Otro de esos días.

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La helada brisa del viento se adentraba por la ventanilla delantera del conductor, revolviendo un tanto los cabellos blanquecinos de Gojō, quién desde su despertar, permanecía sumamente perdido en sus pensamientos.

Finalmente llegó al colegio en dónde impartía clases. En primera instancia, llegó a su oficina, en dónde con una pequeña tarjeta inteligente marcó su asistencia.

Pudo sentir detrás de él una leve presencia femenina, además de aquel aroma a cigarro. Se dió la vuelta, Shoko, su mejor amiga había entrado a su oficina de profesor.

Ni siquiera la saludó, únicamente tomó asiento en su silla giratoria, encendió la computadora sobre su escritorio y comenzó a buscar ciertos documentos que debía terminar de revisar.

Shoko se sentó frente a él, colocó su cigarrillo sobre el cenicero que había en la mesa. Lo miró durante unos segundos, analizando cada gesto de su mejor amigo en su rostro, suspiró con profundidad y se recargó un tanto sobre la silla.

Su mejor amigo lucía realmente disociado, muy a penas podía sentir su presencia en la habitación, algo que solía ocurrir en ciertas ocasiones a pesar de ser un idiota con energía infinita, pero que, a pesar de eso, sabía perfectamente que sólo algo podía derrumbarlo en su totalidad, o en su caso, alguien, Suguru Getō.

Gojō buscó por todos lados su caja de cigarrillos, en sus bolsillos, en su mochila, en los cajones, por todas partes.

Alzó la mirada y finalmente vio a Shoko a los ojos, después de tantos minutos en los que ella permanecía en la habitación junto a él.

— ¿Tienes algún cigarrillo de sobra? Olvidé los míos, después te lo repondré.

Shoko suspiró, negando con la cabeza varias veces con lentitud. — ¿Otro de esos días? Si sigues así, conseguirás generar cierta dependencia al tabaco, te lo digo por experiencia. – le comentó al verlo con dicha desesperación, sabía con exactitud de que se trataba, Suguru Getō, y el como Gojō acostumbraba a hundirse en el tabaco para conseguir que su mente se concentrara en otras cosas.

La relación que tenía con la nicotina era complicada, ciertamente lamentablemente. En momentos donde conseguía perder la cabeza, dentro de todo ese humo lograba encontrarse a sí mismo, sólo con sus pensamientos, totalmente vulnerable y sensible.

Inmediatamente el albino se reincorporó. Nuevamente, estaba por decir una de sus cuantas mentiras, no obstante, recordó con quién estaba hablando, sabía que no podía mentirle a su mejor amiga, no podía mentirle a alguien que lo conocía al derecho y al revés, además de haber estudiado psicología en la facultad, algo que le ayudaba muy bien a leer la conducta del albino como si de un libro se tratase.

— Sí, supongo. – exclamó dándose por vencido, recargando sobre ambas manos su cabeza, inclinándose sobre la misma silla. — Es absurdo, no sé porque llega a cruzarse tantas veces por mi cabeza. Actualmente vivo en tranquilidad, y estoy seguro de que él también. Entonces, ¿Por qué mi mente insiste tanto en recordarlo?

Por parte de Satoru, creía que su historia con el azabache ya era algo completamente parte del pasado, sabía perfectamente que de amor no podía morirse y se consideraba una persona sumamente capaz de vivir con aquella cicatriz, una cicatriz que sin saberlo o querer aceptarlo, aún no había sanado por completo.

Shoko estaba por hablar, sin embargo, el albino nuevamente le robó la palabra.

— No digas nada, el pasado ya fue pisado, no quiero prestarle más importancia de lo que ya lo estoy haciendo.

Otro error, sí quería hacerlo, su subconsciente lo imploraba, pero se negaba a aceptarlo, su orgullo no se lo podía permitir, Getō era el único punto débil de sí mismo y refutaba con toda su existencia dicha realidad.

Shoko nuevamente lo analizó. Dentro de su cabeza, ella realmente creía que su mejor amigo evadía completamente sus sentimientos a pesar de lo insistentes que estos se volvían, pero sabía que intentar hacerlo cambiar de parecer era algo patéticamente absurdo.

El sonido de la puerta siendo tocada y posteriormente siendo abierta lentamente hizo llamar la atención de ambos, tan sólo para unos segundos después, observar la silueta de uno de sus estudiantes.

— Yuuta-kun, pasa. – habló al observar al joven detrás de la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, tratando de disfrazar sus recientes sentimientos con una de sus cuantas máscaras.

— Gojō-sensei, ¿Está ocupado? He tenido bastantes dificultades con cálculo, Utahime-sensei está ocupada y no puede ayudarme, sus exámenes son un verdadero dolor de cabeza. – exclamó en un suspiró, realmente afligido.

El mayor se levantó de su silla y caminó en dirección a su estudiante, tomando con ambas manos sus hombros y caminando hacia la salida de la oficina. — El deber me llama, Shoko. – fue lo último que dijo antes de salir completamente de la habitación.

Shoko observó aquella escena y negó varias veces con la cabeza, ese hombre era un caso perdido, el pretender de su mejor amigo no era para nada benéfico en cuanto a su salud y estabilidad emocional, nada estaba bien en él y podía reflejarse en aquel triste mirar, que si analizabas a profundidad, aquellas hermosas pupilas comunicaban el verdadero sentir de su alma.

Sabía que Gojō Satoru había madurado forzosamente aquel 24 de diciembre de hace ya una década. En definitiva, no era el mismo chico que había conocido en su juventud, pero que, a pesar de todo, la culpabilidad y la condena perseguían a dicho hombre, el cual estaba dispuesto a vivir con aquella sentencia por el resto de su existencia.

De la bata de laboratorio que llevaba puesta, sacó su teléfono celular, pulsando el chat de su otro mejor amigo, con el cuál Satoru no tenía ni la menor idea de que aún mantenía contacto.

De: Shoko.
Nuevamente otro de esos días, Getō

No hicieron falta más palabras, Suguru sabía perfectamente a lo que su mejor amiga se refería.

...

𝐍𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐨 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐢𝐫. (Sᴀᴛᴏsᴜɢᴜ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora