Entre calles desiertas y edificios en ruinas, los gemidos de los no muertos resuenan en un ambiente cargado de desesperación. Restos de lo que alguna vez fue una próspera ciudad yacen esparcidos, mezclando los restos de humanos y animales devorados por hambrientos zombies. La niña, con ojos asustados, observa desde su ventana, su pequeño refugio en medio del caos. Cada sombra parece albergar la amenaza de lo desconocido mientras espera ansiosamente a su madre, cuya promesa de buscar provisiones se pierde en la incertidumbre de un mundo que se desmorona.
Entre los recuerdos de risas y juegos, la niña evoca a su amigable vecina, ahora transformada en un eco macabro de lo que una vez fue. La niña zombificada deambula sin rumbo por las calles desoladas, una sombra de la amiga que compartía galletas en tardes soleadas. La nostalgia se mezcla con el terror mientras la niña observa la figura familiar, ahora perdida en la vorágine de la infección.
Con el corazón latiendo rápido, la niña se pregunta ansiosa sobre el paradero de su madre. Su mirada se pierde entre los desolados paisajes apocalípticos, buscando desesperadamente cualquier rastro de aquella figura materna que prometió regresar. La incertidumbre se cierne en el aire mientras la niña, desde su refugio, aguarda con la esperanza entrelazada con el miedo de no encontrar a su madre en medio de la devastación.
La niña, inquieta, busca a su madre entre las ruinas, pero su padre, quien la abandonó por otra mujer, no ocupa sus pensamientos. Aunque sabe que está mal, secretamente desea que él no haya sobrevivido al caos zombie.
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La niña, con el estómago vacío y la incertidumbre pesando sobre ella, abre su último paquete de galletas mientras conserva un poco de agua. El tiempo se estira en la espera angustiosa, y las noticias de su madre siguen sin llegar. La soledad y la escasez se entrelazan, dejándola atrapada en un mundo apocalíptico donde la esperanza se desvanece con cada mordisco de la realidad.
Con los pocos colores que le quedan, la niña dibuja a un zombie caricaturesco en las paredes de su refugio. A pesar del contexto sombrío, la creatividad transforma al no muerto en una figura simpática, desafiando la brutal realidad con un toque de ingenua ternura en medio del caos.
La niña, inmersa en la penumbra de su refugio, escucha gritos desgarradores resonando en las calles desiertas. Al asomarse con cautela, vislumbra a un hombre desesperado, disparando sin tregua a la horda de zombies que lo ha cercado. La munición disminuye rápidamente, y la expresión de pánico en sus ojos revela la cruel realidad que enfrenta.
El estrépito de los disparos se mezcla con los gemidos de los no muertos, creando una sinfonía macabra que resuena en los oídos de la niña. Desde su escondite, observa cómo la esperanza se desvanece con cada cartucho vacío. El hombre, ahora sin defensa, queda a merced de los famélicos seres que lo rodean, ansiosos por devorar su presa.
La niña aprieta los puños, impotente ante el destino del desconocido. La escena desgarradora se despliega frente a ella, mientras los zombies se abalanzan sobre el hombre indefenso. La desesperación del último intento de resistencia se desvanece, dejando tras de sí solo el sonido de masticación voraz y el eco distante de los disparos.
La cruda realidad de la existencia en este mundo postapocalíptico se graba en la mente de la niña, cuyo refugio se convierte en un pequeño santuario de supervivencia. A medida que los gritos se desvanecen, la niña reflexiona sobre la fragilidad de la vida y la inevitable lucha por la supervivencia en un mundo dominado por los no muertos. La soledad y el miedo se entrelazan en su corazón mientras aguarda noticias de su madre en medio de la desolación.
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Pandemia Necrótica
HorrorEn un mundo donde la vida y la muerte bailan en un macabro equilibrio, los supervivientes buscan esperanza entre las sombras de los no muertos.