La moneda del dragón

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Entré en la taberna de Nightowl, buscando al capitán que había participado en el ataque a Chuugi. El pueblo era extraño, envuelto en una neblina perpetua que le daba un aspecto fantasmal. Sus habitantes eran nocturnos, saliendo de sus casas solo cuando el sol se ocultaba. El pueblo era conocido por ser un refugio de criminales, contrabandistas y asesinos, que aprovechaban la oscuridad para hacer sus negocios sucios.

Había seguido el rastro de los soldados que habían atacado Chuugi, el pueblo donde había vivido con mi padre. Había descubierto que uno de ellos, un capitán, estaba en Nightowl, y que había recibido las órdenes del General Njord, el líder de los invasores.

Tenía la esperanza de encontrar al General Njord, y de hacerle pagar por lo que había hecho. Pero primero, tenía que encontrar al capitán, y hacerle unas preguntas.

La taberna estaba llena de gente de aspecto sospechoso, que bebían, jugaban y reían. Me abrí paso entre la multitud, buscando al capitán.

Lo encontré sentado en una mesa, rodeado de otros soldados. Era un hombre de mediana edad, con el pelo canoso y una cicatriz en la mejilla. Lo reconocí por la descripción que me había dado uno de los soldados que había capturado y torturado.

Me senté frente a él, sin decir una palabra. Él me miró con sorpresa, y luego con desconfianza.

—¿Quién eres tú? —me preguntó, frunciendo el ceño.

No le respondí. En su lugar, saqué una moneda de mi bolsillo, y la puse sobre la mesa. Era una moneda de oro, con el símbolo de un dragón grabado.

—¿Qué es esto? —preguntó, cogiendo la moneda.

Lo miré fijamente, y le dije:

—Es la moneda que te dio el General Njord. La moneda que te pagó por matar a mi padre.

Él se quedó helado, soltando la moneda. Sus ojos se abrieron de terror, y empezó a temblar.

—No, no, no... —balbuceó, intentando levantarse.

Lo agarré del cuello, y lo arrastré hasta el sótano de la taberna, donde nadie podía oír sus gritos. Lo até a una silla, y le puse un cuchillo en la garganta.

—Habla, maldito —le grité, golpeándolo en la cara.

Él tosió sangre, mirándome con odio.

—No sé nada, te lo he dicho mil veces —replicó, con voz ronca—. No sé quién era tu padre, ni por qué lo matamos. Solo sé que el General Njord nos ordenó atacar Chuugi, y que tú fuiste el único superviviente.

—¿Por qué el General Njord os ordenó atacar Chuugi? —insistí, apretando el cuchillo—. ¿Qué quería conseguir? ¿Qué sabía de mi padre?

Él se encogió, viendo el filo del cuchillo. Su rostro se llenó de pánico, y empezó a balbucear.

—No lo sé, no lo sé, no lo sé... El General Njord no nos dijo nada, solo nos dio las órdenes, y nos pagó bien. No sé qué quería, ni qué sabía. No sé nada, te lo juro...

Sentí una oleada de ira, mezclada con frustración. No podía creer que no supiera nada. ¿Acaso todo había sido una casualidad? ¿Acaso mi padre había muerto por nada?

—Mientes —dije, acercando el cuchillo al cuello del capitán—. Tienes que saber algo. Algo que me ayude a entender. Algo que me ayude a vengarme.

Él negó con la cabeza, sollozando.

—No, no, no... No sé nada de eso, te lo juro. No sé dónde está el General Njord, ni cómo contactar con él. Solo sé que está en algún lugar del norte, al mando de su ejército. No sé nada más, por favor, no me mates...

Me quedé pensativo, analizando sus palabras. ¿Así que el General Njord estaba en el norte, al mando de su ejército? Tal vez había una oportunidad de encontrarlo, y de hacerle pagar por lo que había hecho.

—¿Cómo se llama el ejército del General Njord? —pregunté, bajando el cuchillo.

Él respiró aliviado, pensando que había logrado salvarse.

—Se llama el Ejército del Dragón —respondió, con voz temblorosa—. Es el ejército más poderoso y temido de todo el continente. Nadie puede hacerles frente. Eso es todo lo que sé, te lo juro...

Asentí, guardando el cuchillo. Había obtenido la información que quería. Ahora solo tenía que ir al norte, y buscar al Ejército del Dragón. Tal vez así podría vengar a mi padre.

Pero antes, tenía que acabar con el capitán. No podía dejarlo vivo, después de lo que había hecho. No podía dejar ningún testigo.

Levanté el cuchillo, y se lo clavé en el corazón. Él soltó un grito ahogado, y se quedó inmóvil. Su sangre manchó el suelo, y su mirada se apagó.

Pero no fue suficiente. Quería más. Quería su alma.

Extendí mi mano, y activé mi poder. Un rayo de electricidad salió de mis dedos, y entró en el cuerpo del capitán. Sentí su alma salir de él, y fluir hacia mí. La absorbí, y la guardé en mi interior.

Sentí un placer indescriptible, y una sensación de poder. Había tomado su alma, y con ella, su fuerza, su memoria, su esencia. Era mío, y nadie más.

Me levanté, y salí del sótano. Nadie me prestó atención, todos estaban ocupados con sus propios asuntos. Salí de la taberna, y me dirigí al norte. La noche era oscura, y la neblina era espesa. Las sombras me rodeaban, como si fueran mis aliadas.

Me sentía más fuerte que nunca, después de haber realizado el ritual que me había dado poderes ocultos. Podía controlar los elementos, y usarlos a mi antojo. Podía crear fuego normal, fuego helado, y fuego demoniaco. Podía usar el agua, la tierra, la sombra, la luz, y la electricidad. Y podía absorber las almas de mis enemigos, y hacerlas mías.

Estaba listo para lo que venía. Estaba listo para la venganza.

Pero no sabía que alguien me observaba desde las sombras. Alguien que tenía otros planes para mí. Alguien que tenía los ojos rojos, y una sonrisa maliciosa. Alguien que cambiaría el rumbo de mi destino.

El Sello: Ron. Torturas del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora