Capítulo 1. Dos niños y casi nada en común.

516 35 44
                                    


Primer encuentro





— Estás muy sucio.

— Eres muy aburrida.

Los dos tenían siete años y eran los únicos niños en ese lugar, siendo la casa del pelinegro y la niña siendo invitada, sus madres habían dicho que jugaran en el patio al ver que correspondían ser la misma edad, pero al parecer, no solo eso debía de cumplirse para llevarse bien.

Es decir, había pasado una hora y no se ponían de acuerdo.

Mientras la niña de cabello naranja quería dibujar, el niño saltaba de un lado a otro sin importarle en el estado físico que le había dejado su madre, limpio. Sin mencionar ninguna palabra, los dos comenzaron a divertirse por medio de lo que querían, sin llegar a hablar, pues se ponían a discutir y ninguno quería ceder con la razón.

Pero todo terminó cuando Luffy saltó en el charco de barro, ante las intensas lluvias de ayer, y ensució el dibujo que hacía Nami, de paso ensuciando su mejilla derecha, dejándole una sensación asquerosa.

— ¡Bellmere se va a molestar! — la niña dio una hojeada a su dibujo y, de repente, sus ojos miraron con tristeza el esfuerzo en vano que había hecho.

Miró a Luffy con molestia y apartó su rostro con indignación.

Realmente no podía llevarse bien con alguien así.

— ¡No debiste dibujar y solo debiste jugar conmigo!

— ¡No me gusta ensuciarme!

— ¡Por eso eres aburrida!

— ¡Y tú un tonto!

A partir de ese momento, las dos madres y miraron la escena con una media sonrisa burlona. La madre de Nami la sostuvo entre sus brazos mientras la de Luffy lo regañaba de forma severa frente a ellas. Bellmere aclaró que no fuera duro con él, pues era cosa de niños.

Al salir de la casa Nami con Bellmere, la niña lloró en su hombro y le dijo que el dibujo que estaba haciendo fue arruinado por Luffy y le dolía porque era de ellas junto con Nojiko. La madre sonrió mencionando que las tenía en la vida real, así que no era un gran problema y podría intentarlo de nuevo en casa.




Segundo encuentro





Lo cierto era que, aunque no se llevarán bien, se veían seguido y era porque sus madres eran las culpables, como tenían casi la misma edad, los mandaban en la misma escuela y debían aceptarlo.

Y por supuesto, estaban en el mismo salón.

Y para rematar, Nami se sentaba atrás del pelinegro.

Nami, préstame tu tempera roja, perdí la mía.

De mala manera, tuvo que darle. No le agradaba compartir sus cosas, no obstante, era una prueba, aunque no importante, pero seguía teniendo nota. Eso pasó hace veinte minutos, al ver que el niño no le devolvía por voluntad propia, tuvo que tocarle el hombre con su dedo.

— Oh, me olvidé.

Y recibió su tempera roja, pero cuando lo abrió, vio que este no contenía nada.

Se sintió ofendida, ¿Acaso quería que desaprobara? La pintura de la parte roja en el dibujo solo era la nariz, no tan grande, de hecho, muy pequeña, no debió gastarse ni la mitad.

Recuentos de nuestro romance excepcional 🌼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora