Para todas

11 1 0
                                    


La ventana del cuarto de mi mamá daba hacia una montaña, cercana estaba al cielo, estaba nevada, próxima al aeropuerto. Podía ver cómo descendían y ascendían los aviones de la pista. En ese momento sonaron las campanadas, y yo supe, con plena y absoluta certeza, que era mi momento de marchar como lo hacían aquellos aviones. Estaba listo para ser un recuerdo más. Pero mi mamá no lo merecía, solo ella era la que se merecía mi presencia. 

Quería decirte, antes de irme, que eres una escritora maravillosa, tus cartas me hicieron reír, tus mensajes en la media noche, tus besos bajo las estrellas y tus suaves abrazos. 

Y tú, también tú, quería decirte que moriré enamorado de ti, de tus ojos, de aquella vez en la que dormimos juntos, la vez que fui a tu casa, la vez en la que te quise besar, pero tenía miedo de hacerlo. Me sigue fascinando tu pelo, tu personalidad y tu capacidad de hacerme feliz. 

Y tú, sí, tú, con tus ojos rasgados y tu contagiosa risa, tus pequeños brazos, tus gafas, tu lacia y oscura cabellera, tu asombrosa inteligencia y aquel beso que jamás te di. 

Y tú (no te acuerdas de mí) con la larga y enrulada cabellera que me enamoró, con tu timidez que te hacía increíblemente misteriosa, con tu posterior corte, cada vez más corto, con tus ojos verdes, azules, grises, miel... no lo sé, cambiaban cada día. 

Y tú, con tu pelo rojo teñido, después marrón; con aquel beso que te robé después de haberlo estado deseando por tanto tiempo, con las risas que intercambiamos en clase, con la admiración que te tenía. 

Y tú, la escritora maravillosa, quería irme diciéndote que me hubiese gustado darte mi suéter el tres de diciembre, que me hubiese gustado que no te hubieses molestado conmigo por cosas que jamás hice y que me hubiese gustado seguir vivo para ti.

Carta FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora