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El frío penetrante de la montaña se filtraba por cada rendija del avión destrozado, envolviéndonos en una realidad helada y cruel. Mi cuerpo temblaba, no solo por el gélido ambiente, sino también por la magnitud de la tragedia que se desplegaba ante nosotros.

—¡Ella, espera!—gritó alguien de lejos, cojeando hacia mí, su voz llena de preocupación al notar la sangre en mi cabeza.

Con mi cabeza apoyada en el asiento, traté de recobrar la compostura. El chico morocho, que momentos antes me había salvado de una caída fatal, permanecía a mi lado, compartiendo el mismo sentimiento de desesperación en sus ojos.

 El chico morocho, que momentos antes me había salvado de una caída fatal, permanecía a mi lado, compartiendo el mismo sentimiento de desesperación en sus ojos

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—¿Soy Numa, estás bien? —preguntó con voz temblorosa, sus manos aferradas a mi cinturón de seguridad.

Asentí débilmente, incapaz de articular palabras. La realidad se nos imponía de manera brutal, y el rugido del viento entre las grietas del avión despedazado resonaba como un lamento en nuestras almas.

—¡La azafata!, necesitamos encontrar ayuda. —Numa estaba apoyando con cuidado su mano en mi hombro herido.

Con esfuerzo, me puse de pie, tratando de orientarme en medio de la nieve y el caos. Los destellos de luces parpadeantes señalaban la ubicación de los sobrevivientes dispersos. Con el corazón en un puño, me dirigí hacia ellos, consciente de que la lucha por la supervivencia apenas comenzaba.

—Azafata, ¿puedes caminar? —preguntó Numa, mirándome con preocupación mientras se quitaba su propia chaqueta para protegerme del frío.

—Sí, M.me puedes decir Mía —dije con las pocas fuerzas que me quedaban.

En la penumbra de los restos del avión, Numa se acercó con mirada compasiva. Sus palabras resonaron en el gélido aire de la noche.

—Mía, estuve cuidándote. Pensamos que no sobrevivirías, estuviste inconciente todo el día —Numa habló con sinceridad, revelando la gravedad de mi situación.

La noticia me golpeó como un frío viento de montaña. La línea entre la vida y la muerte se desdibujó en ese instante, y la realidad de mi situación se volvió más clara.

—Gracias por estar aquí. —Mis palabras, llenas de gratitud, se perdieron en el silencio de la aproximada noche.

En el pequeño refugio de los restos del avión, la noche se cernía sobre nosotros, pero la unión entre los sobrevivientes se mantenía firme.

Numa, siempre reservado, observaba en silencio mientras compartíamos estrategias y cuidados. Sus ojos oscuros revelaban una preocupación profunda, aunque sus palabras eran escasas.

—Numa, ¿tienes alguna idea sobre cómo podemos enfrentar la noche? —preguntó uno de los sobrevivientes, buscando la experiencia que sus ojos denotaban.

Numa asintió con seriedad y comenzó a organizar a algunos para construir. Su enfoque práctico hablaba más que sus palabras silenciosas.

A medida que la noche se acercaba, Numa, con gestos más que con palabras, se convirtió en un pilar de fortaleza. Sus manos hábiles se movían en la oscuridad, asegurando que todos estuviéramos resguardados de la implacable montaña.

Los demás sobrevivientes, conscientes del valor de Numa, seguían sus indicaciones en silencio. Taron la entrada del avión con las maletas para que no entrara el frío.

A pesar de los esfuerzos la noche estaba aquí, y todos nosotros lo íbamos a sufrir, incertidumbre, frío y miedo.

Esas eran las 3 palabras que teníamos en mente todos y cada uno de nosotros, los sobrevivientes a la tragedia de Los Andes.

Lᴀ Aᴢᴀғᴀᴛᴀ // Nᴜᴍᴀ Tᴜʀᴄᴀᴛᴛɪ,  Rᴏʙᴇʀᴛᴏ CᴀɴᴇssᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora