Lo tenía todo perfectamente planeado.

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Pero el calcetín rojo nunca apareció. Después de buscarlo por más de una hora y poner su casa de cabeza, Rigoberto se dio por vencido.
Guardó el traje negro, la camisa blanca, la corbata roja, los zapatos y el cinturón marrones con los que quería ser enterrado, de nuevo, en el ropero. Enfundó el revólver que había dejado sobre la mesita de noche, tras retirarle la única bala que había colocado en la recámara; ya no la necesitaría. Tiró a la basura el calcetín viudo y quemó el sobre con la nota en su interior.
Cuando sintió las lágrimas brotando de sus ojos en un llanto incontrolable, Rigoberto intentó cubrirse el rostro con sus manos, no obstante, el llanto no cesaba y terminó sucumbiendo ante el amargo dolor de la realidad.

"Seguiría viviendo."

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