Capítulo 3: Muerte

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Empezó la rueda de prensa, los científicos hablan y hablan como si hubieran descubierto la cura del VIH, al parecer todos están emocionados. Me obligaron a colocarme en frente de las cámaras, me sentí indignado por un instante pero que podía hacer.

Por primera vez pude verme en cuerpo completo, gracias a una foto que tomó un periodista, me la dio como muestra de agradecimiento.

Y efectivamente me veo como pensaba, un monstruo. El 80% de mi cara es una capa de hierro, lo único que se ve natural de mí son mis ojos, mi nariz y mis labios. Todo lo demás es acero y metal, mi pecho está lleno de cables y está completamente compuesto de metales, mis piernas son mecánicas al igual que mis brazos. Se me dificulta un poco la manera de moverme pero me acostumbro mientras pasa el tiempo.

Ya terminada la rueda de prensa, uno de los periodistas me hizo una pregunta curiosa.

—Sr. Barnes, ¿está feliz con su nuevo cuerpo?

Esa pregunta nunca la respondí, era obvio que no me sentía a gusto con mi ''cuerpo'', hubiera preferido que me dejaran fallecer a estar así.

Mientras regresaba a mí ''habitación'' no podía dejar de pensar en que le habrá pasado a Julia, los científicos no me mencionaron nada acerca de ella, al parecer solo yo estaba en el auto, cosa que niego, ya que recuerdo perfectamente el momento de la colisión en la autopista y ella estaba a mi lado.

Quizás me alegra un poco que no la hayan encontrado, me da esperanzas de que aún este viva, pero a la vez, me entristece más. ¿Qué tal si ella hizo una nueva vida? Se habrá casado, tuvo hijos o tiene alguna pareja o algo parecido.

La verdad no quise pensar en aquello, hacía que me doliera la cabeza, y ya constantemente empecé a sufrir de migraña e insomnio.

Los científicos me dijeron que aun siendo casi completamente máquina, tengo algunos organismos humanos que hacen que pueda contraer enfermedades como cualquier ser humano, eso en vez de alertarme me alegró un poco, no soy tan máquina como pensaba.

Los días se hacían largos, y mis ganas de morir aumentaban, me tuvieron encerrado por más de tres meses, ya que todavía seguían haciendo experimentos con mi cuerpo. A veces era doloroso, otras veces no, ya no importaba.

No hubo más charlas con los científicos, ellos solo entraban y actuaban. La linda señorita Victoria que me atendió los primeros dos meses, murió de un tumor cerebral. Se podía decir que era mi única compañera.

Mis pláticas conmigo mismo se hacían más y más regulares, empecé a hablar en voz alta, cosa que a los científicos asustó un poco. Al principio creían que empezaba a delirar y a desarrollar trastornos mentales debido a las inyecciones y tratamientos a los cuales me sometían.

No dejé de pensar en Julia ni un día, hasta que entró uno de los científicos.

—Sr. Barnes, pudimos comprobar que usted estaba acompañado en el auto, hemos llevado a cabo la investigación como una de las últimas peticiones de nuestra antigua compañera, Victoria. —explicó el señor.

— ¿Eso quiere decir que saben dónde está Julia?—inquirí, empecé a recuperar esperanzas.

— Sí... —afirmó el científico.

— ¡¿Dónde está?! —exclamé inquiriendo.

— Está muy lejos de aquí... está casada y tiene dos pequeñas niñas —respondió.

— ...

— ¿Se le ofrece algo más, Sr. Barnes? —preguntó

— Salga de aquí.

— Pero...

— ¡Salga de inmediato de esta mierda! —grité con mucho furor.

El científico se fue y quedé solo en la habitación otra vez, todo lo que estaba a mi alrededor lo rompía seguido de lágrimas y llanto de mi parte, la ciencia destruyó mi vida por completo, la muerte hubiera sido un regalo de Dios comparado con ese infierno por el que pasaba.

Cuando ya me cansé de todo, me escapé de la oficina, mis piernas mecánicas hacían que no me cansara nunca y podía correr todo lo que quería.

Rompía todo a mi paso, las autoridades empezaron a perseguirme hasta que me perdieron el rastro. Estuve corriendo por horas, días, noches seguidas, hasta que por fin llegué a mi destino. No lograron darse cuenta de mi llegada en ese país, y si se dieron cuenta no me tomaron muy en serio.

Estoy en la estatua de la libertad, el lugar donde le pedí matrimonio a mi amada, Julia, y aquí es el lugar donde también voy a morir. Mientras subo la estatua pienso en toda mi vida entera, los minutos se hacían más lentos, y pude imaginar cómo hubiera sido mi vida si no hubiese tenido ese dichoso accidente, si Julia y yo estuviéramos juntos, ¿nos hubiéramos casado?, ¿hubiéramos tenido dos niñas o más?, al final de todo, solo hay una respuesta: el pasado es pasado, no vuelve.

Estoy en la punta más alta de la estatua, diciendo mis últimas palabras, estoy seguro de que con la caída se destruirá todo mi mecanismo y no sobreviviré, les deseo buena vida, hasta aquí llegué yo, Nicolás Barnes, se despide.

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⏰ Última actualización: Jun 24, 2015 ⏰

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Nicolás BarnesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora