02. El arquero.

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John.

Bajo los rayos del sol, se encontraba un adolescente más alto que el promedio, sosteniendo con destreza su arco, en dirección a un árbol lejano al cual le había dibujado un blanco.

Disparó y la flecha dió justo en medio, haciendo que John sonriera con satisfacción. Cada día que pasaba mejoraba en sus habilidades, su padre estaría orgulloso al ver que llevaba balanceado sus estudios como médico y los pasatiempos que le llenaban el corazón.

Lo extrañaba tanto, aunque poco a poco iba sanando esa vieja herida porque había prometido cuidar de su madre cuando las cosas se pusieran feas, y si estaba mal sentimentalmente, no podría resistir entre guerras y enfermedades que se esparcían con rapidez.

Ser un aprendiz de medicina en esos tiempos complicados era difícil, sin embargo, John no se imaginaba desarrollando otra profesión que no fuese esa. Desde pequeño sintió la necesidad por sanar los malestares de las personas a su alrededor, solía inventar miles de remedios caseros que gracias a los dioses funcionaban de maravilla.

Bueno, esa era su habilidad especial. Y gracias a sus medicinas es que se había vuelto bastante conocido en su pueblo, tanto así que los reyes pedían verlo cuando algo andaba mal con algún miembro de la familia.

Odiaba por completo a la realeza, esas personas sin corazón nunca se preocupaban por el bienestar del pueblo, solo querían cobrar los impuestos pero no se hacían cargo de las necesidades básicas de cualquier ser humano. No le gustaba cuando entraba al palacio de su majestad ya que todo el salón principal estaba repleto de pinturas y esculturas que fueron creadas en base a explotación de talento y que no nacieron del corazón de aquellos artistas que fueron amenazados para realizar una obra de arte digna del palacio real.

Un día de estos explotaría.

La próxima podría llevar su arco y atravesar el corazón de los herederos al trono con una de sus flechas favoritas, la cual había sido regalo de su padre y tenía grabado su nombre en letras doradas, no oro, un dorado de calidad dudosa. Muchas veces no entendía a ese hombre y sus palabras murmuradas, solía repetirle que algún día de estos sabría el porque le gustaban tanto las artes y los deportes.

Agradecía a los dioses el haber tenido padres tan comprensivos que, desde pequeño, lo apoyaron en todas las cosas nuevas que deseaba aprender, con tal de que solo siguiera una carrera profesional porque de algo tenía que valerse en un futuro, si es que ellos no estaban para el.

Johnny...

El chico apuntó con su arco en dirección a los árboles, de donde había provenido esa extraña voz. ¿Qué se suponía que era eso? su nombre fue pronunciado por una voz masculina, que al mismo tiempo era suave, como la de una mujer joven.

Johnny...

—¿Quién eres? —preguntó, caminando en dirección a los árboles. —Te advierto que soy muy bueno con el arco.

No debió de ir a solas al bosque, su madre le iba a regañar donde se metiera en otra pelea con el hijo del vecino. ¡Pero no era su culpa! ese idiota siempre lo molestaba diciendo que sus pinturas eran feas, cosa en la que estaba muy equivocado. Sus bebés eran hermosas.

No eres mejor que yo, corazón, bájale a tus humitos.

John tocó su cabeza en busca de alguna herida, capaz se había desmayado por estar bajo el sol y ahora estaba alucinando con voces.

—Me estoy volviendo loco —concluyó.

El que se volverá loco seré yo, ¿puedes prestarme atención? ya me arruinaste mi momento épico.

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