Capitulo 1

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                                                   * Donde todo comenzó *

Era fines de diciembre, y Hope sabía lo que eso significaba. Caos. Para muchos, la mejor época del año eran las fiestas de fin de año, porque eso implicaba encuentros, fiestas, salidas. Pero para Hope y los que trabajaban en los hospitales significaba muchos pacientes accidentados en la carretera, algunos incluso alcoholizados, personas con quemaduras por utilizar pirotecnia, y a eso había que sumarle los pacientes con enfermedades quirúrgicas que precisaban cirugías de urgencia.

Hope no solía quejarse, de hecho le apasionaba lo que hacía, a lo que se dedicaba. Solo que a veces deseaba que las personas en su ciudad tomaran un poco más de conciencia para evitar situaciones catastróficas que luego terminaban lamentándolo. Faltaban minutos para que la guardia diurna terminara, y ella había tenido tiempo para comer apenas unos bocados de la comida del mediodía, que habían preparado la noche anterior con Ian. La vida de ambos era así, ajetreada. Pero hacían lo posible de utilizar su horario libre para pasar tiempo juntos, cocinar, salir a caminar e incluso viajar.

Ian siempre había sido un apoyo para Hope, aún recuerda el día que ella se fijó en él. Era el primer año de residencia de ella, y había solicitado evaluación traumatológica para un paciente internado en el área de cirugía. Yendo a las corridas por la cantidad de pacientes en los que ella estaba a cargo ese día, le avisan que el traumatólogo de turno había llegado para evaluar al paciente. Ella con el cabello castaño y largo enmarañado , recogido con el bolígrafo que le había robado a un enfermero, porque el de ella había caído en el basurero mientras realizaba la curación de la herida de un paciente, sus crocs ensangrentados por el paciente que había llegado a urgencias y el guardapolvo en una situación parecida a la de los crocs, con la cabeza perdida en los interminables pendientes que tenía ese día, fue directo al mueble donde se encontraba la ficha médica del paciente que el traumatólogo debía evaluar y fue a la sala de éste. Al entrar a la sala mientras abría la ficha dispuesta a leer y presentar el caso, levantó la mirada al mismo instante que él, quedando prácticamente sin poder articular una palabra. Él vestía una camisa celeste a cuadros, un pantalón beige de vestir y unos zapatos de color marrón claro. El guardapolvo perfectamente blanco y liso, sin una sola arruga siquiera, pensó. Pero lo que más llamó la atención en ella, fueron sus ojos, no podía distinguir aún si eran verdes o de esos marrones tan claros que hacían parecer avellanas. El cabello corto y prolijo, que parecía si estuviera tal vez un poco más largo y despeinado, saldrían unas ondas escondidas de ahí. El corazón aceleró su ritmo en cuanto vio aparecer una sonrisa en él, qué bonita sonrisa, se dijo a sí misma. De esas que provocan a los ojos también sonreír. El carraspeo de él, la hizo volver a la realidad. Ella intentando recomponerse luego de la vergüenza que sintió, hizo todo lo que estuvo a su alcance para hablar y comentarle aquel caso. Se dio cuenta que él lo escuchaba atenta, y le hacía alguna que otra pregunta tanto a ella como al paciente mientras lo examinaba.

Al terminar de evaluar al paciente, ambos salieron de la sala y fueron al estar médico para que él pudiera dejar por escrito los estudios que solicitaría al paciente. Ella queriendo entablar una conversación con él, aunque sea corta le había preguntado con disimulo si seguía siendo residente, o si ya había terminado la especialidad. Siempre se consideró una persona extrovertida ya que no tenía problemas de iniciar conversación, incluso con personas desconocidas. A los ojos de ella, él parecía aún joven, tal vez unos dos o tres años mayor que ella, pensó. Él respondió de forma educada pero pareciendo no querer continuar la conversación, que finalmente se encontraba en su último año de residencia, y sintiendo un poco de decepción ante la corta y seca respuesta, no insistió en indagar más.

Desde ese día, esperó con ansias la siguiente evaluación con los estudios que había solicitado, pero al volver a solicitar la re evaluación por el traumatólogo, se lamentó de que fue otro quien acudió a verle al paciente, y no él. Buscó cruzarse con él en los pasillos del hospital pero éste parecía haber sido tragado por la tierra. Semanas después de no volverlo a cruzar, se resignó en que había sido un flechazo del momento y que en algún momento esos ojos color avellana desaparecerían de sus sueños.

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