Leo

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Los rayos radiantes del sol iluminaban cada centímetro de las calles de l'Hospitalet de Llobregat. Las pintaba de un color cálido y acogedor. El calor se podía apreciar fácilmente. En aquellos días, la temperatura oscilaba entre 25ºC y 30ºC, acompañada de un ambiente desagradablemente húmedo, muy característico del clima mediterráneo de la zona. 

Los abanicos, los ventiladores y los difusores de agua reinaban en aquel caluroso verano. Aunque esa tarde, los habitantes, hartos de los insoportables grados que ascendían sin parar, tuvieron un golpe de suerte, un breve respiro: se llegó a una temperatura bastante aceptable, con brisas de aire placenteras. A pesar de haber durado poco tiempo, los hospitalenses estaban más que agradecidos por aquel "milagro".

Mujeres apresuradas que hablaban por teléfono. Hombres de traje que salían agotados del trabajo. Grupos de adolescentes con las hormonas por los cielos riendo. Puertas que se abrían, otras que se cerraban... Niños que corrían por la rambla, por los parques, mientras sus madres les daban pequeños bocatas y Bifrutas. Chismes de los amigos de los hijos e hijas que corrían en las bocas de sus madres. Pelotas de volei, de básquet, de fútbol... Por aquí y por allá. En el centro, la vida permanecía.

Era una tarde cualquiera para todos aquellos niños y sus chismosas madres, unas horas más, como las de siempre. Era la hora de ir a casa, hacer deberes, sentarse en el sillón y reflexionar sobre el día. Excepto aquellos que tenían extraescolares y cosas por hacer. Entre estos estaba Leo. El joven estaba marcando sus pasos con seguridad. Sus bambas provocaban el único ruido de la calle solitaria, por la que no pasaba ningún coche. Eran unas Nike Impact 4 grises, de plataforma alta y con distintos tonos de blanco y azul, acompañados del logotipo oscuro de la marca en ambos lados del calzado. No tenían pinta de ser muy baratas. Las llevaba perfectamente atadas formando lacitos con los cordones nuevos. Llevaba el móvil en las manos. Sus pulgares no hacían más que moverse: para arriba... y para abajo... Estaba contestando mensajes. La mayoría eran de sus amigos, aunque había otros que los enviaba su abuelo Dani. Al acabar de responder (o simplemente dejar en visto) inspeccionó lentamente WhatsApp observando todos sus contactos. En un momento repentino leyó "Mamá" en aquella lista de números agregados. Entró a la conversación que tenía con su madre, presionó la opción de "Mensaje" y pensó como mínimo dos minutos, si escribirle o no. Hasta que levantó sus ojos oscuros y vio que eran las 17:51 en su IPhone. Inspiró durante un par de segundos con una cara de preocupación y emoción al mismo tiempo, apagó su teléfono móvil con un solo botón situado en el lado derecho y aceleró su trayecto.

Tan solo faltaban un par de breves minutos para las 18:00. Leo había llegado al colegio. Miró atentamente la entrada a la secretaría y entró por ella. Saludó educadamente a Patricia, la secretaria de toda la vida. Tenía aproximadamente unos 60 años, de los cuales había invertido treinta trabajando en la escuela. Poseía la increíble capacidad de caer bien a todo el mundo. Ella le respondió con un "Hola Leo" acompañado de una agradable sonrisa de oreja a oreja. El chico siguió caminando, pasando por varios pasillos largos, doblando un par de veces, con la finalidad de llegar al vestidor de hombres, que estaba en esa misma planta, al lado del patio grande. En comparación con otros centros escolares, el Sant Joan era un instituto inmenso. No era difícil perderse entre aquellas paredes poco coloridas. Incluso los que habían estado allí desde los primeros años podían quedarse atrapados con cierta confusión, al no conocer dónde estaba el aula de informática de bachillerato (edificio vecino que conectaba con secundaria) o uno de los muchos cuartos que había para guardar documentos antiguos, pupitres rotos, material de educación física, pizarras con décadas, cajas de tizas... Finalmente, el joven pudo llegar con facilidad al destino deseado. Abrió la puerta rojiza que estaba delante de sus ojos, que tenía el típico símbolo de los baños de hombres, los dibujos de personas hechas de palitos, aquellos de los cafés del barrio. Tan sólo al tocar la superficie de la puerta, escuchó unas risas, de las cuales no lograba reconocer a sus emisores. Al final, con la fuerza de sus brazos, dio un leve empujón para poder entrar de una vez. Apenas hacerlo, unas cuantas miradas se dirigieron hacia él. Leo levantó la cabeza y los vio. Eran aproximadamente diez chicos, jóvenes adolescentes, quizás alguno tenía un año más o menos que el resto, pero si aquel era el caso, no se diferenciaba. Todos eran altos y bastante guapos.
-¡Hombre! Tú debes ser el nuevo, ¿no? -dijo uno de ellos, el de los rizos oscuros, con sonrisa pícara.
-Soy Leo -respondió el chaval con confianza mirando a todos los presentes en el lugar.
-¡Leo!, ¿no será que te habrás equivocado de deporte Messi? -se burló entre risas por la relación entre el futbolista y el muchacho.
-¡Sí! Anda. ¿Yo fútbol? Ni de coña, te aseguro que no es lo mío. Yo soy más como Curry -se defendió el pobre.
-Bueno, bueno, eso lo sabremos dentro de poco -rio una vez más. -Yo soy Joan, pívot - se presentó.
-Yo Martí -añadió el rubio de ojos claros. Tenía un lunar en el cuello.
-Luca -dijo estirando el brazo para saludarlo de esa manera que todos los chicos hacen, entre ellos, entrelazando las manos de algún brazo, acercándose el uno al otro, para finalizar dando un golpe "amistoso" (brusco) en la espalda, diciendo algo como "¿Qué pasa bro'?" o "¿Todo bien hermano?"
-El italiano -declaró Joan señalando a ese tal Luca que pocos segundos antes se había presentado. Este, como respuesta, impactó la mano contra su hombro. Supuestamente él había nacido allí, en Cataluña, pero sus padres procedían de Sicilia.
El resto de los muchachos dijeron sus nombres y en menos de dos minutos estaban charlando, como si se conocieran de toda la vida. Leo estaba muy cómodo en aquel grupo de chicos. Todos le habían caído muy bien. Muchos temas de conversación salieron a la luz, y los segundos pasaron rápidamente hasta que uno dijo algo en especial.
-¡Son las 18:00! -gritó Martí al mirar la hora en su móvil. La hora de entreno había llegado y debían ser puntuales para comenzar bien la temporada.

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⏰ Última actualización: May 01 ⏰

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