; cuando las brumas decembrinas menguaban para darle paso a las preciosas neblinas de enero, a las personas les gustaba compartir el júbilo y la esperanza de la llegada de un nuevo año y por ende, la de miles de oportunidades, personas y emociones por experimentar, sentir y conocer. La llegada del cambio y las raíces de una nueva vida, todo en una sola fecha.

Duxo era un poco pesimista en lo que respectaba, pero Aquino amaba pensar en cosas así de cursis porque suponían una esperanza enorme en su día a día. Y a Duxo le gustaba verlo sonreír con vídeos emotivos así que se tragaba su orgullo y los miraba con él cada año nuevo, sentados en el sillón de la casa de Mishu mientras balanceaban sus piernas al unisono de la bocina y reían ociosamente por las mismas cosas de siempre.

Esa era su rutina: ser felices juntos después de todo un año de altibajos.
Y ninguno de los dos la cambiaría por nada en el mundo.

Ese 31, de cualquier modo, fue muy diferente para ambos. Iniciando por el hecho de que la casa visitada ya no era la de Mishu, sino la de Mictia; el vecindario no era el mismo y evidentemente no conocían a nadie más que los invitados, pero todo estaba bien porque el cambio era algo bueno.

— Esa es una tontería, Aquino. — Regañó Soarinng, histérico hasta las piernas por la falta de ambiente que sufría la absurda excusa de celebración.

— Sólo digo. — Rió suavemente el mencionado, acomodando una tira de luces en el portón dorado de la casa. — Estás muy tenso, ¿qué te parece un té?

— Me parece que te voy a..

— ¡Dar un beso! — Exclamó un emocionado peli-negro tomando al de ojos tornadizos de la cintura y besándolo dulcemente. — Te ves precioso.

— ¡Nat! — Se quejó el halagado con un tono furiosamente chillón, avergonzado y enternecido a la vez. — Habías dicho que llegarías hasta las diez.

— Sorpresa.

Aquino dejó de encelarse con la escena de romance que sus amigos estaban interpretando cuando Mictia le pidió ayuda con los dulceros. Sería lo mejor dejarse de.. ilusionar con cosas tan pequeñas que su imaginación le hacía añorar cada vez que el amor inundaba sus sentidos y su mente soñadora comenzaba a maquinar, especialmente porque ese alguien no le veía ni un poquito con los mismos ojos.

Maldito cupido. 

— ¿Dijiste algo? — Mictia lo miró con suavidad en sus facciones, sus manos ocupadas en amarrar listones dorados sujetaban una tijera y parecía totalmente interesada en escucharlo.

— No es nada. 

Sí era algo, lo era todo, un detalle, una desgracia: Duxo aún no había llegado.

¡Pero qué exagerado que era!, Duxo siempre había sido parte importante de sus navidades, ¿por qué en esta no habría de serlo también?, tal vez eran las 'lombrices nerviosas' que aparecieron en su vientre cuando se percató, muy a su pesar, del creciente enamoramiento que estaba comenzando a sentir por su.. ¡mejor amigo en todo el planeta tierra!, en su tierna inocencia de cariño, declararse suponía una desgracia tan grande como el fin de una amistad.

No podía arriesgarse a perderlo ya que lo tenía.

— Ahora sólo falta el ponche. — Anunció Locochon asomando sus blancas orejas de reno desde la cocina. — ¿Quién lo tiene?

— ¡Lo trae Duxo! — Contestó Mictia, mirando de reojo a Aquino. — Llegará en cinco.

En cinco era demasiado tiempo, Aquino no podría soportar más.

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