Mucho gusto, James

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Yo era un hombre simple.

En la mayoría del tiempo trataba de serlo.

Intentaba siempre no hablar más de lo necesario, me reía cuando debía hacerlo y permanecía en silencio todo el tiempo que podía. Desde que tenía tres años ya todo había sido planeado en mi vida, cada escuela en la que iba a asistir, cada amigo que debía conocer y toda acción que iba a realizar; absolutamente cada día de mi niñez, adolescencia y adultez estaba estrictamente trazado en el plan de vida que me exigió mi madre junto con mi padrastro. Y gracias a ellos soy uno de los mejores Doctores de Londres, un hombre con doctorados, dinero, premios y más  reconocimientos de los que podría colgar en mi pared. Sin embargo, es también gracias a ellos, que a mis treinta y nueve años de vida soy muy infeliz.

Cuando estaba celebrando mi cumpleaños, hace unos meses, junto con personas que solo veía en fiestas y celebraciones y no en mi día a día, tuve una epifanía. Comprendí que todos estaban en ese momento conmigo por obligación, contactos y la oportunidad de poder estar cerca de mí por las conexiones que tenía en el mundo de la ciencia y la medicina. Los regalos fueron ostentosos y realmente caros, pero ninguno de ellos reflejaba que estas personas me conocieran.

Entre los regalos, estaba una Daytona Albino, todos se impresionaron por el tan exclusivo reloj y yo lo que podía pensar era que estaría más feliz si alguien me hubiese regalado un estuche con polvo de mármol, ya que el mío se había acabado hace dos noches atrás y no tenía tiempo de ir a comprar otro.

Nadie lo sabía, pero en el silencioso y tranquilo espacio de mi acogedor hogar yo me desvivía por la pintura, mis obras estaban en una pequeña habitación con llave, ya que, según mis padres “Ningún hombre exitoso, jefe de un departamento en el hospital más respetado del país debe perder el tiempo en dibujitos sobre un pedazo de papel” Así que ese pasatiempo solo lo hago cuando llego a casa y me encierro en el estudio hasta caer rendido sobre brochas, pinturas y polvo.

La idea de mis padres era que me convirtiera en el Director General del hospital, un cargo que a mí no me interesaba en lo absoluto, pero no encontraba la forma de decirles que no, hace años atras, cuando me exigieron ese puesto
.
Tal vez muchas personas me dirían que ya era un hombre mayor para elegir y decidir sobre mi vida, pero no entenderían el contexto en el que fui criado.

Mi madre no podía tener hijos, eso hizo que perdieran mucho dinero en tratamientos y fueran estafados por múltiples Doctores que les vendían medicina que, al final del día, no servían para nada, jugando con sus ilusiones y esperanzas de concebir.

Luego de años de intento, mi padre le diagnostican cáncer de hígado y en la operación, el anestesiólogo realizó una mala praxis con los medicamentos, mi padre murió en la sala de intervención. Desde ese día, entre lágrimas y dolor, mi madre nunca le pudo decir que, después de tantos intentos y dinero, había podido al fin quedar embarazada. Fue un golpe duro para ella quien era una mujer dulce y optimista, pero gracias a todo el sufrimiento que había recibido de parte del mundo de la medicina se prometió que su hijo, sea hombre o mujer, sería el mejor médico del mundo, alguien que no fuera malo, que amara su profesión y que no mataría a nadie por ir borracho al trabajo. Así que toda presión, toda responsabilidad y toda expectativa fue desplazada a mí,  mucho antes de que naciera.

A la edad de cinco años, mamá conoció al que hoy en día veo como padre, un enfermero humilde y soñador. Se casaron y están muy bien juntos, pero mi padre nunca le pudo quitar esa obsesión que mamá tenía sobre mí y mi futura profesión, es por ello, que también empezó a apoyarme y exigirme un poco más, igual que lo hacía ella.

Con mis palabras no quiero minimizar todo su esfuerzo en mis estudios, agradezco mucho su ayuda y todo lo que han hecho por mí, amo mucho mi carrera y sé que todos los lujos que poseo ahora es gracias al esfuerzo y arduo trabajo de mi madre, pero eso no quita todos esos años de largas horas de insomnio porque debía seguir estudiando, o que no podía salir a jugar con los otros chicos porque podía lastimarme las manos o la vez que quise darme un año sabático y recorrer el mundo y a mamá casi le da un infarto del disgusto, permaneció un mes en el hospital.

Entre lágrimas y sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora