Incluso si se maldijera a sí misma, no había vuelta atrás.
Porque los ojos de César tenían una luz indescriptible.
—Es en serio.
—No dije nada.
—Me miraste con ojos sospechosos.
—De ninguna manera.
—No malinterprete que me tragué saliva cuando vi a Su Majestad, eso en realidad...
—¿En realidad?
—... La enfermedad del príncipe... ¡No, es la enfermedad del rey!
—¿Qué tipo de enfermedad es esa?
—¿... No lo sabe? ¡Es una enfermedad en la que crees que eres el mejor del mundo y presumes!
—Entonces supongo que no estoy enfermo. —César se levantó de su asiento y dijo—: Soy el rey, y no es que sepa que soy bueno, es que soy bueno.
—Ha..
—Es cierto, por lo que en realidad no se puede llamar enfermedad.
—...
César se inclinó y levantó la barbilla de Ruberia.
Aunque sintió que su cuerpo se estremecía, él sonrió y apretó sus labios.
—¡Uh!
—Creo que sería mejor que esta boca pensara un poco antes de hablar.
—¡Um! ¡Uh!
—Porque creo que es una boca muy mala.
César soltó una carcajada y liberó los labios de Ruberia que había estado sosteniendo.
—Entonces vendré a buscarte para la fiesta del té.
—Uah...
César cerró la puerta y salió como si nada hubiera pasado.
Ruberia estaba sentada en el sofá sin comprender y luego cayó de lado.
—¡Esto es loco! ¡Es una locura! ¡Está loco!
Con la cara roja, dio una patada en el aire.
Merilda, que trajo apresuradamente el té, vio la escena y sacudió la cabeza en silencio.
—Ahora traigo...
—¡Por qué trajiste el té tan tarde!
—¡Me esforcé mucho para que ustedes dos pasaran tiempo de calidad juntos!
—¡Deja de intentar! ¡No me dejes sola!
—No estaba sola, Su Majestad estaba allí.
—¡Por eso! ¡No me dejes sola con Su Majestad!
Le gritó a Merilda, pero el intenso calor no disminuyó fácilmente.
Merilda se acercó silenciosamente a ella con una mirada siniestra al fijarse en su rostro rojo.
—¿Por qué tiene la cara tan roja? ¿Qué pasó?
—¿Qué está pasando? Pareces una pervertida en este momento.
—Oooh~ señorita~ No hay manera de que las cosas se pudieran haber hecho tan rápido... ¿Qué es?
Merilda le dio un codazo en el costado.
—¿Estás loca?
—Dijo que estaba loca. ¡De ninguna manera! No lo atacó primero, ¿verdad?
—¡Merilda!