Estabas bailando en medio del gran campo verde y rojo mientras de fondo sonaba nuestra canción favorita, llevabas un hermoso vestido estampado de flores que se movía ligeramente con cada paso que dabas, te veías tan feliz, tan alegre y llena de vida. Yo te observaba, sentada en alguna parte de ese gran campo, sintiendo la suave brisa recorrer mi piel.
Era una hermosa tarde de primavera, el sol iluminaba el gran campo rojo, y en el horizonte los colores del atardecer se veían cada vez más claros, era el momento del día que más te gustaba, cogiste mi mano y me miraste con tus profundos ojos verdosos que me hacían sentir en calma, tranquila y a la vez agitada y nerviosa. Tu cálida y suave mano me sostenía mientras observábamos los hermosos colores del atardecer desvanecerse más allá del horizonte, hasta que todo se volvió oscuro.
Iluminadas bajo la tenue luz de la luna estábamos tu y yo, cogidas de la mano, y aunque había poca luz todavía podía ver tus ojos brillar en medio de la oscuridad que nos rodeaba, tu eras la luz que siempre iluminaba mis noches.
Y si tan solo pudiera volver a ese momento una vez más, si pudiera retroceder en el tiempo y volver exactamente al mismo lugar en el que te vi por primera vez, daría todo por pasar un segundo más a tu lado, volver a sostener tu mano otra vez, mirarte a los ojos, y poder susurrarte al oído las palabras que nunca me atreví a decirte.
Ahora, exactamente en el mismo lugar, suena la misma canción que bailabas sin parar, y el atardecer vuelve a caer mientras la luz del sol se desvanece poco a poco, pero no eres tu quien esta a mi lado para observarlo, ahora solo queda tu breve recuerdo que me acompaña para iluminarme cuando ya no quede luz y la noche oscura caiga de nuevo dejando atrás ese color rojo vivo que llenaba el, ahora, vacío campo.
