Quito 03 de Febrero de 2010
Pablo Freire
Aquel día lo recuerdo con un vuelco de sensaciones que cambiaron en mí demasiadas cosas. El ver cómo mi adorada habitación de repente se transformaba en el típico espacio de oficio y diversión de un estúpido estudiante universitario novato, era algo simplemente intolerable ante mis ojos. La mayoría de mis pertenencias yacían en cajas viejas mientras que algunos instrumentos y muebles favoritos fueron ya trasladados a mi "nuevo dormitorio". Este espacio que me había albergado desde que era un chiquillo rebelde, estaba desapareciendo ante mí.
El aire de por sí, se sentía pesado, mezclándose con un aroma que ondeaba entre el polvo y el olor de la madera vieja. El eco de mis pasos resonaba en las paredes celestes que de a poco se vaciaban, y yo sentía como si el lugar de repente tuviese alma y de la nada me gritara que no me fuera.
Y es que por más que intenté que esto no sucediera, al parecer la terquedad que teníamos los Freire ahora había poseído a mi dulce y adorable tía Sara quien, a pesar de su dulzura habitual, parecía convencida de que este cambio era lo mejor para todos.
En un principio creí que aquella decisión tenía que ver por falta de dinero. Pues desde hace seis meses he estado viviendo en un departamento junto con Víctor y Julián mis mejores amigos y compañeros de mi banda musical. Desde entonces me he dedicado a apoyarla económicamente. Sin embargo, tal vez no era suficiente.
—Necesito compañía. Esta casa parece deshabitada... Siento que ya no tiene vida desde que te fuiste... —me comentó durante unas de las conversaciones que tuvimos sobre esta radical decisión— Tú tienes grandes sueños y no pienso retenerte a mi lado. Mi amor por ti es tan grande que he decidido apoyarte en todo lo que deseas hacer. Aun así, ahora que ya no estás tan cerca, el recuerdo de tu padre y de mi esposo me han abatido nuevamente. Quizás con un nuevo rostro aquí pueda olvidar y volver a superar aquello que aún me cuesta.
Después de aquellas palabras supe que no podía oponerme, a este cambio. Sin embargo, una pregunta rondaba en mi cabeza. ¿Por qué precisamente mi habitación? Habiendo dos dormitorios más, el mío fue el que tendría esta permuta radical. Al saber esto algo dentro de mí se sentía incompleto.
Y es que en este lugar pasé gran parte de mi vida, experimentando los extremos de la emoción humana. La violencia de mi madre me obligaba a buscar refugio, mientras que el amor de mi padre me brindaba consuelo. A pesar de las difíciles vivencias, este dormitorio siempre fue mi verdadero hogar, el testigo de mi crecimiento y de mi lucha por mantener mi fortaleza.
Volviendo a la conversación con Sarita recuerdo como que en aquel instante ella abrió la cortina del ventanal, dejándome momentáneamente cegado por la intensidad del sol. Sentí una aflicción en el pecho, como si la luz estuviera exhibiendo cada uno de mis recuerdos escondidos aquí, desde las noches solitarias hasta los momentos de nostalgia infinita cuando el mundo externo se tornaba inaguantable para mí.
—No lo hagas Sarita... Por favor... —susurré intentado convencerla por última vez, pero fue inútil. Sin embargo, no hubo respuesta.
Mi mirada vacía y triste se expresaron por mi causando que Sara lanzara un suspiro, acariciando sutilmente mi rostro mientras me regalaba una sonrisa de compasión.
—No te enojes ni te pongas triste querido. Aún hay otra habitación para cuando quieras dormir aquí y visitarme. Aunque esta ya no sea tu habitación. Este lugar siempre será tu casa cariño...
Su voz tan suave y sus palabras de recibimiento me estremecieron y el enojo o resentimiento fugaz que tenía con ella se desvaneció. No podía molestarme con mi dulce tía, aunque quisiera. Era como mi madre... MI ÚNICA Y VERDADERA MADRE. La miré con ternura pidiéndole momento de soledad en este lugar. Quería recordarlo como mío por última vez así que fui por mi guitarra y me senté en medio del piso comenzando a tocar una melodía nostálgica.
De repente, un recuerdo llegó a mi cabeza. Tenía diez años. Mis dedos pequeños buscaban torpemente las cuerdas de la guitarra que mi padre me había regalado tras ver cómo hice una improvisada con cartón. El sonido de mi entonación era muy desafinado, pero para él era música celestial. Él era un hombre taciturno, de pocas palabras, por lo cual solamente me sonreía con ternura mientras me observaba fijamente.
"Recuerda, Pablo... La música y el arte forman parte de un infinito lenguaje universal. Con ambas puedes expresar lo que las palabras no te permiten"
Aquella frase llegó en lo más profundo de mi ser, aunque no comprendía del todo el significado de la misma. Sin embargo, sentía una conexión profunda cuando miraba mi guitarra y estaba seguro de que a él le pasaba lo mismo con caballete y sus pinturas. El arte era su salvación y la música estaba destinada a ser mi salva vidas.
Pero esa sensación de seguridad se desmoronó una tarde, cuando al llegar a mi casa noté un silencio sepulcral indicándome que algo no estaba bien. Avancé lentamente por el pasillo y allí, en el suelo, yacía mi padre inerte en un charco de sangre gigante. Sus ojos, abiertos de par en par, miraban al vacío con una expresión que nunca olvidaré: confusión, dolor... y quizás una súplica muda que nadie escuchó. De repente la vi a ella: Mi madre, de pie, inmóvil, frente a los cuadros de mi padre. La navaja brillaba siniestramente en su mano, manchada de pintura y de algo más oscuro. El olor a pintura fresca y a miedo llenó mis fosas nasales mientras observaba cómo desgarraba los lienzos con una furia ciega. La realidad se estrelló contra mí como una ola: ella lo había asesinado.
No fue un accidente o un arrebato, sino un acto premeditado fríamente calculado. Vi cómo su cordura se había desmoronado, con cada corte que daba a las telas, arrancando algo mucho más profundo que simples retratos. Estaba asesinado la memoria de su esposo, deshaciendo cada recuerdo, cada parte de lo que él había sido. A duras penas logré salvar algunos bocetos y materiales que estaban en lo más recóndito de la habitación y lo que pasó después ya no lo recuerdo con exactitud.
Días después de aquel atroz crimen encontré mi casa vacía. Mi padre se había y de algún modo mi madre también. Me hundí en una profunda tristeza. Estaba totalmente solo y roto. El sonido de los rasgones de los cuadros rotos llegó a mí y fue entonces que comprendí que mi familia básicamente estaba muerta.
Fue entonces que un rayo de sol esperanzador llegó. Mi tía Sara también estaba sola y rota. Perdió a su hermano, su mejor amigo, una perdida inevitable que era acompañada por la reciente muerte de mi tío Alberto. Con un fuerte amor en sus manos y corazón, ella me acogió, me dio un hogar dándome una pequeña seguridad de alguna manera tenía una nueva familia.
Y así fue como llegué aquí, en esta habitación he sido profundamente feliz a pesar de mis oscuridad y heridas. Aunque no todo fue felicidad. Durante muchas semanas, intenté llenar el vacío que la ausencia que mi padre había dejado en mi corazón. En aquella época más que nunca me cobijé en la música, tocando nuestras canciones favoritas hasta que mis dedos dolían. Pero en ese instante nada parecía llenar ese hueco.
Sin embargo, lo logré. Gracias a la música y el tiempo aprendí a demostrar mis sentimientos de manera distinta, al principio ponía una sonrisa en mi rostro cuando por dentro me sentía desgarrado. Pero después de poquito a poco ese vacío, ese hueco en mi pecho se sentía lleno al tocar las melodías que había compuesto en honor a mi gran pintor y padre. También me dediqué al arte como forma de hacerlo vivir a través de mí. Aunque luego lo dejé... NADIE ERA COMO ÉL.
Todo este proceso de resignación, duelo, crecimiento y madurez. Lo pasé aquí. Es por eso que me cuesta dejarlo.
Aquí no solo está mi pasado. Sino también mi presente. Yo soy muy afín a esa frase de que una habitación es como tu propio templo, Tenía demasiadas cosas que querían que se conserven aquí. Entre ellas el ambiente familiar. Ya que con mis amigos y la banda a veces todo era un ambiente de libertinaje y ciertamente descontrol. Aquí descansaba de todo aquello que se había convertido en una rutina. Una rutina que, aunque me cautivaba la mayoría de veces, en otras ocasiones me agobiaba.
Dejé la guitarra en el piso, me levanté y con poca predisposición comencé a empacar muchos de mis libros junto con algunas pertenencias personales. El supuesto nuevo inquilino vendría al día siguiente y, según Sarita, quería que yo lo conociera para así tener la certeza de que este dormitorio estará en "buenas manos". No estoy preparado y un pequeño rencor ante ese desconocido se manifestó en mí. Tenía ganas de que su estancia aquí sea un poco difícil.
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ÚNICA (El Eco Eterno de Un Amor Inigualable)
Teen FictionJamás creí llegar a este punto... Donde ahora le suplico miles de veces a la vida, volver a escuchar tu voz para que nuevamente me susurres al oído aquellas dulces palabras de amor y pasión. ■Esta historia es una nueva versión de un libro que creé c...