En las profundidades de un bosque protegido por montañas, habitaban seres místicos, los cuales se resguardaban de los humanos, el acceso era difícil para el humano convencional, por este motivo el bosque recibía a sus congéneres, duendes, ninfas, hadas, unicornios y se decía que había al menos un fénix los cuales huían de las maldades de los humanos.
Así comienza la historia, con un pequeño duende color marrón, el cual vivía su vida en solitario por sus excentricidades. Realmente se refugió en la soledad, lo cual le atormentaba, pues es antinatural para alguien de su especie. En un inicio los otros duendes lo buscaban, pero este los alejaba con sus acciones y palabras, pues para él era más fácil que lo odiarán, así no podría lastimarlos, pues tenía miedo de comenzar a quererlos.
Terminó aceptado su soledad y el hecho de que no quería lastimar a otros o ser lastimado. Así pasó un año y llegó la primavera, nuestro duende trabajaba arduamente su pequeño huerto de fruta roja y calabaza verde. Esto era básicamente toda la dieta a la par del agua que recolectaba del gran rio a unos minutos de su casa, la cual era simplemente un agujero bajo en un pino, solo tuvo que molestarse por poner una puerta y terminó usando las raíces como estantes. En sus momentos de soledad se dedicaba a la pintura, lo cual era su principal medio de distracción y expresión. Por el contrario, cuando se sentía solo, le daba por escribir largos párrafos reflexivos e inclusive historias muy tristes y deprimentes para los de su especie. Se podría concluir que era muy ambivalente, pues por meses podía estar en extremo feliz y por los meses restantes en una gran desesperación.
En este caso, la primavera fue una época muy feliz para él, tal vez por todo el trabajo que le llevaba el huerto. Cuando tenía tiempo libre subía el pino para contemplar la vista. En otras ocasiones daba pases para inspirarse y hacer sus pinturas.
Pasó el tiempo y verano llegó con su calor, eran pocas las horas que realmente se sentía el aumento de temperatura, aun así, tenía un lugar secreto para pasar esos momentos. Rumbo al norte había un estanque pequeño, estaba solo porque las ninfas, quienes habitan estos cuerpos de agua, por lo regular viven en enjambres debido a su naturaleza social, así que preferían los lagos concurridos.
Una vez visto el estanque, el cual era cristalino y tenía algunos nenúfares, vislumbro una mariposa morada, cosa extraña porque solo se observan en primavera, en verano se marchan hacia el oeste. Grande fue la sorpresa al ver que era una ninfa morada, la cual estaba flotando sin mucho esfuerzo.
El duende marrón no sabía que hacer, no quería hablar con nadie, ni ver a nadie, pese a todo esto se quedó observando a la ninfa, la cual en momentos subía a los nenúfares, jugaba con sus flores. Así se pasó toda la tarde viéndola, volviendo a casa antes del anochecer.
Pasaron los días, semanas y meses, durante todo este tiempo el duende marrón visitaba a la ninfa, nunca le habló ni se vieron el uno al otro, a veces le dejaba fruta roja y calabazas verdes, cuando lo hacía se desparecía por unos días, puesto que no quería que lo esperasen ni mucho menos que lo vieran.
La ninfa por su parte tenía interés por saber quién era aquel que dejaba esa comida, estaba muy agradecida e intrigada, más nunca logró atrapar al actor de todo esto.
El otoño llego y el duende marrón comenzó a guardas provisiones debido al inminente invierno. Mientras llevaba a cabo todas las preparaciones la tristeza lo asalto. No sabía que hacer más que escribir y atormentarse con sus pensamientos. En todo este tiempo no visitó a la ninfa, la cual, a pesar de tener curiosidad, rápidamente olvido el asunto y comenzaba a vagar por el bosque.
El duende marrón se preguntaba porque sentía tanta desesperación y tristeza, se odio por alejar a los otros duendes, pero a la vez él creía saber que era lo mejor para todos, no quería molestarlos y el hecho de que lo odiarán, o al menos eso creía él, hacía las cosas más fáciles al menos para él.
Hubo momentos en que se desvelaba torturado por todo tipo de ideas y cuestiones. El invierno terminaría llegando y comenzó a pensar en la ninfa, comenzó a desear haberle hablado, conocerla e incluso pintarla, pero no lo hizo por sus propias limitaciones, así que decidió hablar con ella.
Salió temprano por la mañana cubierto con algodón y a duras penas caminaba por la nieve. Cuando diviso el estanque la vio ahí congelándose, decidió dejar su abrigó de algodón, quitó la nieve para despejar el suelo, colocó el abrigó, una vez que tomó distancia lanzó bolas de nieve para llamar la atención al lugar del abrigo.
Cuando la ninfa alzó la vista el duende se alejó y volvió a casa con el cuerpo congelado y sintiendo que iba a morir congelado. Comenzó a dudar si la ninfa habría visto el abrigo y esto lo torturó toda la noche. Odiaba el hecho de preocuparse, pensaba que sería fácil hablarle y ayudarle en lo que pudiese, pero no era fácil, así pensaba el duende marrón.
Al día siguiente volvió con frutos rojos, cautelosamente se acercó y con agrado vio que la ninfa tenía puesto el abrigo, sin darse cuenta sintió felicidad. Hizo lo mismo con la comida, la dejó en un lugar limpio de nieve y llamó la atención con al lugar con bolas de nieve.
El invierno fue duro, pero todos los días visitaba a la ninfa, no se detenía a pensar el por qué lo hacía, simplemente sentía algo, un algo que no quería aceptar. Así el invierno terminó.
El duende marrón dejó de ir al estanque, la ninfa se había acostumbrado a recibir los frutos rojos y calabazas verdes, más dejaron de llegar, por lo cual se puso investigar quien o quienes eran quienes le daban estos obsequios, así pasó una semana por los alrededores del estanque y fueron los pájaros quienes le dijeron que no había ningún grupo ni de elfos, ni duendes ni de ninguno cerca de su estanque, todas las criaturas vivían cerca del lago más al centro.
La ninfa pasó otra semana investigando, más nunca supo acerca de aquel que se preocupaba por ella.
"Si las palabras decepcionan ¿Qué tal las acciones?"