Frost ha sido huérfana desde que tiene recuerdos, abandonada en un mundo en el que nunca llegó a encajar. Desde pequeña, heredó unos poderes antiguos que nunca pudo comprender del todo, pues nunca tuvo a nadie que la guiara o le enseñara sobre su or...
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Érase una vez un majestuoso rey que vivía junto a su noble hermano en un reino lleno de color, donde se celebraban el arte y la música. El rey, convencido de que jamás podría tener hijos, se resignaba... hasta que un día, en esa tierra encantada donde todo es posible, fue bendecido con una preciosa hija, a la que deseaba regalar paz y felicidad. Pero los demonios de su pasado no tardaron en volver a acecharlo. Había una bestia cruel que deseaba arrebatarle el reino para hacer suyo su trono; traía consigo criaturas incontrolables que ahuyentaron a los otros seres mágicos de la tierra. Y también estaban esas brujas malvadas, portadoras de piedras encantadas que debilitaban al rey con cada luna llena.
Viendo la sombra de sus enemigos acercarse, el rey tomó una decisión dolorosa: envió a su amada hija lejos, haciendo creer a todos que la había perdido para siempre. Con el alma rota, se apartó del mundo; el castillo cerró sus puertas y el reino cayó en tinieblas. Hay quienes dicen que aún brilla una tenue luz en el castillo, una princesa de hielo que ilumina la habitación que iba a ser de la pequeña. Pero las despiadadas bestias que tomaron el mando de ese reino abandonado no sabían que los de esa casa no descansarían hasta ver a sus enemigos aniquilados. Y esa chica de hielo, llena de rabia contenida, juró que sanaría su pueblo... y un día, traerían de vuelta a su princesa para que viviera feliz por siempre.
Mientras caminaba por la habitación, meciéndola suavemente en mis brazos, le contaba esa historia a Hope, que era en verdad lo que vivíamos ahora. Ella sonreía tranquila, jugueteando con mi cabello, que había perdido su color original hasta volverse completamente blanco. Poco a poco, con la suavidad de mis palabras y el calor de mis brazos, su risa se fue apagando hasta que finalmente cayó dormida.
Levanté la mirada y encontré a Rebekah observándome, visiblemente sorprendida.
—Gracias, Frost —me dijo en voz baja—, hace días que no duerme.
—Ha sido todo un placer —respondí con sinceridad.
La verdad es que esa niña me transmitía una paz que jamás había sentido, y en el fondo, creo que a ella también le gustaba cuando venía. Lo curioso es que estoy aquí gracias a un hechizo de Davina que, sorprendentemente, logré hacer yo misma, a pesar de que no soy una bruja. Nunca he entendido cómo, ni sé realmente quién soy.
Mis padres... ellos me abandonaron o murieron, nunca lo supe. Tampoco tuve a nadie que me enseñara a controlar este poder que siento en mis manos, un poder que nunca llego a entender del todo... y tal vez nunca lo haré.
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