𝟭𝟱

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Jacqueline.

Comencé a sentirme incómoda en mi cama, tenía bastante frío y la remera que usaba de pijama no era suave como siempre. Mi almohada no era acolchonada y mi manta era áspera. Me comenzaba a sentir… extraña.

Me obligué a abrir los ojos por la molestia que sentía al no poder dormir tranquila. Me levanté y quedé sentada en mi supuesta cama, mi vista era borrosa y no podía ver nada más que la luz fría que me daba directo. Tallé mis ojos con brusquedad y cuando mi vista pudo enfocarse correctamente, me aterroricé al instante.

No estaba en mi habitación, ni en cama, ni estaba tapada con mis suaves sábanas. No. Estaba en un cuarto lleno de luminaria fría y aire acondicionado. El lugar estaba lleno de aparatos, jeringas, medicamentos y más cosas terroríficas para mi. El ambiente era espantosamente congelado y me sentía encerrada en estas cuatro paredes, con solo un mediano televisor frente a mi cama que, claramente, estaba apagado.

Estaba en un hospital, de eso no había duda.

Abrí mis ojos de par en par, asustada, mirando todo a mi alrededor con una mueca de horror. No recordaba absolutamente nada de lo que había ocurrido antes de estar en esta horrible camilla. Lo único que se me viene a la mente es la charla de mi profesor sobre que no tengamos sexo. No es un muy lindo recuerdo, pero es el último.

Intenté moverme para bajarme de esta camilla, pero sentí un pinchazo horrible en cuanto moví mi mano. Bajé mi vista y vi una aguja, o eso supongo yo, clavada en mi mano derecha y cubierta con una cinta. Esta llevaba a un tubo, y el tubo llevaba a una bolsa de agua que seguramente había estado ingiriendo el tiempo que estuve dormida.

—Qué carajo… —murmuré para mi misma, totalmente desconcertada.

Además de mi odio y pánico hacia los hospitales y centros médicos, mi segundo temor más grande son las putas agujas. Y ahora tenía una muy larga clavada en mi mano.

Me miré a mi misma y en vez de la ropa que ese día me había colocado para ir a la preparatoria, vi una bata blanca con puntitos celestes. Horrible e incómoda, eso era. ¿En qué momento me habían cambiado de ropa? Eso es lo que no me gusta de los hospitales (todo, en realidad). ¿Me habían desnudado? ¡¿ME HABÍAN VISTO DESNUDA?! Por lo menos que una mujer me haya cambiado, porque si fue un hombre voy a proceder a terminar con mi vida ahora mismo.

Decidí que no iba a estar en esa horrible habitación ni un segundo más. No, claro que no.

Tome la aguja que estaba clavada en mi mano y tomé valor. Dudé por un segundo porque seguramente me dolería como nunca, pero con fuerza arranqué la aguja de mi mano y la arrojé lejos de mi.

¿Dolió? No existen palabras para describir lo que sentí.

Solté un quejido de dolor y arrugué el rostro al sentir esa sensación horrible, a punto de soltar lágrimas. Tomé mi mano con la otra para detener el sangrado, pero al ver no que servía de nada; tomé un algodón y una cinta que habían en la mesita al lado de mi camilla. Coloqué el algodón, lo até con la cinta y de un brinco me levanté de la cama. Ignoré el dolor que sentía, ya que tenía que hacerlo si quería salir de aquí. Mis piernas se tambalearon en cuanto estuve de pie y por poco no caigo al suelo una bendita vez más.

El piso se había vuelto mi mayor enemigo este último tiempo, pero no me van a eliminar de este mundo tan fácil.

Perdí el equilibrio por un momento pero pude mantenerme de pie. También me habían arrebatado mis bonitas medias de frutillas, mis favoritas, por cierto. Entonces ahora los pies se me congelaban con el suelo. Me acerqué a la puerta con rapidez y abrí esta con mucho cuidado, sin querer ocasionar ningún ruido. Me asomé por la entrada y vi hacia ambos lados para comprobar que ningún médico o enfermera estuviera cerca y me viera.

𝐋𝐈𝐀𝐑,  tom kaulitz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora