EL COMIENZO

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En un pequeño pueblo del bosque, donde los rayos de sol apenas lograban filtrarse entre las frondosas copas de los árboles, la vida transcurría en calma y armonía. Las casas de madera se alineaban a lo largo de estrechos senderos, y el sonido del río cercano creaba una melodía constante que llenaba el aire.

___ Hijos míos, es hora de comer _ anunció la madre con una voz dulce pero firme, esperando en la puerta del comedor.

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Sus hijos acudieron rápidamente a su llamado, ocupando sus lugares alrededor de la mesa, donde un modesto pero sabroso manjar los aguardaba

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Sus hijos acudieron rápidamente a su llamado, ocupando sus lugares alrededor de la mesa, donde un modesto pero sabroso manjar los aguardaba.

La más pequeña, Liz, no pudo contenerse y tomó un trozo de pan, llevándoselo apresuradamente a la boca. Sin embargo, su hermana mayor, Nicole, la reprendió con ternura.

___ Liz, sabes que no debemos comer sin primero agradecer a Dios por los alimentos. _ dijo Nicole, sus palabras impregnadas de una mezcla de amor y disciplina.

___ Déjala, hermana. Es solo una niña. _ intervino Ronal, el primogénito, su tono conciliador suavizando la tensión _. Está bien.

___ Bueno, ya basta _ dijo la madre, intercediendo con una sonrisa_. Vamos a agradecer a Dios para que podamos disfrutar de nuestra comida.

___ Madre, yo quiero orar. _ dijo Angélica, la cuarta hermana, con ojos brillantes y una voz cargada de inocencia y fervor.

La madre asintió con una sonrisa y Angélica cerró los ojos, juntando sus pequeñas manos.

___ Dios, te damos gracias por estos alimentos _ comenzó Angélica, su voz resonando con una pureza que conmovió a todos los presentes._ Gracias por darnos salud, por cuidar de nosotros. Por favor, nunca nos desampares y protégenos del mal. Amén.

El rezo de Angélica pareció envolver la habitación en un manto de calidez y esperanza, uniendo a la familia en un momento de profunda gratitud y fe compartida.

Con el corazón lleno de agradecimiento, comenzaron a disfrutar del sencillo festín, cada bocado saboreado con el eco de las palabras sinceras de la pequeña Angélica.

Aquella familia vivía en la humildad, unida por los lazos de amor y resiliencia que los tiempos difíciles forjan. La madre, Rosa, era el pilar de la casa, una mujer de carácter fuerte y corazón generoso. Su primogénito, Ronal, con 23 años, era el sostén masculino, un joven trabajador y protector.

Nicole, la mayor de las hermanas, contaba con 18 años. Su compromiso, símbolo de una nueva etapa en su vida, era motivo de alegría y esperanza para la familia. Ross, con sus 16 años, aportaba su energía y sueños juveniles, mientras que Angélica, a sus 14 años, transitaba los misterios de la adolescencia con una mezcla de inocencia y curiosidad.

 Jonathan Y Nicole: El Origen De Una Maldición De Amor ♡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora