El garaje

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Me bajé del coche y esperé paciente a que mi padre terminase de aparcar para sacar las compras del maletero.

El garaje estaba vacío y oscuro a excepción de las pocas lámparas fluorescentes que se mantenían encendidas de manera ininterrumpida cada varios metros para contrarrestar esa oscuridad.

Me acerqué al interruptor más cercano para encender el resto de las luces cuando un ruido llamó mi atención. Debido al eco, no pude identificar de qué se trataba, así que hice caso omiso y di un paso para volver a nuestra plaza.

De nuevo, el sonido se repitió, y esta vez pude reconocerlo. Era el maullido agudo de un gato joven, seguramente una cría. No me sorprendió escucharlo, no era la primera vez que un animal se colaba en el garaje durante el invierno. El calor producido por los cientos de coches que se guardaban allí lo convertía en un lugar idóneo para pasar la temporada de frío.

Con curiosidad, me acerqué poco a poco hacia donde procedía el sonido, con intención de localizarlo y comprobar que estuviese bien.

Casi sin darme cuenta, me fui alejando de mi padre, que estaba sacando los regalos de Navidad del coche, y me adentré en la parte más escondida del garaje. En ese momento, el interruptor automático saltó y las luces se apagaron, dejando el lugar tal y como estaba al entrar, oscuro.

Busqué uno cercano, pero un nuevo maullido, muy cercano, me distrajo. Saqué el móvil del bolsillo y encendí la linterna, pero la luz no era lo suficientemente potente como para iluminar una zona tan amplia.

Avancé un par de pasos más hacia el origen del sonido, esperando encontrarme con el animal cuando un pensamiento aterrador cruzó mi mente. Aquello se parecía demasiado a una de esas escenas de las películas de terror, en las que el monstruo imita un sonido de algo inofensivo con la intención de llamar la atención de algún confiado y hacer que se separe del grupo para atraerlo a un rincón oscuro y poder devorarlo.

Mi pie se paralizó en el aire a mitad de un paso. Giré la cabeza para observar a mi padre, y me sorprendí al ver que me había alejado bastante más de lo que había creído en un principio.

Con el corazón latiéndome a mil por el miedo, volví a posar el pie en el suelo, retrocediendo por donde había venido.

Un nuevo maullido, el más alto que había escuchado hasta el momento, volvió a sonar y, a través de la luz de la linterna, distinguí unos enormes ojos mirándome fijamente debajo de un coche, brillando con ansia.

Eran demasiado grandes para ser los de un gato y, también, mucho más aterradores, como dos pozos sin fondo que me llamaban a perderme en sus profundidades, sin posibilidad de escapatoria una vez caiga dentro de ellos.

Mi mente se aclaró en el momento exacto, justo cuando todo mi cuerpo clamaba y me empujaba a volver a ese rincón. Utilizando toda mi fuerza de voluntad para no caer en aquella llamada siniestra, comencé a caminar hacia atrás, sin apartar la mirada del coche donde estaba la criatura, temiendo que si me daba la vuelta, saliese de ahí abajo y me atacase por la espalda.

Cuando estaba a un metro de distancia de mi padre, volví a pulsar el interruptor. Las fluorescentes volvieron a encenderse, haciéndome respirar tranquila cuando la luz me envolvió.

Agarré las bolsas que mi padre había dejado en el suelo para mí y, con un poco de insistencia, le pedí que acelerásemos el paso. Él, me siguió, desconcertado por mi prisa repentina.

Mientras nos alejábamos del lugar, los maullidos volvieron a resonar en el garaje, esta vez mucho más insistentes, como si se tratase de un intento desesperado por evitar que nos marchásemos.

Pude escuchar un último maullido furioso antes de que la puerta se cerrase del todo.

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