Aferré mi bufanda al cuello, evitando que pudiese volar por el viento frío otoñal. Según mis cálculos, no debían de pasar de las nueve, sin embargo, las calles se encontraban solas y silenciosas.
El eco de mis zapatos altos era lo único que relajaba mi noche..., o no. Comenzaba a pensar que no habría sido mala idea que Micaela me encaminara un poco a casa, así no me sentiría tan sola. Aunque suficiente ya había hecho con llevarme a su casa, invitarme a comer y ayudarme a avanzar un poco en el proyecto escolar.
Tan solo recordar que debía terminarlo antes del miércoles, me daba un dolor de cabeza horrible, siendo que nos encontrábamos en lunes, casi martes.
Apresuré el paso, con la mente maquinando en que podría agregar al proyecto, aferrando la mochila a mi hombro derecho. No fue hasta que mi móvil comenzó a sonar. Palpé sobre mi chaqueta en busca de él. Nada. No me quedó de otra que detenerme en una esquina penumbrosa junto a un contenedor de basura para rebuscar en mi mochila. Cuando lo encontré, había dejado de sonar.
Llamada perdida de Micaela.
Pensaba regresar la llamada como cualquiera, pero, cerca de mí, pude divisar una pareja de hombres altos mirando hacia mi lado sospechosamente del otro lado de la calle. Y aunque parecían simples personas fumando por la noche, no me pensé mucho para quedarme ahí. Devolví el móvil al interior de mi mochila y fingí tranquilidad.
Tan pronto comencé a alejarme de ahí, los hombres comenzaron su andar. Al mismo par que yo, aunque aún del otro lado. Ahora me arrepentía de no tener el móvil a la mano, para llamar a Micaela o a Megan, mi tía.
Mi respiración comenzó a agitarse, por lo que cada dos segundos se formaban pequeñas nubes cerca de mi boca en cada exhalada. El viento gélido golpeaba en mi cara y cuello, que ahora no me molestaba en cubrir. De reojo, pude divisar que uno de esos hombres comenzaba a cruzar la calle para acortar distancia conmigo.
Esa fue mi alerta para comenzar a correr hasta una tienda de autoservicio que quedaba a cinco calles más abajo. El pulso lo sentía retumbar en mis sienes y cuello, la boca seca y los labios a medio partir. Casi tropiezo por culpa de mis tacones bajos, aunque la libré de buena manera. Le sentía tan cercas, casi pisándome los talones, a unos metros, que, si quisiera frenarme ahora mismo, jalar de mi mochila sería tan fácil y nadie se daría cuenta.
Unos minutos después, que sentí eternos, mi pecho se relajó, inundándose de calma y regocijo tan pronto como la luz blanca del lugar me hizo notar de la oscuridad, cómo si me liberara de unas garras asfixiantes.
La necesidad de mirar detrás de mí me picaba en la nuca, sólo para asegurarme de que ellos ya no estuvieran ahí, sin embargo, en mi paranoia y torpeza, me vi embestida por alguien con tanta fuerza que caí de espaldas. Mi mochila ayudó a aminorar la caída, aunque mi trasero no corrió con la misma suerte y recibió el impacto del concreto helado. Mis manos se humedecieron por la lluvia de la tarde, al igual que la falda de mi uniforme.
Tan pronto como levanté mi mirada, supe que me había metido en tremendo lio y no podría liberarme de esto por una semana.
Gabriela se miró su sudadera blanca con ahora una enorme mancha oscura de café.
— ¿Tienes una idea de lo que cuesta esto? — sus mejillas se tornaron del mismo color de su cabello.
Le daba la razón, no tenía la remota idea de cuánto podría costar eso, aunque podría imaginarlo y tendría pesadillas por eso.
— Discúlpame, fue un accidente...
— Accidente o no, esto ya no saldrá —. repuso, con una mueca de desagrado arrugando su boca.
Pese al dolor en mi espalda baja, apresuré a mi cuerpo a levantarse y estar a su altura, en una postura negociante, aunque, a decir verdad, ¿qué podría negociar con Gabriela? Ella lo tiene todo.
La puerta del negocio pitó, en señal de que gente salía. No fue hasta que Gabriela se movió hacia atrás para limpiarse sus zapatos que otro cuerpo chocó con ella, tambaleándola en su sitio.
— Por Dios, ¿se pusieron de acuerdo? —chilló, con la colera consumiéndole. Otro poco de su café se derramó en su mano, soltándolo por inercia al quemarle la mano.
El liquido cayó a nuestros pies, salpicándonos por igual.
—¿Y tú por qué estorbas en la entrada? —los ojos de Gabriela se abrieron de indignación, ardiendo por el comentario del joven. Lejos de una disculpa.
Ya lo había visto unas cuántas veces, había sido transferido no hacía mucho junto con otro chico y una chica. Se mantenían unidos cómo hermanos, sin embargo, no compartían ningún rasgo entre ellos que confirmara ser parientes.
Gabriela se echó el cabello hacia atrás, ahora dándome la espalda, fuera de su interés para ahora mirar con recelo al joven.
—¿Y tú dónde tienes los ojos que no ves que estoy aquí?
—No en ti, claramente.
Eso debía suponer un golpe para Gabriela, siempre le gustaba tener la atención de los chicos y asegurar que podría tener a cualquiera comiendo de la palma de su mano. Y era cierto, nunca había visto que un ser masculino le negase algo o fuera incluso grosero con ella. Al ser un pueblo pequeño, podría decirse que todos conocíamos a todos.
No sabría adivinar si lo que dijo el chico fue para darle en su ego o porque también se habría dado cuenta de la personalidad de Gabriela.
—¿Y tú eres? —la pelirroja hizo un ademán con la mano, incitándolo a hablar.
—No te interesa y no me interesa mantener conversación contigo, tengo cosas importantes que hacer.
Gabriela le detuvo del brazo cuando el chico le sacó la vuelta para irse.
—Discúlpate. Ahora.
El chico levantó su barbilla y arrugó su frente, mirando la pequeña mano de Gabriela, después a ella y al último a mí.
Ahora que tenía una vista clara de su perfil, me atrevía a decir que era un chico apuesto. No podría confirmar que era una belleza exótica (cómo llegué escuchar decir a Gabriela una vez de otro chico), pues tenía los rasgos comunes de los chicos de aquí. Aunque un poco más alto, no pasando del uno ochenta con su cabello liso y negro rozándole las orejas en un peinado despreocupado. Con una musculatura intimidante y atlética, que a su lado me sentía como una hormiga aun llevando mis mocasines favoritos que me hacían ver más alta.
—Lo siento, iba distraído. Tendré precaución la próxima vez.
Gabriela sonrió triunfal y fue así como soltó su agarre.
No me enteré de que más se dijeron, pues aproveché la distracción y entré al local para resguardarme del frío en lo que le pedía a Megan que me recogiera. Omitiendo la parte donde sentí ser perseguida.
Ya en casa regresé la llamada a Micaela para mantenerla al tanto del incidente de hacía una hora con Gabriela y el chico nuevo.
—¡No puede ser! ¿Sabes que mañana te molestará por su chaqueta, cierto? Cómo lo hizo con Cass el verano que le salpicó lejía en sus pantalones.
—¡No me ayudas, Mica!
La otra línea estalló en una risa.
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Colapso
FantasyLisabeth es una joven que lo tiene todo. Estudiante del mejor colegio de Desfil, con un futuro casi resuelto. Sí, casi. Hasta que todo lo normal que creía, ya ni siquiera es lo más cuerdo. Ni lo más descabellado, es en realidad lo más loco que p...