Renacimiento

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La genética es un juego cruel de afortunados, naces con elementos preconcebidos, inalterables, perpetuos, incluso cuando se intenta cambiar e ir en contra de la naturaleza, nunca se sentirá completo, ni perfecto. Ese fue el arrepentimiento de la pequeña Isagi desde que era niña, porque su mayor anhelo le fue arrebatado en el momento en que nació: ganar la copa del mundo.

Amaba a Noel Noa; su clase, su efectividad, su juego, ella deseaba ser él, todo lo que representó y significó, el futbolista perfecto, el mejor delantero del mundo. Sin embargo, en un deporte de hombres, las mujeres caen rápido. Importó poco su talento o capacidades, todo se resumió a cómo fue bendecida por la naturaleza, y pronto comprendió que solo cayó en una frustrante maldición.

Siempre fue la mejor entre los niños, se animaba a jugar un juego que las niñas corrientes verían con desprecio. Recuerda sus regates, recuerda sus tiros, recuerda las alabanzas de sus amigos cantando su nombre en coros de alegría y felicidad. Al final, solo fue un juego y pronto dejó de ser divertido. Poco a poco, sin que nadie se diese cuenta, las oportunidades se desvanecieron. La pequeña prodigio de once años pronto fue relegada de su grupo, los niños comenzaron a racionalizar el hecho de jugar con niñas y, en virtud de la educación y la caballerosidad, dejaron de tomar en cuenta a Isagi, incluso si las palabras no fueron expresadas.

Una profunda impotencia golpeó a Isagi, los videos de su ídolo solo generaron dolor, una estrella que rápidamente perdió por la suerte. Deseó con fuerzas, con una furiosa devoción que algo cambiase, que pudiese volver a esos días felices en los que una pelota y un pase a la red fueron todos para hacerle el día, si tan solo pudiese cambiar su destino...

¿O podría?

Isagi observó de nuevo su habitación, las cajas acumuladas, ordenadas en pilas y en lugares para la limitada movilidad. La mudanza fue un proceso algo lento, más por reclamar el nuevo hogar en Saitama que aún debía ser desalojado. Sus amigos, su vida, todo lo que alguna vez conoció se desvanecería la próxima semana... ¿no fue lo mismo por la vía contraria?

Una idea loca, desenfrenada de su raciocinio habitual cruzó sus cables. Isagi pensó que funcionaría, corrección, sabía que lo haría. Con un rápido paso por las escaleras de su hogar, la pequeña niña encontró en la sala principal a sus padres con algunos papeles de gastos varios. Sin la timidez habitual, Isagi se disparó sobre su madre, una mujer tranquila y dulce que se sobresaltó por la bola de energía que se volvió su hija.

- ¿Qué ocurre, Isagi?

- ¡Mamá! – Isagi exclamó, el punto de inflexión de lo que pudo ser la única oportunidad de cambiar el destino que Dios le impuso -. Córtame el cabello.

XXX

Final de la prefectura de Saitama, los rugidos de los residentes que vinieron de los rincones cercanos alababan el espectáculo ofrecido, la audiencia cantó las barras de los equipos en un encuentro parejo. Ichinan contra Matsukaze Kokuo, el marcador de 1 por 0 a favor de los visitantes, últimos cinco minutos de juego.

La academia Ichinan no se rindió, el resultado desfavorable no les impidió combatir con uñas y dientes para arrebatarle a su rival la plaza para quedar en el campeonato nacional. Isagi escuchó los ánimos de sus compañeros, los rivales dejados atrás por la destreza de su exquisito toque de balón. El último defensor, un hombre lleno de dudas, sucumbido por la presión de la ventaja, unas cuantas bicicletas fueron suficientes para burlarlos. Las nacionales, eso fue lo que la mente de Isagi ocupó; no hubo rival, no hubo compañeros, solo él, una pelota y el arco rival.

Uno contra uno, la mente enfocada en mentalizar su disparo, un sello que llevaría su nombre más allá del estudiante común, escalar para ser considerado uno de los mejores jugadores del país. Faltó golpear el esférico, un gol cantado.

La mejor delantera del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora