1845
Las manos de la joven temblaban ligeramente. Y eso era algo que alguien como ella no iba a admitir nunca. Pero eso le importaba. Quizás era una de las pocas cosas que le importaban desde que decidió ser artista. Porque para ella fué una decisión, una revelación. No "divina", no. Nuestra querida florecilla no creía en esas cosas. En la divinidad, dios, o lo que fuese. O, más bien dicho, no quería creer. Porque cuando bajó al buzón, viejo y oxidado por el frío del invierno, y vió que había dentro una carta... Rezó al único dios que le habían enseñado a rezar. Fué una plegaria corta, casi innotable, fué un susurro, pero rezó. Y eso jamás lo confesaría. El viento frío de París rozó su cara y meció su oscuro pelo corto; si el frío de París en Enero hubiese tenido algo que ver con que nuestra querida florecilla se marchitara... Nos hubiéramos quedado sin animales, sin flores, sin arte. Quizás exagero debido a mi devoción por ella. Pero, Rosa era especial. Rosa era felicidad y controversia. Lo sabía muy bien cuando cogió la carta con miedo a una mala crítica y subió las escaleras hacia el pequeño estudio de pintura. Mientras subía, oculta entre las escaleras encorvadas, fué el único momento en el que se permitió temblar. Temblar de emoción, de miedo. Porque no lo haría cuando abriese la puerta y encontrase a Nathalie, sentada frente a la pequeña estufa preparando nuevos lienzos.
Los ojos marrones de la muchacha se alzaron levemente con un punto de pereza que Rosa no llegó a entender nunca.
— ¿Y bien? — Preguntó Nathalie — ¿Por qué tanto alboroto?
La florecilla, que apenas acababa de florecer, no sabía por dónde empezar. ¿Quizás por el principio? No. Demasiadas palabras para una mujer como ella. ¿Quizás por la mitad? No. Seguían siendo demasiadas palabras. Quizás por donde estaban. Abrió la carta, hinchando su pequeño tórax para llenarlo de aire. Nathalie inclinó su cabeza hacia un lado, la otra joven se preguntaba qué estaba ocurriendo. Pero a Rosa simplemente le pareció que se preguntaba por qué tardaba tanto en hablar.
— Chère Rosa Bonheur nous sommes ravis d'annoncer — Rosa se quedó allí; paralizada. Sin saber muy bien que decir ante todo lo que sus ojos leyeron por adelantado a su boca. Mientras, su corazón latía tan fuerte como los tambores en las orquestas que pensaba que jamás vería en directo. El pequeño estudio se amplió y luego volvió a su enano tamaño inicial para mostrarle que seguía estando en el mismo lugar del tenebre París invernal.
— ¿Rosa? — Dijo su amiga, llamando su atención, levantándose a toda prisa suave como una pluma y acercándose a ella. Los ojos de ambas conectaron por unos segundos y el aire se entremezcló. Una ráfaga de electricidad creció entre ambas cuando los dedos huesudos y pequeños de Nathalie rozaron los de Rosa para arrebatarle la carta.
Los ojos marrones le brillaron de emoción y un pequeño balbuceo salió por su boca.
— Lo hemos logrado — Balbuceó Nathalie. Hemos. Sí, ciertamente lo suyo fué un trabajo en equipo. Años y años de prepararle telas a Rosa, ayudarla con los bocetos y estudios; perfeccionar cuadros. Nathalie era su mayor fan y su peor crítica.
— Una medalla de bronce, en los salones. — Susurró Rosa de nuevo sin creerlo. La muchacha retrocedió hasta que chocó contra una de sus sillas enanas y se sentó. Mejor dicho, se dejó caer lo que a ella le pareció una eternidad; hasta que encontró la dura madera de la silla.
— Te dije que los cuadros que enviaste eran magníficos — Nathalie empezó a dar vueltas por el pequeño taller. — No esperaba que te dieran un premio por tu condición pero...
— Ninguna lo esperaba.
— ¡Eran magníficos! — Exclamó esta vez, dando un pequeño salto mientras se acercaba a su amiga. — Dios ha recompensado todo tu esfuerzo. — Rosa sonrió ligeramente.
— Nuestro esfuerzo.
Las miradas de ambas se conectaron levemente de nuevo. La fortaleza de ambas podía derrumbarse en cualquier momento pero la poca creencia de Rosa hacía balance con la devoción de Nathalie.
Algo cambió en ese momento. A Rosa le gustaría negar saber lo que cambió en ese momento... Ella siempre diría que la relación se fortaleció debido a ese cambio. Un cambio que no le gustó para nada. Esos pensamientos estaban rondando su mente mientras ambas celebraban ese gran logro para una mujer como era ganar la tercera medalla en los salones de París. Se podría decir que ese fué el inicio del florecimiento de Rosa, ya que todo cambió a partir de ese momento.
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MARIMACHO
Historical FictionROSA BONHEUR... La mujer que caminó con la cabeza alta entre la sociedad del siglo XIX. La mujer que se hizo un nombre en el mundo del arte. La mujer que desafió todo lo que estaba preestablecido y salió adelante. Le gritaron Marimacho desde la otr...