Tres

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-¡Por favor, Circe!.

-Lo siento, no puedo hacerlo.

-Por favor...

-No lo entiendes -murmuré‐ ¿Y si mejor me explicas qué hacemos afuera de un hospital? -propuse, confundida

-Un amigo tuvo una pequeña sobredosis y necesito sacarlo de ahí porque... -Hizo una pausa, sus puños se apretaron con enojo- ¡porque siempre soy yo el idiota al que le toca salvarle el maldito trasero! ¡Agh, maldita sea!

-Espera, espera. ¿Quieres decir que siempre tiene sobredosis? -inquirí, levantando una ceja en sorpresa y preocupación.

-No -musitó, su mirada evadiendo la mía- No siempre, solo en ocasiones... ¡Bueno, sí, a veces siempre!

-Pues ve por él, te esperaré en el auto.

-¡Por si no lo has notado, apesto a alcohol! -exclamó, frustrado - No van a querer que firme el alta. Por favor, ayúdame

Fruncí los labios, sintiendo el peso de la indecisión sobre mí. Mis ojos se desviaron hacia el edificio del hospital que se erguía frente a nosotros, recordando todas las veces que había estado allí en el pasado. Me prometí a mí misma que nunca más volvería a ese lugar asfixiante, pero ahora me encontraba en una encrucijada.

Miré a Owen, nuestro encuentro había sido inesperado y repentino. Apenas sabía algo de él, y sin embargo, aquí estábamos, enfrentándonos a esta situación incierta. Quizás debí haber sido más precavida y no haber salido de la casa de Román sin conocer bien la ciudad. Pero a pesar de eso, algo dentro de mí me impulsó a tomar el riesgo y subir al auto de Owen. Tal vez era mi deseo de vivir una vida llena de aventuras y emociones, de recordar el porqué había decidido mudarme y escapar de mi monótona rutina.

Aquella voz silenciosa en mi interior susurraba que era hora de romper las barreras que me había impuesto a mí misma.

-Está bien.

Así que una vez más, mis ojos fueron cegados por esas potentes y deslumbrantes luces blancas al entrar, convirtiendo momentáneamente mi visión en un borrón brillante. El sonido de los pasos apresurados de la gente resonaba en los pasillos, mezclado con mis propios pasos al caminar como un eco que llenaba mis oídos. No podía evitar sentirme abrumada por todo el ambiente hospitalario que me rodeaba, el olor penetrante de la medicina impregnando el aire y fusionándose con los desgarradores llantos de los bebés en la sala de pediatría. Todo en mí gritaba por escapar de ese lugar, una sensación de incomodidad y ansiedad creciendo en mi pecho a medida que avanzábamos.

Finalmente, después de una caminata aparentemente interminable, llegamos a la recepción del hospital, un pequeño mostrador donde uniformados administrativos llevaban a cabo sus tareas. Una mujer de bata impecable nos miró con curiosidad y nos pidió el nombre del paciente que buscábamos. Owen, siempre rápido para responder, pronunció con firmeza el nombre Elijah. Mientras él y la doctora entablaron una breve conversación, yo me encontré sumergido en el proceso de llenar el papeleo. Mi mente vagaba por los recuerdos de los momentos previos a llegar aquí, las circunstancias que nos habían conducido a esta situación de emergencia.

Una voz llamó a Owen desde el otro lado del mostrador, causando que se lo llevaran lejos de mi vista.

- El paciente está en la habitación número Quince.

Agradecí interiormente el hecho de haberme puesto la capucha, ocultando así el visible moretón que adornaba mi rostro, junto con otras heridas que decoraban mi cuerpo. Era mejor mantener un perfil bajo, evitando llamar la atención no deseada en un lugar como este.

-Gracias. - Respondí

Esperé un rato para ver si Owen regresaba, pero al no haber señales de él, caminé lentamente hacia la habitación que me había indicado la enfermera minutos antes. Observé la perilla de la habitación, pensando si esperar unos minutos más a Owen o entrar por mi cuenta. No podía evitar preguntarme dónde se había metido Owen, pero decidí tomar el asunto en mis propias manos y abrí la puerta, cerrándola detrás de mí.

Cicatriz © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora