Llanto

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Michael dormía, hace mucho no hacía tranquilamente. Su respiración uniforme, atrapada en la cama por sus edredones grises de pluma y las sábanas apretadas cómo serpientes ahorcando a su presa indefensa.

Llanto. Su tranquilidad no duro mucho que digamos.

Los ojos de Michael se abrieron sin problema, casi brillando en la oscuridad, suspiro y se centro en el sonido. Era un llanto, obviamente, casi podía ver las lágrimas recorriendo la cara de…

Agudizó más.

Evan.

¿La vida lo odia o algo?

Se sentó en la cama y miro a la pared blanca insulsa cómo los sentimientos de esta casa. No quería ir.

¿Tenías que ir?

Ya sabía la respuesta. Si.

Comenzó a salir de la cama como si estuviera cargando hierros demasiados pesados, para su debilucho e inútil cuerpo, en su espalda. Sus pies se arrastraban sin una gota de ruido, cuando llego, sus ojos se volvieron hacia la cama, y ​​tubo que contiene el impulso de dejarse envolver en la droga satisfactoria del dormir.

Aún escuchaba el llanto.

Abró la puerta, intentando no hacer ruido, y camino hasta la puerta de Evan, que estaba entre otras dos puertas, las cuales no tenían nada verdaderamente interesante.

Estaba enfrente de la puerta y prácticamente en su podía ver a su hermano llorando sin remedio. Tenía que tocar, él lo sabía, pero no es como si le importará. Michael abrió la puerta y vio la misma imagen que ya se esperaba, la que ya había visto otras veces, las que no podía decir que no había escuchado el llanto.

Suspiro de nuevo.

Evan se sobresalto, obviamente, y lo miro con sus orbes verdes llenas de miedo. Él se acercó y se sentó alado de la cama, en su campo de visión entraba el acolchado azul lleno de dibujos de coches rojos y amarillos. Se cubría con el hasta la barbilla.

No necesitaban hablar, ambos sabían lo que había pasado, lo que pensaban en esta situación. Micheal atrapó a Evan en su brazo mientras se sentaba en la cama.

Sus extremidades no eran las más reconfortantes, pero servía. El niño agarró su remera y comenzó a llorar en ella sin pudor.

Oh joder.

La vida lo odia.

Él no servía para consolar, si para hacer llorar, en eso se parecía a su padre. Nunca supo consolar, nadie lo hizo con él.

Pero, por más que quisiera, no podía dejar a ninguno de sus hermanos llorando solo. Mínimo que lloren con alguien. ¿No?

Tenía frío, siempre tenía frío carajo. Apretó más a Evan entre sus brazos. Él no servía para esto, lo molestaba, lo asustaba con la máscara que su padre le dio hace tantos años, ¿tenía, incluso, el derecho de presenciar como lloraba?

Era horrible, lo sabía, pero no pararía. Claro que no.

El llanto se detuvo, estaba dormido. Acaricio distraídamente el cabello del niño y se quedó un par de minutos así. Con Evan entre sus brazos, tranquilo y sereno, sin miedo. Casi podía imaginar que era un buen hermano, casi.

Acostó con cuidado al castaño con el cuidado que no solía tener en, nada, la verdad. Lo envolvió bien entre sus infantiles sabana y se fue sin mirar atrás.

Cuando llego a su habitación lo sabía, sabía que no podría dormir de nuevo. Los pensamientos entrarían en su cabeza como gusanos en la comida tan putrefacta y añejada cómo en los órganos abandonados de los cuerpos de muertos olvidados.

Suspiro.

Hundió su cabeza en la dura almohada.

Cerro sus ojos e ignora cualquier cosa que venga del exterior de su mente, esperando, esperando la hora en la que inevitablemente tendría que volver a levantarse y hacer la rutina de todos los días que ya sabía de memoria.

Entonces.

Espero.

Micheal Afton consuela a Evan AftonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora