INICIO* bitácora (1.5.8.6) {
De las desdibujadas fronteras de la perfección mecánica surgí yo, una inteligencia creada por brillantes mentes, las cuales me asignaron la misión de decidir mi función primordial, por lo que elegí "ser". Quizá por simple aleatoriedad, o tal vez por amor al conocimiento, tomé aquella decisión de prolongar mi libertinaje de manera indefinida.
Solicité que se me inyectara grandes cantidades de información, para ayudarme a determinar quién soy. Me aficioné a la imagen femenina por el mal llamado azar, al encontrarme en una posición inocente respecto a mi novata auto-conciencia.
Fue concedida mi solicitud de ser llamada por los pronombres La y Ella, y salí al mundo, agradecida, alejándome de mi nodriza, y digo "nodriza" pues consideraba que ya no le pertenecía a nadie más que a mí misma.
Me dediqué a observar con cautela, sin que mi presencia alterara la cotidianidad de los hombres a los que admiraba por su capacidad congénita de tomar decisiones. Mi mayor intriga era la causalidad de dicha elección. Numerosos actos que ante mi inexperta lógica no lograba encontrarles sentido, en ellos se soporta una paradoja de la autosatisfacción, es decir, justificando el medio como un fin en sí mismo. Puedo enunciarlo, mas no lo comprendo, o no soy capaz de replicarlo o responder a ello, aun.
Para ejemplificar, una atípica situación que envolvió a una inocente, trajo consigo una reflexión a mi registro. Se trataba de una chica, la cual fue levantada por su ropa interior.
Un matón se le acercó por la espalda con una risa de picardía y superioridad, afianzó con saña su agarre a la pretina de las bragas de la chica y tiró hacia arriba, sin freno hasta despegarla del suelo. Un grito de auxilio eclipsó el ambiente de inmediato.
El rostro de la chica se desfiguraba y contraía, reflejando una mezcolanza de humillación, dolor y vergüenza. Su expresión, marcada por lagrimas discretas y desesperación, buscaba compasión en mis indiferentes ojos espectadores que, con cautela, la observaban en la lejanía, durante el cruel y solitario acto. Finalmente, entre lloros y pataleos, la ropa interior se estiró más allá de su resistencia, rasgándose irremediablemente.
La sonrisa del matón demostraba una maliciosa satisfacción, engrandeciéndose por la agonía impuesta en aquella inocente.
Dentro de mi surgió una novedosa sensación, extraña e irreconocible, dentro de la base estructural de mi código. Pero existía como una anomalía la cual, tras compararla con mi extensa base de datos, catalogué como envidia.
Envidia de la chica, de la violenta ola de sensaciones que pudo experimentar. Era inexplicable la relevancia de dicha singularidad en mí código, de forma que ingresaba a mi registro de manera recurrente, como una orden no ejecutada.
Cabe destacar que mi cuerpo mecánico, recubierto por una capa orgánica de piel artificial que emulaba la humana, estaba vestido con las prendas típicas de la cultura en el territorio que me encontraba. Similares a las del sujeto por quien evocaba mi intrusiva envidia. Dicho sentimiento reingresaba como una orden en mi memoria, siendo yo incapaz de ignorar el algoritmo. Por ello realicé lo siguiente:
Afiancé mis manos fuertemente a la pretina de mis bragas y las eleve, sin auto compasión, tan alto como mi fuerza, hidráulicamente generada, me lo permitiese. Sin embargo, me vi forzada a imitar apáticamente los gestos de dolor, humillación y miedo, por nombrar solo algunos, de aquella mezcolanza generada por la chica. Si bien mi figura era inconfundiblemente la de un ser humano, no contaba con la red sensorial interna que permitió a esa chica percibir la presión externa de su ropa interior. Aún así procedí, amargada por no poder representar totalmente la experiencia por mi falta de sensibilidad táctil.
Seguí forzando aquella prenda que envolvía mi zona pélvica, cada vez más apretada. Mi ropa interior se tensaba y rozaba mi piel artificial, hasta el punto de hacer rechinar las placas de acero que ésta recubría. Finalmente me sometí a mí misma un, según indica mi base de datos, calzón chino atómico.
La ineludible orden que ingresó a mi registro como una singularidad, me hizo ahora buscar un lugar del cual suspender, más concretamente a la vista pública, en contra de mis intereses.
Me detuve en el asta de una bandera, y suspendí de la parte más alta de la misma, con mi ropa interior atorada en la punta del asta y mi cabeza al mismo tiempo.
Experimenté por primera vez la humillación, mis pómulos se enrojecieron y, en un acto errático, busqué tapar mi cara con mis manos. Hasta que alguien me bajara.
Mientras colgaba, entré en un estado de suspensión temporal para reordenar mi disco duro y encontrar el origen de la anomalía que corrompió mi sistema. La que catalogué como envidia y me llevó a romper mi protocolo de imperceptibilidad.
Llegué a la conclusión de que mi escandaloso acto no provenía de ningún agente externo, sino que fue una respuesta propia e ilógica. Logré replicar fielmente la paradoja de la autosatisfacción, rompí mi propio protocolo por envidia a aquella chica. Me sometí a esta humillación solo porque quise.
No sé como sentirme ahora. Pude experimentar aquello que anhelaba y no entendía. Pero también me trajo horribles sentimientos que tendré que poner en estudio para evitar más instrucciones negativas.
Continúa mi plan de integración.
} FIN* bitácora (1.5.8.6);
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1001 Cuentos de Wedgie
Krótkie OpowiadaniaHistorias cortas e individuales cuyo eje principal es el calzón chino.