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¿Estar contigo toda una vida?
No había palabras suficientes para que Makoto Naegi describiera lo que sentía al verla allí, entrando por la gran puerta de la iglesia, con un vestido tan hermoso que resaltaba su belleza natural, su ser en su totalidad.
Parado en el altar, sintió una mezcla de emociones al ver a Sayaka caminando hacia él, con esa gracia y elegancia que tanto admiraba en ella. La primera emoción que experimentó fue pura felicidad al verla luciendo radiante en su vestido de novia, que resaltaba sus mejillas naturalmente rosadas, tan suaves a la vista que deseaba recibirla con un beso en ellas. Se hizo una nota mental para hacerlo después de la ceremonia.
—Estás preciosa —dijo para sí mismo, sus ojos se iluminaron, quizás porque estaba viviendo un momento mágico o por las repentinas ganas de querer llorar.
Era más que un sueño e ilusión que tantas veces había tenido durante sus años en la academia y cuando comenzaron a salir. Siempre fue un sueño verlos a ambos así, a punto de casarse y entrelazar sus almas hasta que la muerte los separara. Hoy, en ese instante, mientras la mujer de su corazón estaba a solo unos pasos de él, finalmente se hacía realidad.
Una realidad que siempre había deseado y que estaba sucediendo. Una lágrima traicionera bajó por una de sus mejillas antes de ayudar a la idol a subir a su lado, estando frente a frente, perdiéndose en la mirada del otro por unos breves segundos.
—Estás más hermosa de lo que imaginé —rompió el hielo Naegi, dejando que una brillante sonrisa resaltara en su rostro.
Maizono pareció contagiarse de su alegría, ya que la hermosa mujer imitó su acción. El afortunado podría jurar que esos ojos azules tan atractivos e hipnóticos expresaban un brillo mágico que removía su corazón de emoción.
—Tú no te quedas atrás, te ves increíble con ese traje —sus risas llenaron el lugar de una calidez indescriptible, permitiendo que los presentes disfrutaran de la linda imagen de dos jóvenes enamorados a punto de unirse en matrimonio.
Ambos sabían que no necesitaban decir nada más, porque era su momento, solo de ellos, y lo disfrutarían a su manera y en su tiempo. Makoto besó con gentileza la mano de su prometida, jurándole en silencio amor eterno al encontrar su mirada y permitiendo que solo sus corazones hablaran por ellos.
Mientras se perdían en el otro, el mundo parecía desvanecerse a su alrededor. En ese instante, solo existían ellos dos, unidos por un amor que trascendía el tiempo y el espacio. El suave susurro del viento y el cálido sol que se filtraba por las ventanas de la iglesia parecían bendecir su amor eterno.
—¡Ahora, los declaró marido y mujer! —ambos sonrieron, queriendo retener las lágrimas que se asomaban en los ojos de cada uno—. ¡Puede besar a la novia!
No debía decir, pues Makoto y Sayaka se acercaron mutuamente para sellar su pactó de amor en un beso suave, tierno, que expresaba todo lo que sentían y seguirán sintiendo por el otro.
Y así, en medio de la magia y la emoción, Makoto y Sayaka se prometieron el uno al otro, no solo en cuerpo y alma, sino también en cada latido de sus corazones. Juntos, enfrentarían cualquier desafío que la vida les presentara, sabiendo que su amor era más fuerte que cualquier adversidad.
—Te amo, Makoto —junto su frente con la de su ahora esposo, su sonrisa e ilusión nadie podría arrebatarsela. Sentía como su compañero de vida la envolvía en un abrazo dulce y amoroso.
—Te amo, Sayaka.
Mientras los aplausos de los seres queridos resonaban en la iglesia, Makoto y Sayaka se miraron profundamente, sabiendo que habían encontrado su hogar el uno en el otro. Y en ese momento, el universo entero pareció celebrar su amor, como si el destino mismo estuviera de acuerdo con su unión.
¿Qué hubiera sido en otra línea de tiempo de estas dos almas llenas de amor? No lo sabían, y parecía no querer saberlo nunca al disfrutar su ahora presente y su próximo futuro juntos. Porqué en esta línea, ambos pudieron reescribir las estrellas con ayuda del otro.
—¿Lista para abrir la pista de baile con nuestro vals? —tomo su mano, mirando a su esposa con tanto amor que empalagaba.
—Estando a tu lado, siempre lo estaré.
Sí, pero también todas las demás.
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¿Qué? Yo dije que lo haría. Lamento si hay faltas de ortografía o gramaticales, sí, sí.