uno

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Llevaba años acostumbrado a su rutina: a levantarse a las seis, irse al conservatorio a ensayar, recibir halagos por parte de sus compañeros; salir, irse a comer e ir al estudio para grabar su música, volver a casa a las diez, cenar, acostarse y vuelta a empezar.
Nunca había sido una persona de rutinas, pero se había autoconvencido de que la vida pasaba a ser algo así cuando por fin se alcanzaban todas tus metas. También era demasiado orgulloso para admitir que, ahora que lo tenía todo, daría lo que fuese por un reto. Algo que le hiciese despertar su lado ambicioso.
Cuando le llegó el correo electrónico de su antigua orquesta, con su antigua profesora al mando como nueva directora, lo pasó por alto. Se habría vuelto loco si tan solo el pensamiento de abandonar su puesto en Viena hubiese cruzado su mente. Pero la insistencia lleva a muchas partes y, en el caso de Juanjo, le llevó a abrir el correo que ya le habían reenviado más de tres veces y leerlo. Era casi una súplica, pidiéndole que participase en la próxima función de fin de curso de la orquesta, que sería un homenaje a un compositor de bandas sonoras que tendría el honor de estar entre el público, en un concierto benéfico de una sola noche en Manhattan. Sintió la sangre correr por sus venas después de estar tanto tiempo estancada y supo que iba a ser incapaz de negarse.
Era consciente de lo que significaba volver: cambiar de trabajo, cobrar menos dinero, volver a encerrarse en la misma orquesta de serie B de la que tanto se esforzó en salir. Pero también era consciente de que esa orquesta de serie B ahora parecía tener contacto con uno de los mayores compositores de la década, y de que tenía la suficiente estabilidad como para pasar cinco años sabáticos si así lo prefería.
Fue eso lo que le había llevado de vuelta a Madrid -no sin antes pasar unos días en la casa de sus padres-, de vuelta al apartamento que un tío lejano le alquilaba cerca de Ópera. El primer apartamento en el que se vio solo, en el que sus padres le dejaron para regresar a su pueblo y sintió cómo su mundo se derrumbaba.
Ahora era capaz de apreciarlo de forma diferente, de disfrutar de la soledad que el piso le brindaba, de agradecer los rayos de Sol que entraban por los ventanales, después de que en Viena rara vez experimentase la sensación de la luz natural sobre su cara. Apreciar el ruido de la calle, de los vecinos de arriba. Si algo le había quedado claro de los austriacos era que hacían lo imposible con tal de no molestar y pasar desapercibidos. Aquí era todo lo contrario. Él era todo lo contrario, y había echado mucho de menos sentirse como en casa.
Estaba ansioso por empezar, por volver a ver a sus amigos, los primeros amigos que hizo en Madrid. Era consciente de que no todos los que había dejado atrás seguían estando allí. Seguía manteniendo contacto con algunos; con Naiara, con Bea. Hablaban poco, como mucho una vez al mes, pero las consideraba parte de su familia. Haberlas conocido cuando no tenía a nadie hizo que creasen un vínculo irrompible. También creó otros vínculos, pero estaba seguro de que esos ya los había olvidado.
Había decidido no decir nada a nadie. Tan solo Noemí, la directora de su orquesta, era consciente de su llegada. Había preferido mantenerlo en secreto para dar una sorpresa al resto, para poder mandarle un mensaje a Naiara diciéndole que lo recogiese de su piso igual que acostumbraba a hacer años atrás y que ella se volviese loca sin entender a lo que se refería. Para ella, y para todo el mundo, él seguía en Viena.
Irse no había sido nada fácil. Había dejado tantas cosas en Madrid. Ahora echaba la vista atrás y agradecía que su yo del pasado supiese priorizar. Saber lo que verdaderamente importaba. Que no temiese el escapar, irse solo, dejar cosas atrás que nunca recuperaría pero que ahora no echaba de menos. Su vida había cambiado tanto. Era completamente otra persona. Ya no quedaba nada del Juanjo que se marchó de Madrid. O, al menos, eso creía.

Esa noche durmió del tirón. Convencido de que a la mañana siguiente sería recibido en la orquesta con una ovación total. Con sus compañeros llorando de la alegría. Con sus amigas recibiéndolo con los brazos abiertos, preguntándole por cómo le había ido. Si había conocido a alguien. Si había grabado nueva música. Halagando sus temas, sus composiciones, sus logros. Estaba tan convencido de su posición, de cómo iba a ser recibido, que en ningún momento se cruzó por su mente que algo pudiese salir mal. Ni siquiera estaba nervioso, los nervios se habían disipado después de tantos años haciendo lo mismo. Ya había llegado a lo más alto, y desde arriba del todo nada perturbaba su calma.

anatomy of a fall - juantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora