👑 «Dicen que cuando dos almas están destinadas a estar unidas, siempre se encontrarán la una a la otra. Sin importar qué ocurra en el camino.
El solitario Geralt de rivia, apodado por los demás él brujo, jamás pensó en estar unido con dos pequeñas...
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El gran palacio se encontraba sumamente en silencio. Si te asomabas por los pasillos, lo único que podías oír eran los ronquidos del rey y los suspiros de la gran reina Calanthe, quienes ya se encontraban en sus aposentos durmiendo plácidamente luego de un día bastante agitado.
Las pequeñas antorchas pegadas a la pared junto con un candelabro iluminaban el desolado lugar. La noche estaba callendo y el frío era lo único que se podía sentir.
Sin embargo, eso no le importó demasiado a Cyrielle, quien no dudó en salir hacia afuera al ser llamada por su querido guardia, quien la estaba esperando impacientemente afuera de las grandes puertas del castillo.
El joven pelinegro al sentir unas pisadas llegar apuradas hacia él, alzó la vista y sonrió al verla llegar. El rostro sonrojado por el frío de la peliblanca no lo pasó por alto y se odió así mismo al hacerla salir hacia afuera.
Ella se relamió los labios al sentirlos repentinamente secos y se detuvo frente a él. Por alguna razón, el ambiente donde se encontraban estaba por completo tenso, y ella odió sentir el nudo en su garganta al notar un caballo cerca del joven.
Lo analizó de arriba abajo y supo que él saldría en esos momentos.
—¿Ha ocurrido algo? —preguntó con algo de temor a la respuesta.
El joven se mordió su mejilla izquierda y suspiró. Ella notó que en ningún momento el se había acercado a ella. Es más, la frialdad en sus ojos le aterraba.
—Ya sueltalo. —ella dijo. —te irás, ¿no es así?
Ante el silencio del pelinegro, ella asintió con la cabeza. La enfurecia al no escuchar una sola palabra venir de él. Apretó los puños sintiendo como su garganta se cerraba y dió un paso atrás.
Eso llamó la atención del joven quien dió un paso hacia ella.
—Cyrielle... —trató de tocar su mano pero eso fue suficiente para que ella notara el anillo dorado en su dedo anular. —dejame explicarte, por favor. —su voz sonó temblorosa.
—Así que ya te comprometiste. —la peliblanca soltó con amargura. Sus ojos se encontraban vidriosos, sin embargo, no derramó ninguna gota. —prometimos que íbamos a esperar el momento justo para escaparnos.
—Yo te amo... —murmuró el chico y acunó el rostro de la princesa entre sus manos. —pero sabes que no puedo negarme a ese casamiento.
—Claro que podías.
El joven negó con la cabeza. En cuanto la escuchó soltar una risa de amargura la miró. Para ese entonces las lágrimas de la princesa caían sin parar.
Él se iba. Él aceptó esa propuesta de matrimonio. Él la dejaría en la soledad. Ya no iba estar esperándola en su aposento junto con una gran sonrisa mientras ella le contaba lo cansador que había sido su día. Ya no la escucharía. Ya no la tocaría ni la besaría.