Capítulo 1. Parte 1 un hombre ordinario.

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Es curioso como lentamente la sensación de que todo volvió a la normalidad se sentía una vez más en el ambiente. Los ecos habían sido echados y exiliados y parecía que todo volvía a ser tan tranquilo y pacífico como antes.

O al menos esa era la sensación para aquel joven de vida desdichada que había sido presa de la rutina de su existencia impuesta por nada más ni nada menos que el mismo.

Esta era su triste realidad con la que tenía que lidiar, levantarse, desayunar algo mientras observaba las paredes grisáceas y en descomposición de aquel cuarto casi fúnebre en el que se encontraba, una perfecta combinación de matices oscuros y grises que contrastaban con las cajas apiladas y olvidadas de cosas que nunca fueron desempacadas.

Un ambiente en deterioro, pero sorpresivamente armónico con la personalidad de aquel aburrido chico. Cada que veía esas paredes viejas y olvidadas se tendía a cuestionar, ¿en qué momento había arruinado su vida? ¿Cuándo había dejado que la tristeza y la soledad se apoderaran de su alma? ¿Por qué no había hecho nada para detener el inminente paso a esto?

Tan pronto como se dio cuenta de que una vez más su mente volvió a divagar, este tomo el control del televisor y de una manera acelerada se dispuso a prenderla buscando algún canal en particular para ahuyentar sus pensamientos.

Eran las noticias, en particular, hablaban del festejo del día del loto negro o como él lo traducía en su mente, el día de celebrar un genocidio para aliviar las culpas.

No se sentía mal con respecto a la nota, pero tampoco se sentía bien, era algo absurdo y verdaderamente estúpido que solo los idiotas estaban dispuestos a festejar.

Si bien no tenía ningún sentimiento por los ecos como esos locos y vagos que tienden a hablar de ellos como el próximo paso al futuro, para este hombre aquellos pequeños eran una página en blanco, un cero en una montaña de problemas que no le correspondían.

Después de todo, él tenía su propia vida y sus propios problemas por los que preocuparse y ninguna montaña de niños mugrosos le haría abandonar sus prioridades.

Entonces, casi como un llamado devuelta a la rutina, su compañera de trabajo le toco la puerta de una manera tenue e insistente, comenzó a pronunciar su nombre en su búsqueda.

—Alt, Alto, ¡¡ALTOIR! —! ¡¡Llamo una tercera vez para forzarlo a salir de su cutre, cueva e invitarlo a salir a su trabajo!!

Él, por su parte, no pudo hacer más que soltar un suspiro pesado y dirigirse a la puerta tomando aquellas llaves viejas y desgastadas y viendo por un breve instante aquel cuarto sucio y olvidado una vez más para pensar por un instante. —valla, esto es una mierda. —

Al salir del departamento ambos caminaron por las oscuras y lúgubres escaleras del edificio para ser recibidos por una ciudad colorida y bastante alegre, de todos los días del año el día del loto negro se volvió una de las festividades más enigmáticas y extrañas que la humanidad pudiera tener. Un festejo a la barbarie y a los primitivos instintos de supervivencia humanos.

Las calles estaban decoradas con farolas rojas con flores negras pintadas en el centro, se podía apreciar una en cada puerta de las casas y los locales.

Igual podía percibirse el tenue aroma a pan recién horneado que se solía cocinar para vender en los puestos de comida, y se podía ver a los niños, niños humanos, por supuesto, jugando con juegos artificiales y con algunos juguetes emblemáticos de la época.

El clima se veía por lo general nublado de tonos azulados y rojizos que denotaban un cálido atardecer.

—¿iras al desfile de hoy? — pregunto Sara mientras veía al joven apático y serio caminar por la calle. Perdido en sus pensamientos como era de costumbre.

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