Capitulo 2

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Ritrell se erguía en silencio, una ciudad oculta entre montañas vestidas de verde, sus callejones enmascarados por densas neblinas que tejían una atmósfera misteriosa. Durante escasas horas del día, el sol lograba vencer la espesura, disipando por breves instantes el velo de la niebla. Cada calle, un entramado de adoquines ancestrales, yacía entrelazada por la naturaleza que reclamaba con fuerza sus dominios perdidos. La esencia de una civilización olvidada se desprendía de los muros cubiertos por enredaderas y líquenes antiguos, cada grieta de piedra contaba la historia de un tiempo distante, grabando secretos en la piel de la ciudad.

Para Lhenar, aquel escenario representaba más que simples ruinas. Entre los callejones retorcidos, sentía la presencia de un legado perdido, una conexión con la historia que se entrelazaba con la fe y el misterio del Bespa. Su mente divagaba en la posibilidad de que las piedras mismas guardaran antiguas revelaciones, mensajes cifrados por una antigua civilización que quizás encontró la iluminación a través del hongo sagrado.

Los ecos del pasado resonaban en cada rincón, susurros de una era olvidada que se manifestaban en los árboles creciendo entre las grietas de las construcciones, en las estatuas quebradas que aún se erguían en pedestales derruidos. Lhenar se sentía como un explorador de tiempos remotos, un investigador en busca de respuestas, anhelando descifrar el enigma que envolvía a Ritrell y su antigua civilización

El primer profeta fue quien descubrió Ritrell, fundada con este nombre, por el maestro del primer profeta, quien le encomendó la búsqueda de la ciudad antigua.

El primer profeta, imbuido de sabiduría ancestral, emprendió la titánica tarea de reestructurar un antiguo palacio, convirtiéndolo en un santuario, un lugar de retiro y meditación que resonaba con la esencia misma de lo sagrado. Meses después de su llegada, la secta encontró su hogar en esta ciudad perdida entre las montañas, dando inicio a la formación de una comunidad ferviente. La enseñanza inicial giraba en torno a las meditaciones del sagrado primer profeta, cuyos preceptos se volvían pilares fundamentales para aquellos que se congregaban en la sociedad emergente.

El tejido social se forjó en estructuras definidas por castas, donde los cimientos más robustos y marcados eran los de los sacerdotes, aquellos consagrados a la contemplación profunda y a la interpretación de las enseñanzas del venerado primer profeta. Eran los guardianes de los lineamientos para casamientos, reproducción, alimentación y la guía de los preceptos que regían la existencia misma.

Entre los relatos más reverenciados del sagrado primer profeta se encuentra el descubrimiento de la Bespa. Sus palabras resonaron como un eco a través de los siglos, enseñando la conexión entre la humanidad y el hongo sagrado, la piedra angular que permitía el contacto con lo divino y la comprensión de los misterios del universo.

El cantico decía.

En las montañas de Ritrell, en tiempos antiguos perdido,

entre ruinas y sombras, por senderos retorcidos,

se erguía un palacio en ruinas, morada real hoy sagrada,

el Gran Templo, custodio de una fe venerada.

En sus salas de piedra, el primer profeta se adentró,

buscando respuestas, en soledad se sumergió.

En una tumba sin nombre, luz divina se reflejó,

un hongo blanco resplandeció, secreto que reveló.

El Bespa, diminuto, en su brillo destacaba,

iluminando la oscuridad, la mente despertaba.

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⏰ Última actualización: Jan 01 ⏰

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