Capítulo 30

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Cuando Matías abrió los ojos a la tenue luz, se encontró en su propia cama, rodeado de familiaridad. Abrumado, hizo lo único que pudo. Gritó.

Una sombra se movió a su lado.

—Shh, Mati. Ey, está bien.

Alejo. Era Alejo, la voz del alfa en voz baja y urgente.

—¿Dónde esta él? —dijo, frenético, sus manos buscando al bebé al que había estado abrazando con tanta fuerza.

—Está justo acá —dijo Alejo, su voz firme y tranquila, presionando las manos de Matías contra el bebé acunado contra su pecho.

—Oh.

Su pánico disminuyó, pero no pudo contener las lágrimas.

—Lo logramos —dijo entre sollozos—. No pensé que lo haríamos. Fue tan difícil, un viaje tan largo y tanto, tanto frío. Sentí que nunca volvería a tener calor.

Alejo tomó su mano y ahuecó su mejilla.

—Estás acá, lo hiciste. Tan valiente y fuerte.

—No me siento fuerte. O valiente. —Hizo un balance—. Pero me siento caliente.

—Los estuvimos cuidando a los dos. Akira está ayudando —dijo Alejo con un gesto de la cabeza hacia el perro que estaba acostado junto a ellos en la cama, con la cabeza en la rodilla cubierta por una manta de Matías.

—Hola, Akira. Te extrañe. —Levantó la cabeza y miró a Alejo a los ojos—. Los extrañe a todos. Perdón por haberme ido de esa forma. La llamada del mar era tan fuerte que no pude luchar contra ella. Pensé que me había llevado, finalmente. Pensé que nunca iba a volver. Pensé que me perdería y mi corazón se enfriaría.

—Pero no fue así —dijo Alejo, su voz un poco vacilante—. Llegaste a casa.

—Fuiste vos —le dijo Matías, necesitando que Alejo lo entendiera—. Mi amor por vos fue como una corriente cálida en el agua. Lo seguí a casa hasta vos. Me llamaste a casa.

De repente, Alejo lo atrajo hacia sí, envolviendo sus brazos alrededor de él, presionando el rostro de Matías contra su pecho.

—Te amo —dijo Alejo con fiereza—. Te amo demasiado. No hubo un día en el que no te haya visto en la orilla, esperando a que regreses a casa.

—Y acá estoy.

—Y acá estás. Acá estan los dos. No pretendo entender por lo que pasaste. Pero tal vez, cuando hayas descansado, quizás tengas ganas de decírmelo.

Matías sonrió contra el pecho de Alejo, frotando su barbilla contra la camiseta de Alejo mientras el bebé se retorcía adormilado entre ellos.

—Es una larga historia.

—Tenemos tiempo —prometió Alejo—. Tenemos todo el tiempo del mundo. Pero tal vez un desayuno primero —agregó cuando el estómago de Matías gruñó—. ¿Y tal vez leche de fórmula para el bebé? Betty compró algunas de la tienda.

Matías sonrió ante su consideración.

—Puedo alimentarlo.

Alejo se echó hacia atrás, usando su pulgar para limpiar las huellas de lágrimas que corrían por las mejillas de Matías.

—Te voy a traer el desayuno a la cama —dijo, presionando un beso en la mejilla de Matías antes de ponerse de pie.

Matías se recostó contra la cabecera, mirando al bebé en sus brazos. Todavía no podía creer todo lo que había sucedido, no podía creer que hubiera logrado regresar. Parecía que las probabilidades estaban en su contra. Y, sin embargo, lo había hecho. Los había llevado a ambos a casa.

Forbidden ⎯⎯ SoulizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora