Cadaveres y gusanos

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Lo hizo, se fue, ya no hay nadie más que ella sobre el sofá, a menos que sus lamentos y gritos cuenten como compañía.

Haerin se fue.

Su más grande amor se fue.

Lo sabía, lo sabía hace mucho. Fueron advertidas hace tanto... De igual manera dolió. Y quizás dolió más de lo que hubiese dolido si no se hubiera enterado.

Porque dolió meses, días, minutos y segundos. Una eternidad.

Ahora el jazz era bajo, llenando su corazón de una horrible sensación. Porque el jazz era el sonido favorito de Haerin, no el suyo. Y el escucharlo sola no era de ayuda.

Le había prometido dejarla ir una vez se fuera. Prometió olvidarla y avanzar, pero no se creía capaz. Así que simplemente se paró, caminó hasta la radio, apagándola con brusquedad y salió de su casa. Hace mucho no lo hacía, la enfermedad de Haerin no se los permitía.

El aire fresco recorriendo sus pulmones otra vez, se sintió extraño. Mirar las casas a sus costados fue extraño. Ver adultos, jóvenes, o hasta familias, fue extraño. Por más cotidiano que sea ver a seres humanos conviviendo, se le hizo tan lejano, toda esa visión la había perdido una vez volvieron a casa ese día, luego de la horrible noticia.

Luego de que diagnosticaran a la pelinegra con una extraña enfermedad, la cual era muy poco común, tanto que ni estudios completos habían. Solo debían esperar lo peor. Eso les dijeron los doctores, debían esperar en casa sin salir, porque Haerin era muy sensible al exterior.

Danielle volvió, se sentó nuevamente en el sillón y se recostó, tapándose con la manta que ocupaba su amada.

Odiaba estar sin ella, nunca creyó que se pudiera extrañar tanto a alguien.

Había pasado un mes desde que la había perdido, su ánimo cada vez empeoraba, sus familiares, por más que habían intentado ayudarla, parecían no tener efecto. La única que lo tendría, sería Haerin.

Haerin, Haerin y sólo Haerin.

Pero ella ya no está.

Con ese pensamiento en mente, fue a hasta la cocina y con desesperación, tomó un cuchillo de los cajones, estaba dispuesta a acabar con su vida ahí mismo. Se cortaría las venas hasta desangrarse y morir. Ya no le importaba nada; ni el terrible dolor que sentiría, ni el trauma que causaría en la persona que la hallara, ni el sufrimiento que vivirían sus familiares y amigos por su muerte.

Quizás sea una decisión egoísta, pero le importaba poco, poco porque su sufrimiento diario acabó consigo misma, destruyéndola hasta el grado de que la comprensibilidad se le había ido.

—Ojalá te vea, mi Haerin...

Sus palabras acabaron con el primer corte en su piel. La sangre escurría por sus brazos, cayendo hasta el frío piso de la cocina.

Y siguió así hasta dejar de respirar.

Tal cual lo hizo Haerin alguna vez.

Quedó muerta y sin conciencia, y fue triste, porque Danielle esperaba despertar en algún lugar y volver a verla. Quizás en el cielo, quizás en el infierno.

No le importaba, no mientras su novia estuviera ahí.

Pero nada de eso pasó, por desgracia.

Unos días después, fue encontrada y enterrada al lado de su amada.

"Lamento mi ida, pero Haerin me espera". Leyó Hanni en la carta de su mejor amiga.

Pobrecita Danielle.

Haerin no la esperaba, no existía un más allá, donde podrían volver a besarse y mimarse. Sólo quedaba su cadáver a su lado, descomponiéndose mientras los gusanos se alimentaban de su ya podrida piel... Tal cual harían con el suyo.



Fin.

gone | daerinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora