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Esta es la carta número 48 que te escribo. Y no me avergüenza admitirlo ni que me parezca un número sin valor cuando se trata de expresar lo que siento. Puedo escribir cien más si quiero, sé que no ocuparán espacio demás en tu cajonera porque no te he entregado ni una sola. Ni siquiera sé qué día es, he perdido el norte desde que llevo un hueco en el estómago y en el corazón.

Puede que sea egoísta decir que me siento rota, que lo que callas duele más que lo que dices, que los silencios poco a poco cavan un agujero que difícilmente podrá resanarse. Mientras tienes esa lucha interna, yo estallo en anhelos y decepciones.
Tú te reservas y yo me desbordo.

Me estoy acostumbrando a hablar hacia adentro. Guardarme todo, porque tus respuestas sólo tienen cara de silencios. Por desgracia, esos y yo nos llevamos bastante mal.

Eres como una llovizna apacible, quieta y constante. Prefieres quedarte en silencio y yo simplemente espero agonizante que decidas romperlo y desatar una tormenta, porque las lloviznas pueden llegar a hartar hasta llevarte al límite si se prolongan demasiado, no causan daño de golpe pero lo hacen con su constancia, con esa quietud tan propia de ellas. Llevándome a preferir sin dudas que esta llegue ya. Pues con suerte, si esta no es devastadora, cuando termine podremos reconstruir lo que se llevó a su paso.

Pues suplicar por un amor no es humillarte, es salvar lo que nunca debió tambalearse. Esto siempre y cuando el amor pueda y merezca salvarse. Cuando no esté tan contaminado.

Los días pasan, tú te paseas por casa, como si no pasara nada, sin que yo pueda saber si dentro de ti también hay un remolino de preguntas, y yo lo hago desde otro plano, donde te observo y reviento por dentro, una y otra vez. Conteniendo los alaridos que buscan salir, los guardo, porque de no hacerlo solo chocarían con una gélida pared, que no haría más que congelarlos y volverlos inservibles. Escribiendo cartas que nunca leerás porque no quieres y yo tampoco.  Quizás esto dure hasta que yo me convierta mágicamente en adivina y pueda resolver tus dilemas, o hasta que tus miedos colapsen y se hagan insostenibles.
¿Este será un juego de ver quien aguanta más?

El amor puede volverte otra persona. Puede convertirte en un jardín de flores, un rocío al amanecer, un café en invierno, en una bella melodía, un cielo despejado, en canto de aves, en radiante y cegadora luz de día. Pero también puede convertirte en truenos, viento descontrolado, neblina, un campo sin vegetación, en un ave herida, en la canción más triste, una flor marchita, en la más absoluta y desoladora oscuridad. Puede modificarte a su antojo, hasta desquiciarte, hasta absorberte. Y cuando te das cuenta, ya estás escupiendo tus dolores en una hoja que vas a terminar arrugando y guardando en la caja de los triques. Me dueles, y me duele que seas un fantasma. Yo nunca les había temido, porque creí que no existían. Pero son reales, hay uno en mi casa, que duerme en mi cama, y le tengo pavor.

Ojalá desaparezca pronto, porque aún me falta la respiración desde que llegó...


Con profunda tristeza, la que ni aún con lágrimas en los ojos dejará de amarte.

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⏰ Última actualización: Jan 15 ⏰

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Cartas a un fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora