IV. Llantos Extranjeros

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Ignifugo abrigo de mi cuerpo inerte, abrazo fatal de lo que llamamos soledad. Y mi dedo trémulo, rebosante, sobrepasaba el viento toqueteando el vidrio. Ahí, donde gobierna el principio, halla la nómina de nada. Solo me sentí; creí haber estado al límite del abismo profundo cuyas cimas, majestuosamente, osan rozar el cielo teñido de índigo... Me sentí solo, haber estado por ratos, intento banal donde las sábanas cubren a un muerto ya fatal -se repite, pero pudiese haberlo dicho anteriormente, entonces, corrige:- intento banal de los pájaros de reanimar a un ánima ya fatal. Pude concluir con aquella soledad que no lo estoy realmente, ni tampoco lo estaré. El abrazo fatigador y cansado de la soledad no pudiese haberme quitado todo, ha de haber algo por tener: yo sería aquel.

Maldecir deseo de haber estado vivo. He de morir, ha de no desear, sin embargo, no puedo, austeramente, mencionar que positivamente podré contener y contentarme con un mísero mohín, ¡Perpetua alegoría, sométase en mí!

Las doce marcan en el reloj, enmarcado como si fuere suspendido en la pared que se muestra más que blanca. La habitación, hallazgo efímero donde encalada estaba, llenísimas de luces que intentan aliviar la vista, a más lo que hace es un proceso continuo de ida a muerte, donde yazca, ahí estará, aquella aura rara, lela y torpe, alegoría de un arrebol, arrebol que rompe mis huesos, hiere mis tejidos y penetra mi carne.

Y aun así sabré que, mil y una cosas, podrán pasar: ríos diáfanos podré crear, llanto de suicidio espléndido habrá, quizá estaría el sufrir ha renuencia en mi a llamar desahucio mortal por un amor ya fatal -Ni más contigo, mi disque amor Maruja-, podrán brotar lágrimas bermejas en mi brazo, insistiré, ¡Querré morir! En una celda, he de verme morir... Pero, no. Solo seré un pájaro mojado, en una mandada de cuervos negros, igualmente mojados, seremos el resonar de la campanada húmeda y frágil, escaparé y nada habrá de tener sentido. Porque, porque sigo aquí, echado, recostado viendo aquella luz cegadora, aquel remanso de soledad, aquel mismo donde los minutos caen como gotas de esas tardes extintas.

Alborearé mi júbilo, adoraré, lanzaré alabanzas perpetuas, en un ósculo meridiano a mi soledad, de rodillas me pondré. -¡Vasallaje!-gritaré, me dejaré-¡Valor, ven a mí!-, ostentaré.

En prosa suicida se halla este escrito, algo largo, algo corto, pero, aun así, lo continuaré, no lo dejaré. Al arte del engaño recurriré, he de escabullirme, mi mejor plan; detendré aquellos momentos en los que considero que la felicidad, y un mohín, yazcan en mí. No los soltaré ¡No lo haré! Es como dejar ir a un ser apreciado que no retornará: incomprensible. Me aferraré, mis trémulos dedos querrán caer, ya se soltarán, pero no, aquí seguiré.

Pero entonces, conforma este arte del engaño el de recordar vívidas fechas anteriores a esta. El júbilo y el gozo encuentro en cada quien, o bueno, al menos los que sean capaces de seguir aquí.

Creo que a veces termino un poco pesimista, es difícil no soltar aquel carmín, lo sé, resultado algo tentador el hecho de desfallecer, pero debo seguir para allá, en un camino empedrado, en un camino donde las luces meridianas deslumbren incertidumbre. Lo sé, resultado en un fastidio enorme tener que lidiar con aquellas personas como el autor, lo sé, sé lo que es, simplemente no lo puedo dejar. -¡Mátalo!- ¿Con qué derecho hablar de la vida? Lloraré llantos extranjeros. ¡Valor, no por favor!

Dioramaza #CoronaAwards2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora